Quedará por siempre esa incertidumbre de saber cuál fue el trasfondo, si la rivalidad de dos jóvenes que se hacían fama de maleantes o el rencor de uno contra el otro por esa chica. La excusa aquella noche fue la agresión a la jovencita, pero un balazo en la sien resultó demasiado para resolver el pleito entre ambos.
Luis Roberto Torres y Mario Raúl “El Huevo” Agüero se conocían, pero había recelos. El típico enfrentamiento de jóvenes, de muchachones que alardeaban ser matones en esa zona en el límite entre Rawson y Pocito. En ese momento también circuló la versión de que el primero de ellos, de 29 años, pretendía a esa jovencita del callejón Pósleman en Pocito que salía con el joven de 19.
Por donde miraran, la bronca existía. Al menos, por parte de Torres. Se explicaba entonces de por qué éste se enfureció y salió a buscar a Agüero esa noche del 9 de diciembre de 1990. Alguien había ido a contarle que “El Huevo” andaba borracho y le había pegado a Susana, la supuesta novia.
Primera discusión
El relato oficial dice que Torres y un amigo suyo fueron hasta la casa de la familia de esta chica en el callejón Pósleman, cerca de Lemos y las vías del viejo Ferrocarril San Martín, a tomar venganza contra “El Huevo” Agüero por pegarle a una mujer. Lo encontraron en la entrada de la vivienda en compañía de la jovencita y el hermano. Los testimonios señalan que Torres largó algunas puteadas y desafió a pelear a Agüero, pero éste se hallaba tan borracho que arrugó. Aún sobrio tampoco le iba a hacer frente, le tenía miedo.
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Un sitio distinto. Así se ve hoy la calle Independencia, cerca de Lemos, el lugar donde encontraron asesinado del joven de 19 años.
Las personas que presenciaron la escena contaron que Torres se mostraba provocador y hasta amenazó de muerte a “El Huevo”. Le dijo que donde lo cruzara, le pegaría un tiro. Mientras eso sucedía, una vecina de nombre Petrona fue a buscar a Eresmila –la mamá de Susana y dueña de casa- que esos momentos no estaba.
“Doña, vaya a su casa urgente que le han pegado a su hija”, le dijo Petrona a Eresmila, quien llegó su rancho a las apuradas queriendo saber qué pasaba. La mujer vio que esos dos muchachos –Torres y su amigo, a los que no conocía increpaban- a Agüero, de modo que los corrió de la casa e hizo entrar a sus hijos, mientras que “El Huevo” se quedó hablando solo de la tremenda borrachera que tenía encima.
Ese incidente sucedió pasadas las 22 del domingo 9 diciembre de 1990. Torres se retiró muy enojado y profiriendo amenazas contra “El Huevo”, pero el pleito no terminaba para él. Se alejó y supuestamente estuvo dando vueltas por las calles adyacentes con la idea fija de volver por Agüero o agarrarlo cuando éste abandonara la casa de la chica.
De acuerdo a lo que se reconstruyó en la causa, “El Huevo” también se marchó de la vivienda del callejón Pósleman, pero al rato regresó y se puso charla con el hermano de Susana en la puerta. Esto fue visto por doña Eresmila, que se molestó por la presencia del muchacho porque no quería más problemas.
Segundo y último encuentro
Como veía que “El Huevo” seguía ebrio, llamó a su hijo y le ordenó que lo despechara o lo llevara a su casa. Según la causa judicial, cuando ya eran minutos después de las cero horas del lunes 10 de diciembre de 1990, ese adolescente de nombre Roberto y su hermana Susana acompañaron a Agüero, cruzaron las vías del tren y la Lemos hasta que entraron a la llamada calle Prolongación Independencia. En aquellos años, esa zona de Pocito era casi rural. Hoy, allí está asentado el barrio Las Lilas y esa arteria se llama calle Independencia.
Luis Torres había amenazado de muerte a Agüero frente a otras personas. La víctima se encontraba muy alcoholizada.
