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Historias del Crimen

Seis amigos, el peligroso plan que comenzó como un juego y el brutal homicidio de un anciano en Pocito

Lo que empezó como una jugarreta de amigos, acabó en el alevoso asesinato del anciano Enrique Loyola en Pocito. Fue en junio de 2001. Entre los involucrados había un chico de 13 años.

Por Walter Vilca

Como casi todas las noches, ese grupo de amigos se reunió en aquella plaza de Pocito. Hacían bromas y charlaban para pasar el frío. Estaban “macaneando”, relató uno de ellos, mientras que “El Bofe” jugaba a hacerse el vaquero con un lazo. En un momento dado alguien largó: “Esto lo podemos usar para atar al viejo”.

Sí, respondió otro riéndose: “Con esto lo podemos sujetar”. Hablaban en chiste, refiriéndose al comentario que realizó uno de los chicos acerca de un anciano que se encontraba cuidando una casa y estaba solo. Allí había cosas para robar, se dijeron. Sus miradas cómplices lo decían todo, la idea parecía madurar. Un tal Díaz y otro joven de apellido Castro presintieron que la cosa iba en serio, entonces se despidieron de sus amigos y se marcharon. No querían problemas.

En esa ronda quedaron “El Bofe” Alvarado, “El Palomo” Navarrete, los dos hermanos Molina, otro chico de apellido Herrera y un pibito apodado “Willy”, que apenas tenía 13 años. Todo ellos permanecieron en la plaza hasta pasada la medianoche. Minutos después de las cero horas del 14 de julio de 2001, uno de los jóvenes dio el puntapié inicial: “Ya es hora de que vamos a la casa”, dijo, según un testimonio que figura en la causa.

El reparto de tareas

No bromeaban. En cuestión de segundos armaron el plan. El chico de 13 años, que conocía a ese hombre mayor llamado Enrique Horacio Loyola, sería el señuelo. Al parecer, otras veces le había pedido comida y “algunos favores” al anciano. Uno de los Molina junto a Herrera harían de campana, apostados en las esquinas próximas para silbar o gritar si aparecía algún vecino o una patrulla policial. En ese reparto de tarea, “El Bofe” Alvarado, “El Palomo” Navarrete y “Quintín” Molina acompañarían al “Willy”.

Se estima que el “Willy” golpeó a la 1 de la madrugada del sábado 14 de julio de 2001 la puerta de esa casa de la manzana B del barrio Río Negro, en inmediaciones de las calles 12 y Aberastain, en Pocito. Loyola se levantó de la cama y preguntó quién era. El chico de 13 años contestó, le pidió que saliera. El anciano abrió tímidamente, pero del lado de afuera casi derribaron la puerta y lo tiraron al piso.

El ataque mortal

El terror empezaba. El viejito Loyola cayó boca abajo. “El Palomo” Navarrete hizo la punta y, cuando entró, lanzó su campera sobre la cabeza para que no los mirara. “El Bofe” Alvarado apareció por detrás y con el lazo que cargaba le ató las manos y después los pies al indefenso anciano.

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Conmoción. Hubo revuelo en el barrio Río Negro tras el robo y asesinato. Foto de Diario de Cuyo.

Conmoción. Hubo revuelo en el barrio Río Negro tras el robo y asesinato. Foto de Diario de Cuyo.

Loyola gritaba y suplicaba compasión, de modo que Alvarado pidió a uno de sus cómplices que buscara algo para taparle la boca. Uno de los otros jóvenes entró a una habitación. Trajo un camisón, el cual usaron para envolver la cabeza al anciano. En ese afán de hacerlo callar, “El Bofe” tironeó la prenda hacia atrás con sus dos manos para ajustarla aún más y hacer presión sobre el rostro de Loyola. Así estuvo durante varios minutos, hasta que el hombre mayor dejó de patalear.

La segunda parte del plan fue el robo. Los cuatro jóvenes revisaron toda la vivienda y se apoderaron de dos garrafas, un centro músical con sus parlantes, una videograbadora, un walkman, una cámara de fotos Cannon, algunos pares de zapatos, una caja con compact disc, otra con herramientas y una tarjeta de crédito. A todo eso, el otro Molina y Herrera continuaban parados, uno en cada esquina mirando si alguien aparecía.

