El hallazgo del cadáver
Aquello ocurrió la mañana del sábado 29 de marzo de 1986. Dos días después, el lunes 31 de marzo, encontraron el cadáver de Héctor Simón Morales en unos matorrales y a 200 metros de su casa en las calles 7 y 24, en las afueras de Villa Santa Rosa en 25 de Mayo. El cuerpo sin vida del chacarero fue hallado por sus sobrinos, que lo andaban buscando desde el sábado a raíz de su extraña desaparición.
El cadáver de Héctor Simón Morales ya había entrado en estado de descomposición. El médico legista que lo examinó descubrió signos de golpes, dos puntazos a la altura del tórax y otra herida corto punzante en el cuello.
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El lugar. Un pariente de la víctima señala el sitio donde encontraron el cadáver de Héctor Morales. Foto de Diario de Cuyo.
El espanto sacudió a sus familiares y los policías se hacían las más diversas preguntas en torno al brutal asesinato. Es que dudaban sobre el móvil del robo. La víctima todavía conservaba su reloj pulsera. En su casa encontraron 200 australes –la moneda nacional en ese entonces-, su rifle, una radio Tonomac y otros efectos de valor que podrían haberse llevado los ladrones.
La víctima
También era cierto que Morales era un blanco perfecto. Desde que murió su madre en 1984, el hombre de 65 años vivía solo y administraba su propiedad de 40 hectáreas en esa zona de 25 de Mayo. Sabía trabajar la tierra y le iba muy bien. En su finca producía uva, olivos y verdura, y en ocasiones arrendaba parte de la propiedad. Es decir que tenía importantes ingresos económicos.
Sus sobrinos Víctor y Clemente Morales, y Héctor Fernández declararon a un diario de la época que Héctor Morales no consumía alcohol ni era afecto a los juegos de azar, tampoco tenía problemas con nadie y no se le conocía novia o pareja. Una persona reservada, muy querida y respetuosa del trabajo, según los describieron en ese entonces sus vecinos.
La víctima vivía sola, administraba las 40 héctareas de su finca y tenía buenos ingresos por su actividad como productor agrícola.
Por otro lado, contaron que días antes de su desaparición terminó la cosecha y pagó a todos los peones. Incluso había pagado unos centavos de más, por encima del precio fijado para la gamela, comentaron algunos de los obreros rurales que trabajaron en la finca Morales. Con esto querían explicar que mantenía una excelente relación con los trabajadores.
Los policías de la Seccional 10ma realizaron preguntas a los vecinos y en los primeros días de abril de 1986 surgieron las sospechas sobre un adolescente al que llamaban Oscarcito, que vivía en una propiedad lindera y al que no veían desde el fin de semana que ocurrió el asesinato.
Oscarcito y el “Chaflique”
Los uniformados fueron a buscar al chico y sus padres les informaron que estaba en Mendoza, en la casa de un pariente. Ellos no sabían en qué andaba su hijo, pero admitieron que los tomó por sorpresa su repentina partida. Recordaron que el adolescente les dijo: “Me mandé una macana” y se marchó sin dar explicaciones luego de preparar una muda de ropa.
El juez Humberto Caballero ordenó el allanamiento en la casa del chico de 16 años y encontraron un cuchillo tipo estilete y una camisa con manchas de sangre. Todo esto puso al adolescente en la mira, pero tenían que encontrarlo. Mientras tanto recibieron el dato sobre otro posible sospechoso. Un allegado a la víctima señaló que muy cerca de la finca de Morales residía un hombre que tenía fama de delincuente y “pendenciero” y había estado preso en el Servicio Penitenciario Provincial.
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El productor. Este era Héctor Simón Morales, el chacarero asesinado. Foto de Diario de Cuyo.
Esa persona era Antonio del Carmen Soria, apodado el “Chaflique”. Efectivamente, el hombre de 44 años contaba con antecedentes penales. Para los investigadores policiales este sujeto podía ser el asesino, aunque no existían pruebas. En esos días lo interrogaron, pero Soria respondió con evasivas buscando despistar a los uniformados. Sin embargo, encontraron un testimonio que reveló que el día del crimen vieron el “Chaflique” Soria en inmediaciones de la finca de Morales. En base a ese indicio, quedó detenido.