En ese trayecto fue que apareció Luis Torres. De nuevo encaró a “El Huevo”, pero no hubo amenazas ni tampoco contemplación, sólo un ademán y un dedo que gatilló. En esos segundos se escuchó el estruendo. Mario Raúl Agüero trastabilló y se desplomó en la calle de tierra por el mortal balazo que le ingresó a la altura de la sien derecha.
Susana y su hermano no pudieron hacer nada, más que gritar y salir corriendo en dirección a su casa. Torres, por su parte, escapó sin pronunciar palabra. Todos desaparecieron, el único vestigio del violento episodio era la prueba del crimen: el cadáver del joven de 19 años, tendido boca arriba, con una mano en un bolsillo y ese hilo de sangre que salía de su cabeza.
Hallazgo del cadáver
Así lo encontró horas más tarde, alrededor de las 6 de la mañana de ese lunes, el agente Eduardo Elías Vedia. El policía se dirigía a trabajar y cortaba camino por ese lugar cuando vio el cuerpo de una persona tirado en medio de la calle Proyectada Independencia, metros al Oeste de Lemos.
El agente Vedia advirtió que era un joven, que no se movía. Al mirarlo bien, notó el rostro pálido y amoratado de ese chico y los rastros de sangre, ya seca, en el cráneo. Era evidente, estaba muerto. No podía hacer nada, así que caminó apresurado hasta la calle Lemos y en las cercanías localizó una cabina de un teléfono público, desde llamó a la Central de Policía para avisar sobre el hallazgo de un cadáver.
Los investigadores policiales y el juez del caso confirmaron a través del médico legista que la víctima presentaba esa sola herida de bala en el cráneo. Por la mano en el bolsillo, todo hacía suponer que prácticamente fue ejecutado y le dispararon a corta distancia. No había rastros de pelea o indicios de que el muchacho se hubiese defendido.
La detención
En ese momento revisaron sus prendas de vestir y no le encontraron identificación alguna. Los vecinos de la zona dijeron que no lo conocían. Recién el martes 11 de diciembre de 1990, supieron que la víctima se llamaba Mario Raúl Agüero y que vivía en Rawson. Su hermana fue a denunciar que “El Huevo” estaba desaparecido desde el domingo y, como la descripción que dio de él coincidía con la del muchacho muerto, los policías la llevaron a la morgue judicial. Ella lo reconoció en persona.
A través de los datos que aportó su familia y sus conocidos, los investigadores llegaron a esa chica de nombre Susana y a su familia. Sus testimonios pusieron al descubierto a Luis Roberto Torres. Es que todos ellos presenciaron el incidente previo con las amenazas. La chica y su hermano también relataron sobre el ataque a tiro perpetrado por Torres. Una vecina, además, relató que escuchó el disparo y en segundos siguiente vio pasar corriendo a este muchacho.
Nunca hallaron el arma homicida. Y aunque Torres negó la autoría del crimen, los testigos lo señalaron a él.
Por el contrario, Torres admitió esa primera discusión con “El Huevo”, pero aseguró que se retiró y no lo volvió a ver esa noche. Su abogado defensor sostuvo que los testimonios de la adolescente y su hermano fueron inducidos para responsabilizar a su cliente, además que nunca dieron con el arma homicida.
A través de un juicio escrito, Luis Roberto Torres fue condenado en septiembre de 1992 en el Primer Juzgado Penal de San Juan. El fiscal pidió 12 años de prisión, pero el juez lo sentenció a la pena de 10 años de cárcel por el delito de homicidio simple. Si bien valoró el hecho de que el asesino no cargaba con condenas anteriores, ponderó como agravante esa actitud de que querer tomar venganza por mano propia y lo mandó a cumplir su castigo al penal de Chimbas.
FUENTE: Sentencia del Primer Juzgado Penal, artículos periodísticos de Diario de Cuyo y hemeroteca de la Biblioteca Franklin Rawson