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Historias del Crimen

El muerto de San Martín y ese dicho: "Las armas las carga el Diablo y las descargan los bolu..."

Fue una noche de septiembre de 2001, en San Martín. Tres amigos se pusieron a tomar. La jornada terminó mal, con uno de ellos herido mortalmente.

Por Walter Vilca

“Las armas las carga el Diablo y las descargan los boludos”, dice el viejo y remanido refrán popular. Tan cierto y absurdo, como aquella trágica historia de los tres amigos de San Martín que venían de una larga borrachera de domingo y despidieron la noche de la peor manera: uno herido mortalmente, el otro con disparo en la pierna y el tercero huyendo despavorido.

Muchos dirán que hubo algo más esa noche del 2 de septiembre de 2001 porque resulta difícil entender la sorpresiva muerte de ese joven obrero llamado Pablo Zalazar, de 22 años. Rodolfo Hipólito Díaz y Sergio Manuel Herrera eran sus amigos y vecinos de siempre en San Martín, pero, además, sus compañeros de trabajo en la bodega Petruelle Hnos.

Habían estado juntos ese día domingo. “El Palo” Díaz pasó cerca del mediodía a buscar a Zalazar en su camioneta Rastrojero roja y se fueron a la casa de una familia amiga a ayudar a construir un horno de barro. Más tarde desembocaron en la cancha de fútbol de un club de la zona, donde continuaron tomando cerveza.

Quienes los vieron y compartieron tragos con Díaz y Zalazar, aseguraron que no notaron ni una sola discusión entre ellos. Al contrario, el clima era distendido y de “joda”. Así estuvieron hasta que cayó la tarde. Ese periplo de los dos amigos después tuvo otra parada en el almacén de Carlos Laciar, sobre calle Rodríguez en el distrito Dos Acequias. Allí se les sumó Sergio “Checho” Herrera.

Los tragos de cerveza provocaban las risas y las cargadas fáciles, mientras la charla entre los tres amigos se extendió hasta las 22. Estaban exhaustos por la maratónica jornada de brindis y llegó la hora de retirarse. Al otro día hay que trabajar, dijo uno de ellos. Rodolfo Díaz propuso a Zalazar y Herrera llevarlos a sus respectivas casas. Este último cargó la bicicleta en la caja de la Rastrojero. Otra versión indicaba que, en realidad, decidieron seguirla y se subieron a la camioneta con la idea de ir a visitar a un primo de Díaz en Caucete.

Camino accidentado

“El Palo” Díaz puso en marcha la camioneta y partieron por calle Rodríguez en dirección al este. En ese andar fue que éste agarró el revólver calibre 32 que tenía sobre tablero del vehículo o el torpedo. Él siempre juró que quiso pasarle el arma a Zalazar para que lo guardara en la gaveta. Herrera iba sentado en el medio de ambos y supuestamente en ese instante se agachó para recoger algo del piso. En ese segundo se escuchó el estruendo. El estampido que se oyó era del disparo. Y el proyectil impactó en el costado izquierdo de la frente de Zalazar, que se desvaneció en el acto.

Rodríguez.jpg

De acuerdo a los dichos de Díaz y Herrera, el incidente que terminó conn Zalazar herido de bala tuvo lugar sobre la misma calle Rodríguez en cercanías de la Bodega Cordero. Tal parece, ninguno de los dos pensó en su amigo malherido. El conductor aceleró y continuó camino a Caucete. Cuando llegaron a una zona deshabitada y sin mucho tráfico, detuvo el vehículo. Lo más lógico hubiese sido que se dirigieran urgente al hospital para auxiliar a su amigo. Pero no, se pusieron a hablar sobre qué hacer para salvarse ellos mismos.

La mentira

El más preocupado era Díaz, el autor del disparo. Después aclaró que adoptó esa postura porque pensó que no iba poder explicar que había herido de bala a su amigo. Entonces, improvisó una coartada con la idea de ocultar lo sucedido e instalar otra versión. Para ello buscó la complicidad de Herrera, al que convenció para que le disparara en una pierna.

Herrera titubeó, pero apremiado por la situación, finalmente aceptó seguir el libreto propuesto por Díaz. Igual, estaba tan nervioso que erró el primer balazo. Luego probó otra vez. Pero para asegurarse, Díaz le sujetó el brazo para acercarlo más y obligó a que disparara a centímetros de su pierna derecha. En ese segundo intento, Herrera no falló. Dio en el blanco.

Díaz se retorció del dolor por la herida de bala, pero se la aguantó. Cumplida esa primera parte del plan, le pidió a Herrera que se fuera, que escondiera el arma y no contara a nadie lo ocurrido. Este bajó su bicicleta de la caja de la camioneta y salió a toda velocidad en dirección a su casa. Sin perder tiempo, Díaz arrancó la camioneta y encaró rumbo a Caucete, con Zalazar tendido a su lado y respirando dificultosamente.

