Es probable que su rostro forme parte de la rutina diaria de muchos sanjuaninos. A través de la pantalla de Canal 8, Marisa Gil informa, interpreta y transmite con una cadencia tranquila que invita a escuchar. Pero fuera del estudio, hay otra Marisa. Una que canta, baila y encuentra en la música una herencia profunda que atraviesa generaciones. Entre recuerdos familiares, reflexiones sobre el oficio y un amor intacto por el flamenco, Marisa se dejó descubrir en una charla profunda con Paren las Rotativas.
“Estoy muy feliz, todavía con muchas ganas de hacer cosas, pese a toda esta situación de inestabilidad que vive el país. Y que en el periodismo la sentimos muy de cerca", expresó de antemano la comunicadora.
A lo largo de su carrera en los medios, Marisa fue testigo de cómo cambiaron las formas de comunicar, el modo en que el público recibe -y a veces rechaza- la información. “Es más fácil decepcionarse cuando estás tan cerca de las noticias, de la trastienda. Lo que no se cuenta, lo que se filtra. Hay un ataque constante a todo. A veces molesta que te encasillen, que te juzguen sin conocerte. Yo siempre trabajé con seriedad. Nunca curré con esto".
Por suerte, dice que todavía no tuvo que enfrentarse a situaciones de hostilidad en la calle o en redes. “Pero no me gustaría tener ese encontronazo. Es fuerte”, admite.
En lo profesional, Marisa asegura que no cambió su esencia. “Soy periodista porque soy curiosa, porque me interesa saber, conocer cómo funcionan las cosas. Me apasiona entender desde cómo se construye un dique hasta cómo se arma un presupuesto municipal", señala. Sí reconoce que el carácter fue algo que tuvo que moderar: “No soy tan calma como parezco al aire. Lo que se ve es más medido, más contenido. Pero si algo no me cierra, lo digo".
La vocación, cuenta, comenzó a tomar forma en la universidad. “Tuve un profesor, el Gordo Pintos, que fue clave. Nos contagió el amor por la televisión. Nos hizo ver cómo era por dentro. Me enamoré", apunta. Después vino la experiencia en Radio Nacional, casi por casualidad: “Estaba cubriendo un juicio y faltaba gente. Me largaron y así empecé.”
Poco después llegó el canal, primero como reemplazo por vacaciones. “No era que era buena, era lo que había. Pero me encantó. Al mes ya estaba fija en el turno tarde".
Con los años, aprendió a mirar hacia los dos lados del oficio: enseñar y dejarse enseñar: “Aprendí de los que ya estaban, y también aprendo de los que recién llegan. El lenguaje audiovisual ha cambiado muchísimo. A los más jóvenes les digo que tengan compromiso, que entiendan que uno no es periodista solo durante el horario laboral".
Pero fuera de cámaras hay otra pasión que la acompaña desde la infancia: la música. “Mi alma canta todo el día”, dice con una sonrisa. “Siempre estoy esperando que alguien se anime primero en las fiestas, pero yo estoy lista. Me gusta toda la música, pero el flamenco… eso es otra cosa.”
Ahí aparece el otro mundo de Marisa. El familiar, el íntimo, el que la une con su madre -nacida en Granada-, con su padre y su abuelo, que tocaban guitarra, bandurria y laúd. “En casa se respiraba música. No teníamos internet, pero sí una guitarra todos los fines de semana. Nos juntábamos a cantar, a compartir. Era otra vida.”
Recuerda con emoción el momento en que su abuelo volvió a España, después de décadas, y se reencontró con su padre. “Fue en Deifontes, un pueblito de Granada. Ver ese abrazo, escuchar ese ‘mi niño, que estás acá’, fue inolvidable.” Desde entonces, Marisa lleva esa raíz como se lleva algo que no se elige, que simplemente es. “Me crié entre palmas, castañuelas, sevillanas y cuecas. El flamenco es identidad. Yo soy argentina, cuyana y andaluza. Canto folclore, sobre todo el cuyano, pero el flamenco está en la sangre. Cuando canto, canto eso. Todo eso junto.”
Reviví la entrevista:
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