La repartija

Los cuatro jóvenes ladrones salieron con todo lo robado a la calle, sin importarles si Loyola estaba vivo o muerto. Caminaron hacia la plaza del barrio y se reunieron con los otros dos cómplices. Allí hicieron la repartija del botín y cada uno tomó rumbo diferente con la promesa de que no debían decir ni una palabra del ataque al anciano.

En momentos en que se retiraban, Alvarado se acordó de su lazo. Había utilizado la cuerda para atar al anciano. Temiendo que eso lo comprometiera, pidió a “Willy” que lo acompañara a la casa para buscarla. Ambos volvieron a entrar a la vivienda, sacaron el lazo y anudaron los brazos y los pies de la víctima con unas bufandas. Después escaparon y se perdieron por las viejas vías del ferrocarril.

Un vecino que pasó por el frente de la casa vio la puerta entreabierta, se acercó y encontró el cadáver del anciano.

Al otro día, un vecino que pasó por el frente de esa casa de la manzana B vio la puerta entreabierta. En principio, no le llamó la atención. Al rato regresó y observó la misma escena. Esa persona recordó que la familia Vives –la dueña de la propiedad- estaba de viaje y don Loyola se había quedado de casero. Como tampoco notaba la presencia del anciano, le despertó la curiosidad y se acercó a mirar.

Macabro hallazgo

El vecino se espantó cuando asomó la cabeza al interior de la casa y vio al hombre mayor tirado en el comedor. Lo más aterrador fue que notó que estaba atado y no se movía. A toda prisa salió a buscar ayuda y avisó a la Policía. Los efectivos de la Seccional 7ma fueron los primeros en llegar. No necesitaron llamar a un equipo médico, ellos mismos constataron que Enrique Horacio Loyola se encontraba muerto y que se trataba de un asesinato. Además, detectaron el desorden en la vivienda y el faltante de algunos artefactos, eso también daba a entender que el móvil era el robo.

A través de los vecinos y los parientes de los dueños de casa, los investigadores tomaron conocimiento que Loyola no vivía allí. Se enteraron que la familia Vives había viajado a EEUU y, como el anciano era muy amigo, le pidieron que cuidara la casa durante su ausencia.

Loyola murió producto de una asfixia por sofocación. Le taparon el rostro e hicieron tanta presión que le fracturaron el tabique nasal.

El médico legista y posteriormente el forense confirmaron la causa del deceso: asfixia por sofocación. Le habían obstruido las vías respiratorias con el camisón que tenía anudado alrededor de la cabeza. Eso explicaba su rostro morado y las marcas en las mejillas. La autopsia reveló que, con el objetivo de taparle la boca y la nariz, él o los homicidas tiraron con fuerza esa prenda y la violencia fue tal que le quebraron el tabique nasal al anciano. También descubrieron que presentaba otras lesiones en el cuerpo producto del forcejeo y la agresión para reducirlo.

Un rápido esclarecimiento

Los investigadores de la comisaría de Pocito y la Brigada de Investigaciones de la Central de Policía comenzaron a preguntar y establecieron que esa madrugada vieron a un grupo de jóvenes en la plaza. Pronto averiguaron sus nombres y se produjeron los arrestos por orden del juez de turno. Al primero que apresaron fue a Miguel Ángel “El Palomo” Navarrete, de 19 años. Ese mismo sábado también detuvieron a Víctor Leonardo Herrera, que en ese entonces tenía 17 años.

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Detenciones. En menos de 24 horas ya tenían detenidos a todos los involucrados. Foto de Diario de Cuyo.

Detenciones. En menos de 24 horas ya tenían detenidos a todos los involucrados. Foto de Diario de Cuyo.

Esos dos primeros detenidos confesaron todo. El domingo 15 de julio de 2021 cayó Gastón Héctor “El Bofe” Alvarado, el mayor del grupo, con 21 años. Horas más tarde apresaron a los hermanos Cristian Sebastián y Pedro Celestino Molina, de 17 y 16 años, respectivamente. El último en ser capturado fue “Willy”, el chico de 13 años.

