El asesinato de Mario Alberto Santana hoy podría encuadrarse dentro de un crimen en contexto de violencia de género y como un femicidio vinculado. El caso también pudo haberse calificado como un homicidio agravado por la premeditación y alevosía. Insólitamente, el juez que investigó el hecho caratuló el crimen como un homicidio simple y el tribunal que juzgó a Carlos Heraldo Castro –el asesino- en 2002 lo condenó a sólo 5 años de prisión por homicidio y lesiones leves, ambos hechos en estado de emoción violenta.
Así de increíble fue este caso que tuvo como víctima central a Olga, una empleada doméstica que en 2000 tenía 42 años y esperaba a dar a luz a un hijo de Mario Alberto Santana. Hacía casi dos años que se encontraban juntos. Él se desempeñaba como operario en la empresa situada en el acceso sur del Gran San Juan.
Rumbos separados
La mujer venía de una turbulenta y conflictiva relación de dos décadas con Carlos Heraldo Castro, el padre de sus hijas. Este hombre al que apodaban “Cachito” era un mecánico que trabajó en la Electrometalúrgica Andina y que perdió su trabajo debido a su desordenada vida y el vicio del alcohol, según versiones periodísticas recogidas en ese entonces. Fue así que Olga se hartó y en 1997 se separó de él y junto con sus hijas se mudaron a Concepción para empezar de nuevo.
Castro se quedó en la casa que tenían en la calle 25 de Mayo, a metros de Matías Zavalla y en proximidades del Complejo Polideportivo “El Palomar” de la UNSJ. Allí vivía con su anciana madre y de vez en cuando veía a Olga. Es que la exmujer hacía tareas domésticas algunos días a la semana en una casa ubicada en la esquina de 25 de Mayo y Zavalla. Sí, enfrente al domicilio de Castro y sobre la misma la calle.
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El homicida. Este era Carlos Heraldo Castro. Foto de Diario de Cuyo.
En una declaración, Olga expresó que Castro nunca la agredió físicamente, pero la hostigaba. “Cachito” jamás aceptó la separación y la responsabilizaba de sus males, pero era un violento que día a día acumulaba su odio y resentimiento contra la madre de sus hijas.
Encuentro casual
Fue la noche del 22 de diciembre de 2000, cuando Olga se dirigió a la casa de la esquina de 25 de Mayo y Zavalla para cobrar unos pesos que le debía esa familia. Al parecer, ella le temía a Castro o al menos no se sentía segura cada vez que concurría esa vivienda, por eso Mario Santana la acompañó en su auto Peugeot 504. Además, ella estaba embarazada y él trataba de cuidarla. No tenían ni la más mínima intención de cruzarse con el exmarido, entonces estacionaron el vehículo sobre la calle Matías Zavalla alrededor de las 22.30 horas.
Castro fue a buscar su revólver y aguardó en la vereda para atacar a la exmujer y a la pareja de ésta.
Olga descendió del coche y entró a la casa de su patrona. En ese preciso momento fue observada por Castro, que salió a dejar una bolsa de basura en la vereda. Éste se enfureció al verla, de modo volvió a ingresar a su domicilio a toda prisa y sacó un revólver calibre 22 con la clara decisión de ir por ella.
Castro se paró en la vereda de su casa aguardando que la mujer saliera de la vecina. Un hijo de esa otra mujer se asomó por la ventana y notó la presencia de “Cachito” enfrente. Como sabía que todavía existían problemas por la separación, le avisó a Olga que tuviese cuidado al retirarse porque Castro estaba afuera.
Ataque premeditado
La mujer embarazada se despidió de la familia y caminó hacia la vereda. Castro salió a su encuentro, la encaró directamente y le puso el revólver en la cabeza con la idea de dispararle. En ese momento apareció Santana, que lo agarró y se generó un forcejeo. Olga corrió desesperada a la casa de su patrona para pedir ayuda.
De pronto se escuchó la detonación de un disparo. Cuando Olga se dio vuelta, vio que Santana cayó al piso. En medio del pánico y la confusión, Castro se fue encima de ella y de nuevo intentó dispararle en la cabeza, pero el balazo no salió. En su impotencia, atinó a pegarle una trompada en el rostro y otro golpe en la frente con la cacha del arma.
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Noche trágica. El cuerpo de Santana quedó en medio de la calle 25 de Mayo, casi Matías Zavalla. Foto de Diario de Cuyo.
En los segundos posteriores Castro se alejó y caminó en dirección al norte por calle 25 de Mayo, mientras a sus espaldas se escuchaban el llanto aterrador de Olga y los gritos de los vecinos que buscaban ayudar al herido de bala que permanecía tendido sobre el pavimento y en medio de la calle. Santana ya no reaccionaba. El disparo a la altura de la sien izquierda había sido mortal.