El 20 de abril de 1986, los policías sanjuaninos con la colaboración de sus pares mendocinos apresaron a Oscarcito -el adolescente de 16 años que buscaban- en la casa de su tía en Mendoza. El chico largó todo. Se autoincriminó y confesó que junto al “Chaflique” Soria mataron a Héctor Morales.
Las confesiones
El jovencito relató que, un día antes del asesinato, él mismo le contó a Soria que Morales andaba con dinero y le había cambiado un cheque de 200 australes a su papá. Contó que entonces surgió la idea de robarle al chacarero y se pusieron de acuerdo para atacarlo ese sábado en la mañana.
El plan fue llegar por separados a la finca, aprovechando que conocían a Morales, y constatar que estuviese solo. Y así lo hicieron y le dieron charla al productor para distraerlo. Hasta que Soria le hizo una seña mientras caminaban y él le pegó una trompada a la víctima y lo tiró al suelo.
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Consternación. Los familiares de Morales en una entrevista con un periodista. Foto de Diario de Cuyo.
El adolescente admitió que le propinó el primer puntazo a Morales. Cuando estaba en el piso, Soria se le fue encima y lo atacó para darle las ultimas estocadas, según la declaración. Ahí le clavó ese mortal cuchillazo en el cuello. Agregó que una vez que vieron que éste estaba muerto, cargaron el cuerpo y lo arrojaron en esos matorrales.
Esa fue la declaración que hizo el adolescente, que jamás dio detalle de cuánta plata le robaron a Morales. Como era menor de edad, el chico luego fue puesto a disposición del Juzgado de Menores. Por su parte, el “Chaflique” Soria se llamó a silencio en un primer momento, pero se quebró al enterarse de la confesión del chico. Su relato fue casi idéntico a los dichos del jovencito.
El mentor
El juez del caso y los investigadores se convencieron que Soria fue el mentor del ataque y que manipuló al adolescente para que lo ayudara a cometer el crimen. Sus antecedentes penales y la diferencia de edad así lo daban a entender.
Si bien siempre se habló del móvil del robo, también existieron sospechas que hubo un acto de venganza, quizás por la relación laboral que mantenían o por una diferencia por la paga. Nunca se esclareció a ciencia cierta cuál fue el verdadero motivo del crimen.
Para los jueces, Antonio del Carmen Soria fue el mentor y manipuló al adolescente para que lo ayudase a cometer el crimen y robo.
La minoría de edad jugó a favor de Oscarcito, que al tiempo fue declarado inimputable y desvinculado de la causa penal. En cambio, Antonio del Carmen Soria quedó procesado y acusado del delito de homicidio agravado por la alevosía. Esto último hizo pensar al “Chaflique”, que pidió ampliar la indagatoria y se retractó de su confesión.
Argumentó que había sido presionado para involucrarse en el asesinato de Morales y que no tenía ninguna participación. De nada le sirvió, el relato del adolescente y su propia declaración inicial eran coincidentes y respaldadas por todas las pruebas recolectadas en la causa.
Un duro castigo
El 2 de diciembre de 1987, Antonio del Carmen Soria fue condenado a prisión perpetua por el asesinato de Héctor Simón Morales. Su defensa apeló esa sentencia y recurrieron al tribunal de Sala Primera en lo Penal para que revise el fallo, pero su reclamo no prosperó.
Los jueces Arturo Velert Frau, Alejandro Hidalgo y Diego Román Molina coincidieron en afirmar que la retractación del “Chaflique” Soria no tenía asidero y resultaba poco creíble. Por el contrario, las pruebas lo comprometían seriamente en el crimen. “Tampoco se debe dejar de advertir la frialdad” con que actuó. Remarcaron que “fingió amistad”, que “procedió de forma traicionera” y que fue un “ataque a mansalva, sobre seguro y sin riesgo”, según el fallo.
“Se mató con el propósito deliberado de facilitar, consumar y ocultar otro delito”, expresó el tribunal. Así fue que confirmaron la sentencia de primera instancia y ratificaron la pena de prisión perpetua para Soria.
El “Chaflique” Soria purgó su castigo en el penal de Chimbas y pasado muchos años recuperó la libertad. Hay versiones de que todavía vive en una finca de 25 de Mayo. Hoy es un personaje más de las tantas Historias del Crimen de San Juan.