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Historias del Crimen

El changarín que asesinó por odio y celos al novio de su hijastra en Santa Lucía

Es la historia de un changarín que sometía a su hijastra y no quería que ésta tuviese novio. Una noche de 1979 la siguió en la madrugada y desató una tragedia.

Por Walter Vilca

Perversión, abusos, celos y odio. Puede que sea exagerado, pero todo eso se mezclaba en esa casa de Santa Lucía, en donde todo parecía girar en torno a ese changarín de nombre Cornelio. Un hombre violento que se consideraba “amante” de su hijastra y, sintiéndose dueño de su vida, asesinó de forma traicionera al novio de esa muchacha una noche del 1979.

No hay muchos registros gráficos de este conmocionante caso de Historias del Crimen, pero si documentos judiciales que revelan esta enmarañada historia y la obsesión de un hombre de 38 años llamado Cornelio R. No se da su identidad completa debido a que es probable que aún viva la hijastra, que se supone era víctima de los abusos sexuales de este sujeto. La versión oficial señala que la chica de 28 años mantenía una “relación íntima” con su padrastro, Cornelio, pero se puede interpretar que había violencia de género de por medio.

Padrastro abusador

Cornelio R era el concubino de la mamá de esa chica, que tenía además otros hijos de su primera pareja. La familia residía en Santa Lucía y por lo visto el hombre hacía y deshacía todo en esa casa. Entre otras cosas, sometía a esa muchacha y la poseía como si fuese su “amante”, a escondidas de su mujer y del resto de las personas.

La joven buscaba escapar de esa perversa relación y en ese tortuoso camino conoció a Gerónimo Teodomiro Pereyra. Ella se sentía bien con el muchacho de 26 años y prácticamente eran novios, pero Cornelio desaprobada ese romance y jamás lo iba a aceptar. Y no porque le preocupase la chica o temiera que el muchacho fuera una mala persona. En realidad, no quería que estuviese con otra persona que no sea él, creía que era suya.

Ella hacía peripecias para verse con Gerónimo, a veces buscaba cualquier excusa para salir durante el día y encontrarse con él o se escapaba en las noches mientras su familia dormía. Es que su padrastro la controlaba y sabía que no dejaría en paz.

Una cita con el terror

Los documentos judiciales indican que la chica y Gerónimo se vieron el 10 de noviembre de 1979 y acordaron una cita en la madrugada del día siguiente. En los primeros minutos del 11 de noviembre, la muchacha se levantó de su cama sin hacer demasiado ruido y abandonó la casa en puntillas de pie.

Cornelio, que estaba obsesionado con la joven, casi no conciliaba el sueño con tal de estar pendiente de sus movimientos. Fue así que esa madrugada escuchó que la chica salió de la vivienda, entonces se alistó, agarró una traba de parral del fondo y la siguió, convencido de que se encontraría con el novio. Su idea era sorprenderlos, de modo que guardó distancia para que ella no se diera cuenta que la perseguía. Iba furioso, decidido a todo.

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La esquina. En esta intersección de calles se produjo el asesinato.

La esquina. En esta intersección de calles se produjo el asesinato.

Gerónimo Pereyra aguardaba a la muchacha en la intersección de la calle Tomás Edison y callejón Libertad, en Santa Lucía. Hasta ahí llegó ella, sin siquiera sospechar que por detrás venía Cornelio.

La pareja estaba abrazada y besándose en un lugar oscuro de esa esquina, cuando de repente apareció el padrastro de la joven. Sin pronunciar palabras y con una violencia inusitada, le largó un garrotazo -con el palo del parral- a Gerónimo a la altura de la nuca. El joven ni se lo esperaba, no tuvo tiempo para reaccionar. Y fue tan fuerte el golpe, que se desplomó en el piso y en cuestión de segundo quedó inmóvil. El muchacho murió prácticamente en el acto.

Un secreto que duró poco

La chica corrió asustada pensando que su padrastro la golpearía. Minutos más tarde llegó a su casa y le contó lo sucedido a su madre. Por detrás de ella arribó Cornelio R, que se veía enojado, pero también preocupado. Empezaba a tomar conciencia de que acababa de matar al novio de su hijastra.

Cornelio R no dio explicaciones y ordenó a uno de sus hijastros adolescente que lo acompañara. Buscaba un cómplice para que lo ayudara a deshacerse del cadáver. Así, ambos caminaron hasta la esquina de calle Edison y callejón Libertad, en la Villa Jofré, y cargaron el cuerpo de Gerónimo para ocultarlo en otro sitio. En aquella época no había muchas casas en esa zona de Santa Lucía y tampoco tráfico.

El asesinó obligó a uno de sus hijastros adolescente a que lo acompañara para ayudarlo a deshacerse del cadáver.