Evidencias y confesiones

El padre de los Molina entregó a la Policía una de las garrafas y una sábana que habían sido robadas de la casa de los Vives. En el domicilio de Alvarado encontraron la otra garrafa. En la vivienda de una hermana de éste secuestraron la cámara de fotos, el walkman, algunos zapatos y el equipo de música. Los parlantes del centro musical aparecieron entre unos matorrales al costado de las vías. Otros dos vecinos de la zona devolvieron las cajas con los compacts disc y las herramientas que compraron por unos pocos pesos.

Algunos jóvenes intentaron negar la autoría del robo y el asesinato, pero otros se quebraron y hablaron. El que despegó de inmediato fue “Willy” que, por tener 13 años, no podía ser sometido a un proceso penal y fue declarado inimputable. Justamente este chico declaró y dio detalles de cómo planearon el robo mientras jugaban en la plaza del barrio Río Negro.

El chico de 13 años fue declarado inimputable. Fue él quien dio detalles de toda la trama.

Relató qué rol cumplió cada uno, reconoció que el hizo de anzuelo para que el anciano abriera la puerta. Tanto él como Navarrete y el “Quintín” Molina, señalaron a Alvarado como la persona que maniató y después anudó ese camisón alrededor de la cabeza de la víctima.

Otros que declararon en la causa fueron los dos amigos que estuvieron con los seis implicados en la plaza y que se retiraron antes del hecho porque escucharon que planeaban ir a robar a la casa donde se encontraba el viejito Loyola.

El proceso penal

Los hermanos Molina junto a Herrera fueron puestos a disposición del Juzgado de Menores y los trasladaron al Instituto Nazario Benavidez, mientras que dispusieron medidas tutelares para ellos, aunque igualmente fueron procesados junto a Alvarado y Navarrete. El delito que les atribuyeron fue el de homicidio calificado por ensañamiento, agravados por el número de personas y para la facilitación de otro delito.

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Los principales autores. Miguel Navarrete (de gris) y Gastón Alvarado (de campera negra) saliendo de la audiencia del juicio. Foto de Diario de Cuyo.

Los principales autores. Miguel Navarrete (de gris) y Gastón Alvarado (de campera negra) saliendo de la audiencia del juicio. Foto de Diario de Cuyo.

En mayo de 2003, los cinco fueron llevados a juicio en la Sala I de la Cámara en lo Penal y Correccional. Los jueces señalaron que todos no tuvieron el mismo grado de participación en el robo y asesinato. Es que algunos sólo habían hecho de campana y otros entraron a la casa, pero no tuvieron contacto con la víctima.

Las condenas

El 10 de junio de ese año, los jueces Diego Román Molina, Arturo Velert Frau y Raúl Iglesias condenaron a reclusión perpetua a Gastón Héctor “El Bofe” Alvarado, de 23 años, por los delitos de robo agravado en poblado y en banda y homicidio criminis causa, en concurso real. A Miguel Ángel “El Palomo” Navarrete, de 21 años, lo castigaron con la pena de 6 años de prisión por robo agravado, en poblado y en banda.

Al resto, como eran menores de edad al momento de cometer el hecho, no les impusieron penas. Pero los declararon penalmente responsables. A Cristian Sebastián Molina, de 19 años, como coautor del delito de robo agravado, en poblado y en banda. A Pedro Celestino Molina y Víctor Leonardo Herrera, de 18, les achacaron participación secundaria del mismo delito.

Sólo dos de los involucrados fueron al penal de Chimbas. Ambos ya están libres.

Eso sí, a estos tres últimos les ordenaron que continuaran con las medidas tutelares por un año más. Por lo visto, cumplieron con lo dispuesto por la Justicia y no volvieron a meterse en problemas.

Lo únicos que fueron a la cárcel son Alvarado y Navarrete. Fuentes judiciales revelaron que Gastón Alvarado recibió dos conmutas de penas, en 2005 y 2007. Su pena se cumple en 2026, pero por su buen comportamiento fue beneficiado con las salidas transitorias. Después le otorgaron la libertad condicional en 2017. Con respecto a Miguel Navarrete, informaron que cumplió su castigo en 2017, actualmente también está libre.

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