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Personaje sanjuanino

Tocó fondo, pero el hockey lo salvó: José, el sanjuanino que volvió a ponerse los patines después de 15 años

Después de batallar contra la ansiedad, la depresión y una parálisis facial, José Correa redescubrió su amor por el stick y la bocha. Bajó 45 kilos y con 37 años, se dio otra oportunidad en las canchas. Su historia.

Por Carla Acosta

José Correa volvió y no fue una vuelta cualquiera. No es que por lesión estuvo un par de años parado y ahora está de nuevo, no. El hockista sanjuanino estuvo 15 años sin tocar un stick. Y no fue solo el tiempo: fueron la depresión, el sobrepeso, una parálisis facial, la desconexión total con el deporte que amó desde chico. Hasta que algo hizo clic y volvió a ponerse los patines, y con eso, también se volvió a encontrar con él mismo.

“Yo estuve muy mal, la verdad. Con psicólogos, psiquiatra... no tenía ganas de nada. Ni de vivir, en serio”, cuenta en una charla a fondo con Tiempo de San Juan. El bajón fue largo y profundo. A eso se le sumó una parálisis facial, problemas personales y una vida que se le volvió rutina. “Hacía todo por plata, no por felicidad. Nada me motivaba", agrega.

El primer empujón vino desde el sillón del consultorio. Su psicóloga, Sandra, le dijo una frase que se le metió en la cabeza: “Hay cosas que no podés controlar, pero sí podés controlar lo que te pasa a vos". Y ahí arrancó. Empezó a soltar lo que lo apagaba y a buscar lo que lo hacía sentir vivo.

Embed - La historia de José, el sanjuanino que volvió al hockey después de 15 años

De esa manera se dio una nueva oportunidad con el hockey, pero no como jugador. Primero fue como técnico en el club Angaco. “Fue lo primero que me volvió a pasar. Y con los mismos chicos, para demostrarles que se puede, empecé a entrenar con ellos. Yo pesaba como 145 kilos y quería que vieran que se puede cambiar, que se puede mejorar". Y lo hizo. Bajó 40 kilos en un año, y cinco más este año. De esta manera el cuerpo le empezó a responder, las ganas también.

Pero lo que realmente le tocó el alma fue otra frase, de alguien mucho más cercano: su hijo Marcelino. “Un día, en medio de una discusión, me dijo algo que me hizo reflexionar: ‘Vos estás, pero no estás. Yo necesito mirar por la ventanilla del cole y sentir que estás ahí, no que me lo digas o me pagues el boleto". Me dejó sin palabras. Y ahí fue cuando lo empecé a llevar a hockey a él y a su hermanito, Ismael. Y para demostrarles a ellos que sí se puede, volví a entrenar en serio.”

Y volvió. En marzo de este año se puso la camiseta de Sarmiento de Albardón y jugó contra Colón. “Justo jugaba contra un primo. Hice un gol, todos me felicitaron, pero perdimos. Y yo soy re competitivo, lo único que quería era ganar. Pero fue lindo volver, reencontrarme con la cancha, con la adrenalina, con todo lo que extrañaba", expresa.

José hoy tiene 37 años. Y sí, le saca más de diez años al promedio del equipo: “Somos dos los que desentonamos con la edad, el otro tiene 42. Pero bueno, la experiencia ayuda. El físico ya no es el mismo, pero todavía me acuerdo cómo frenar, cómo caerme, cómo meter un gol cuando hay que meterlo".

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El amor por el hockey le viene de cuna. Su papá, Carlos Correa, jugaba en Concepción, en la famosa época de los "tres Carlos". José creció en el club, viendo a sus ídolos, muchos de los cuales todavía siguen cerca. Debutó en primera a los 16 años, jugó en el CPC, en Valenciano, volvió en 2010, pero se bajó de nuevo por lesiones, distracciones, cosas de la edad. “Me di cuenta muy tarde de que esto era lo mío. Y hoy trato de que los chicos no cometan los mismos errores. El talento solo no alcanza. Los que llegaron a Europa o a la selección, llegaron por sacrificio, no por magia", SEÑALA.

Durante esos años lejos del hockey, se apagó. “Vivía como en piloto automático. Todo mecánico. Me alejé del deporte completamente, ni a ver partidos iba. Iba a jugar algún máster los domingos, pero nada más. El amor se había apagado. Hasta que volvió", cuenta.

Volvió entrenando con los chicos de Concepción. “Ahí me probé para ver dónde estaba. Me di cuenta de que todavía sabía frenar, caerme, meterme en una jugada. Y ahí dije: vamos de nuevo”. También hubo amigos que lo impulsaron. “El Gamu, el arquero del CPC, me dio una mano enorme. A él también lo recuerdo con cariño.”

Ahora vive el hockey con otra cabeza. Lo disfruta, lo sufre, lo entrena como nunca: “Se extrañaba todo: el vestuario, el olor del palo, la charla en el banco, la puteada desde la tribuna. Hasta el cansancio se extrañaba. Llego a casa fusilado, pero feliz. Y no lo quiero dejar más".

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