Durante gran parte del año en el caserío de Achango (Iglesia) el silencio, el trinar de pájaros y el silbido del viento se reparten el tiempo. Pero sin lugar a dudas, la estrella del lugar, desde 1665, es la capilla que los Jesuitas pusieron de pie dentro de su proceso evangelizador.
En esta oportunidad, ese paisaje habitual de tranquilidad excesivamente reparadora se ve alterado por un extraño sonido que viene desde el interior. Es un suave ‘toc’ acompañado de un deslizamiento. Otro ‘toc’ y otro ‘toc’. Llama la atención, pero al atravesar por la puerta el metro de anchura de las longevas paredes de adobe salta a la vista una sencilla explicación: se trata de un plumero que combate el polvo reinante en el lugar.
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Pablo, combatiendo la tierra que se deposita en los bancos con tu plumero
Lo porta un joven, quien venciendo rápidamente su evidente timidez saluda con una sonrisa y añade que se puede visitar la capilla sin problema alguno. Lo que tarda un poco más en aparecer es su nombre y vínculo con el lugar, el cual es un detalle no menor: se llamo Pablo Andrés Montesino Cuevas y forma parte de la sexta generación de la familia que viene custodiando este Monumento Histórico Nacional -así se lo declaró en 1997- desde sus comienzos.
“Así es, yo según he podido averiguar vendría hacer el retataranieto de los primeros guardianes, por decirlo de alguna manera, que tuvo este lugar”, explica Pablo, mientras no termina de encontrarle un sitio al plumero para sentirse algo más cómodo.
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Pablo, delante de la puerta de la histórica capilla
Su tío Aníbal es el guardián oficial, pero en ocasiones le pide que le eche un mano para encargarse de la atención del lugar, como ocurrió en los días previos a Semana Santa. “Yo siento una mezcla de orgullo y responsabilidad cuando me toca custodiarla como quién dice. Yo vivo en un paraje que se llama ‘El Llano’, que queda cerca si uno corta a caballo por el campo. Y acá me encargo de que esto esté presentable para cuando la gente venga e intentar brindarle la mejor atención ”, comentó Pablo, quien ya con algo más de confianza se anima a enumerar algunas de las joyas que habitan en el lugar.
Yo siento una mezcla de orgullo y responsabilidad cuando me toca custodiarla como quién dice Yo siento una mezcla de orgullo y responsabilidad cuando me toca custodiarla como quién dice
La Virgen del Carmen, traída desde Cuzco hace más de tres siglos, preside junto a la imagen de Jesús el templo que se encuentra bajo la potestad de Pablo, quien no dejó pasar la ocasión de mencionar la historia que la une a la liberación de Argentina: “Dicen que la División del Norte del Ejército de los Andes, a cargo del comandante Juan Manuel Cabot y que respondía al ejército del General San Martín, se encomendó ante esta Virgen antes de cruzar hacia Chile por el paso de Gauna”. Por ello, no queda nada -si es que ya no lo es- para que la Capilla de Achango pase a formarte de la ruta del Pasaporte Sanmartiniano.
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Con la mirada tranquila, Pablo recibe a los visitantes en los momentos en los que está al cuidado de la capilla.
Los coloridos jergones tejidos a mano, que fueron donadas por un grupo de artesanas de Iglesia, adornan el suelo a la vez que intentan controlar la propagación de la tierra. De su aseo también se encarga el joven retataranieto, quien, antes de recordar que que capilla se abre todos los días del año -”para mayor seguridad entre las 9:00 y las 13.30 o 14:00”, confesó que por ser poblador de esa zona le surgió la posibilidad de ser actor. “Yo salgo en la película que se hizo sobre la historia de Martina Chapanay, la que se estrenó no hace mucho tiempo. Salgo yo y también otros familiares míos haciendo precisamente el papel de vecinos cuando se grabó una escena por estos lados”, apuntó Pablo, que, además de cada tanto cuidar el tesoro de Achango, trabaja en el campo y ‘en las changas que salgan’ para contribuir al hogar que ha formado con Lourdes Veragua y la pequeña Aimy.