Castro siempre estuvo consciente de todo. Con decir que, al llegar a la Casa de Gobierno, continuó caminando por Paula Albarracín de Sarmiento al sur hasta un kiosco de la avenida Libertador. En ese lugar hizo una llamada desde un teléfono público y le comentó a su madre que acababa de matar a una persona y se iba a entregar a la Policía. Una vez que cortó la comunicación, cruzó la calle y se presentó en el mostrador de la Comisaría 4ta para confesar el crimen.
Femicida favorecido
Esa noche del 22 de diciembre de 2000, Castro fue detenido por los uniformados y encerrado en un calabozo. Otros uniformados y los jefes policiales mientras tanto trabajaban en la escena del crimen frente al cadáver y tratando de recolectar pruebas y testimonios.
Olga relató en detalle cómo se produjo el traicionero ataque. También declaró el joven testigo –el hijo de su patrona- que contó que “Cachito” Castro esperó a la mujer en la calle, que primero quiso matarla a ella y luego asesinó a la pareja de ésta. Sin embargo, el juez del caso calificó el hecho como homicidio simple y lesiones leves. Ésto a pesar de que las pruebas indicaban que el asesinato contra Santana fue premeditado y que incluso también intentó matar a la mujer.
El juicio contra Carlos Heraldo Castro fue polémico. Empezando por el propio acusado que buscó hacerse el desentendido y repitió varias veces “no me acuerdo”. Sus abogados defensores apuntaron a demostrar que “Cachito” actuó inconscientemente y shockeado por la provocación de la víctima.
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Desafiante. Muchos recuerdan que Castro sonrió en un momento durante el juicio, como provocando a la exmujer que presenciaba el debate. Foto de Diario de Cuyo.
La memoria selectiva de Castro hizo que recordara algunas cosas y otra no. Por ejemplo, según él, esa noche Olga le hizo burla desde el frente, mientras se tocaba su vientre de embarazada junto a su nueva pareja. Dijo que eso lo enloqueció y provocó su violenta reacción. Ahora bien, no se acordaba que entró a su casa a buscar un arma de fuego y que esperó a la mujer y a Santana en la vereda para atacarlos. Tampoco explicó cómo fue que luego de cometer el asesinato llamó por teléfono a su madre para avisarle lo sucedido y se entregó voluntariamente en la Policía.
La declaración de Olga y otros testigos reafirmaron la teoría de que el asesinato fue premeditado y que Castro en todo momento estuvo consciente y sabía lo que hacía. El fiscal solicitó al tribunal que condenaran al acusado por delito de homicidio simple, que tiene una pena de 8 a 25 años. Pero podría haber solicitado que calificaran el crimen como un homicidio agravado por la premeditación, cuyo castigo es la prisión perpetua. En esos años aún no estaba en vigencia las figuras del femicidio y el femicidio vinculado en el Código Penal Argentino.
Fallo escandaloso
Dos de los jueces de la Sala III de la Cámara en lo Penal y Correccional tomaron partido por la posición de la defensa y beneficiaron al acusado. En un fallo que hasta la fecha genera polémica, los jueces Enrique Domínguez y Héctor Fili sostuvieron que el crimen se encuadraba en un homicidio cometido en estado de emoción violenta y lesiones leves, también en estado de emoción violenta.
El que se opuso y cuestionó la postura de sus colegas fue el juez Ricardo Conte Grand, que expresó duramente que no compartía esa calificación y no tenía sentido ni lógica, “sencillamente porque la alegada emoción violenta no estuvo presente ni por asomo”. Sus argumentos no fueron suficientes para torcer la insólita decisión de sus pares. En un fallo dividido de dos votos contra uno, se impuso la decisión de los otros jueces y el 7 de marzo de 2002 condenaron a Carlos Heraldo Castro a la irrisoria pena de 5 años de reclusión.
Dos de los jueces consideraron que el crimen se cometió en estado de emoción violenta. Otro magistrado se opuso y votó en disidencia.
Pero faltaba más. Por si fuera poco, en noviembre de ese mismo año, Castro recibió una conmuta de penal por parte del Poder Ejecutivo de la provincia y le rebajaron 7 meses de condena. Para el 2004 “Cachito” ya estaba en libertad de nuevo.
Una vez que abandonó el penal de Chimbas, Castro regresó a su casa en la calle 25 de Mayo. De vez en cuando se lo solía ver sentado en la puerta de esa vivienda. Hacía changas y cuidaba a su madre. Quienes lo conocieron contaron que murió hace de tres años a consecuencia de la cirrosis.
El sufrimiento de Olga fue doble. Primero porque perdió a su pareja y segundo porque no se hizo Justicia. La mujer continuó trabajando de empleada doméstica y vivió sus últimos años en la zona de Concepción. Murió antes que Castro.