El hombre y el adolescente trasladaron el cadáver a la zona de calle Colón y avenida Benavidez y lo arrojaron entre unos matorrales. Para asegurarse que nadie lo encontrara, tiraron algunas ramas encima y marcharon rápido antes que alguien los viera. Una vez que arribaron a su casa, el hombre amenazó a todos los miembros de la familia y les dijo que guardaran el secreto. Nadie debía enterarse de lo sucedido.

Entre los matorrales

Ese aterrador secreto no duró por mucho tiempo. El 16 de noviembre de 1979, un ocasional transeúnte que pasaba por la calle Colón y avenida Benavidez observó un extraño cuerpo entre la maleza. Además, se percibía un fuerte olor nauseabundo. Al acercarse, descubrió que se trataba de un cadáver.

La Policía y la jueza Mirtha Ivonne Salinas de Duano confirmó al rato que era el cuerpo de un hombre joven y que presentaba una fractura de cráneo. Esto último evidenciaba que lo habían asesinado de un golpe. Paralelamente, los investigadores policiales recibieron la información de que un muchacho de la zona se encontraba desaparecido desde la noche del 10 de noviembre. Podía ser la misma persona, especularon.

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Macabro hallazgo. El cuerpo de Gerónimo Pereyra fue encontrado entre unos matorrales, a un costado de la intersección de la calle Colón y avenida Benavidez, en Santa Lucía.

Macabro hallazgo. El cuerpo de Gerónimo Pereyra fue encontrado entre unos matorrales, a un costado de la intersección de la calle Colón y avenida Benavidez, en Santa Lucía.

Ese mismo día, Zacarías Pereyra fue a la morgue judicial y reconoció el cadáver. Constató que la persona que fue hallada muerta era su hermano Gerónimo Teodomiro Pereyra. Esta confirmación de la identidad sirvió para obtener otros datos. Los familiares contaron a los policías que sabían que el joven fallecido andaba de novio o frecuentaba a una chica, incluso aportaron su nombre y su posible domicilio.

El testimonio de la joven

La Policía luego localizó a la muchacha y la trasladó a la comisaría para hacerle preguntas. Ella contó todo apenas comenzaron a interrogarla. Admitió que estaba de novia con Gerónimo. También relató que la madrugada del 11 de noviembre de 1979 se encontró con el muchacho en la intersección de calle Tomás Edison y callejón Libertad y que allí fueron sorprendidos por su padrastro. Afirmó que éste le pegó con un palo a Gerónimo y lo mató.

En esa declaración reconoció que mantenía relaciones sexuales con su padrastro, según los registros. Pero eso consignan los datos judiciales, aunque se podría interpretar que, en realidad, la joven era sometida por ese hombre. Por otro lado, queda claro que el sujeto tenía intimidada a toda la familia; de hecho, la obligó a que lo encubrieran.

La declaración de la joven fue la prueba fundamental contra Cornelio R. En un principio él confesó el asesinato, pero después se retractó.

A partir del testimonio de la chica, Cornelio R fue detenido e imputado del delito de homicidio simple. En su primera declaración, el hombre confesó el asesinato. Detalló que esa noche siguió a la joven y atacó a Pereyra con una traba de parral. Su justificación fue que los encontró teniendo sexo, que por eso agredió al joven. Le preocupaba “las intenciones” del muchacho para con la joven, agregó.

La jueza Salinas de Duano procesó a Cornelio R por la autoría del asesinato y al hijastro le atribuyó el delito de encubrimiento, aunque a la luz de los hechos este último no tenía responsabilidad. Había sido obligado por el homicida a ayudar a trasladar el cadáver.

Condenado a prisión

A principio de 1982, Cornelio R fue llevado a juicio. En ese momento volvió a declarar y se retractó de la confesión que había dado tras su detención. Aseguró que era inocente, que se autoincriminó a raíz de las amenazas y golpizas que recibió de los policías.

Eso no cambió su destino. El juez José García Castrillón, titular del Primer Juzgado Penal de Sentencia, lo condenó a la pena de 14 años de cárcel por el delito de homicidio simple. De todas maneras, la sentencia no dejó conforme ni a la defensa ni a la fiscalía.

El defensor de Cornelio R apeló el fallo con el argumento de que su defendido había sufrido apremios ilegales para que se inculpara y pidió que revisaran la condena. El Ministerio Público Fiscal, en cambio, sostuvo que el asesino merecía una pena más dura, dado que debió considerarse el agravante de la alevosía.

Ninguno de los dos planteos prosperó. A mediados de abril de 1982, un tribunal superior desestimó los reclamos y confirmó la condena de 14 años de prisión contra Cornelio R, el violento sujeto que mató al novio de su hijastra para sacarlo del medio y seguir abusando de ella. Es de suponer que purgó su castigo en el penal de Chimbas y hoy es una incógnita si vive o no. Debería tener 82 años. Su último domicilio fue en la avenida Benavidez, en Rivadavia.

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