Recorrió varios kilómetros hasta que llegó a una de las estaciones de servicios de la ruta 20 y Diagonal Sarmiento. Darío Castro, uno de los playeros, caminó hacia la camioneta Rastrojero suponiendo que su conductor quería cargar combustible. En esos momentos, Díaz se asomó por la ventanilla y le dijo nervioso: “Llama a una ambulancia y a la Policía. Nos asaltaron”.

Uno de los que se acercó a ayudar fue el cabo Pedro Pereyra, quien ordenó a Díaz que lo siguiera y le fue abriendo paso con su vehículo hasta la guardia del Hospital César Aguilar. Ahí dieron los primeros auxilios a Pablo Zalazar, pero su estado era crítico y dispusieron trasladarlo de inmediato al Hospital Guillermo Rawson en Capital.

Díaz, entre tanto, siguió dando la versión del robo. Contó a los policías que dos ladrones los emboscaron y los balearon cuando transitaban por una calle oscura de San Martín. La prueba estaba a la vista. Él presentaba una herida en una pierna. Pero su relato mostraba algunos puntos flacos y a la vez se contradecía. Los uniformados empezaron a mirarlo con desconfianza. Y él mismo se dio cuenta que no podía sostener la mentira.

La confesión

Fue así que a las horas se quebró mientras lo atendían en el hospital Rawson. Confesó llorando que fue él quien hirió a su amigo Pablo Zalazar, pero que el disparo se le escapó y todo fue un accidente. Esa madrugada le pusieron custodia y quedó detenido en Urgencias. Más tarde apresaron a Sergio Herrera en su casa en San Martín y le secuestraron el revólver Italo Gra calibre 32 largo.

Pablo Zalazar continuó internado en grave estado de salud. Su agonía se extendió durante dos días y falleció la mañana del miércoles 4 de septiembre de 2001. A partir de su deceso, el caso pasó a investigarse como homicidio simple, con Díaz y Herrera como los únicos imputados. El último de ellos luego recuperó la libertad en razón de que le atribuyeron el delito de encubrimiento y abuso de arma.

El juicio contra ambos se realizó en marzo de 2003 en la Sala III de la Cámara en lo Penal y Correccional. El abogado César Jofré, el defensor de Díaz, desplegó toda su estrategia para demostrar que la muerte de Zalazar fue producto de un accidente. También afirmó que Díaz y Herrera eran íntimos amigos del fallecido y era imposible creer que hubo una intención de matarlo.

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El fiscal Ricardo Otiñano sostuvo la acusación de homicidio simple y pidió 11 años de prisión para Díaz. Uno de los hechos que remarcó fue su actitud de no interesarse en primer lugar por auxiliar a su amigo y, en cambio, procurar inventar esa trama del supuesto asalto.

La defensa rebatió esos argumentos insistiendo que Díaz fue presa de su propio miedo y que se vio desbordado por la terrible situación. Además, citó a vecinos y amigos de ambos para que declarasen que en los momentos previos al episodio no presenciaron discusiones ni altercados entre la víctima y los dos acusados. Consideró que, por lo único que podían condenarlo, era por un delito de homicidio culposo.

Homicidio culposo

“Cuando le quise pasar el arma a Pablo, se escapó el tiro y…”, expresó Rodolfo Díaz ante el tribunal y se largó a llorar. En esa línea, Herrera respaldó su declaración afirmando que no tuvieron ningún problema entre ellos y que se trató de un accidente.

“Cuando le quise pasar el arma a Pablo, se escapó el tiro...", alegó Díaz durante el juicio “Cuando le quise pasar el arma a Pablo, se escapó el tiro...", alegó Díaz durante el juicio

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Los jueces Ricardo Conte Grand, Héctor Fili y José Domínguez dieron por sentado que así fue y el 1 de abril de 2003 condenaron a Díaz. Entre sus considerandos, sostuvieron que éste fue el responsable de la muerte de su amigo porque “pecó de imprudente, por exceso y por una actitud impulsiva e irreflexiva… Eran amigos. Todo había sido diversión, festejo y alegría hasta que un exabrupto de Díaz terminó con la vida de Zalazar”. Cuestionaron también su “actitud desaprensiva y temeraria por procurar la impunidad en detrimento de la salud de su amigo y el coaccionar a Herrera para que lo hiriera con otro disparo”, según la sentencia.

Así, resolvieron castigarlo por el delito de homicidio culposo, pero le dieron 4 años y 6 meses de prisión. Con esto, confinaron a Díaz por un tiempo más en la cárcel. No fue mucho, dado el tiempo que llevaba detenido, pero tuvo que cumplir la mitad de la condena para obtener la libertad condicional. El caso de Sergio Manuel Herrera fue distinto. El tribunal lo absolvió de culpa y cargo.

Ambos, de una forma u otra, pagaron su culpa por aquella trágica noche. Quizás la familia de Pablo Zalazar los perdonó, o no. Pero a esta altura seguramente aprendieron la lección y, sobre todo, ese refrán que dice que “las armas las carga el Diablo y las descargan los boludos”.

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