En un pequeño rincón de Tamberías, Calingasta, la biblioteca popular Pío Cristino Gallardo mantiene viva una historia que ya lleva 94 años. Entre estanterías, libros y computadoras, trabaja Yanina Torres, una mujer que asumió el rol de auxiliar bibliotecaria este enero, convocada por la actual presidenta de la institución.
“Yo soy la que les ayuda en matemáticas”, cuenta con orgullo, mientras señala a los chicos que ese día se acercaron a hacer sus tareas. Porque la biblioteca es mucho más que libros: también es un espacio de apoyo escolar, acceso a internet, desayuno y merienda para decenas de niños y adolescentes de la zona.
En las mañanas, el salón se llena de estudiantes de secundaria; por la tarde, llegan los más pequeños, desde jardín hasta sexto grado. Todos pagan una cuota accesible de mil pesos por mes, que les abre la puerta a un universo de recursos y actividades.
Además del espacio de estudio, la institución alberga un ballet folclórico y se convierte en refugio en los días más fríos. “Aunque no crea, se levantan temprano, a las ocho, ocho y media, y vienen igual. Eso hay que valorarlo”, remarca Janina, consciente del esfuerzo de las familias y de los chicos por mantener viva la rutina de aprendizaje.
Su jornada laboral empieza a las nueve y se extiende hasta las doce; luego regresa a las tres de la tarde para continuar hasta las cinco. “Con mi compañera nos vamos turnando, pero siempre tratamos de estar presentes para lo que los chicos necesiten”, explica.
La historia de Janina se entrelaza con la de la biblioteca, en un presente donde el compromiso comunitario sostiene una tradición casi centenaria. En cada tarea corregida, en cada desayuno compartido y en cada charla entre libros, se escribe un nuevo capítulo de la Pío Cristino Gallardo, ese lugar que para Tamberías es mucho más que una biblioteca: es el corazón de su vida cultural y educativa.