Hace 80 años, cuando el paraje Difunta Correa era apenas una capillita donde, se decía, descansaban los restos de Difunta Correa, rodeada de unos pocos ranchos y abrazada por el desierto sanjuanino, Miguel Martos escribía una obra que lo ubicó como pionero absoluto: un guión de cine sobre la vida de Deolinda.
La leyenda ya era poderosa y el lugar convocaba a miles de almas a peregrinar, pero la provincia estaba muy lejos de producir cine. Martos escribió esta obra antes de morir, en 1937, cuando en el país se filmaban películas como "Besos brujos" con Libertad Lamarque, o "Cadetes de San Martín", ambas en blanco y negro. Sin duda Martos soñó con llevar a Buenos Aires su guión.
El cine sonoro llevaba apenas 10 años y aún faltarían 40 para que la Difunta Correa viera sus fotogramas en pantalla gigante, con el film de Hugo Mattar y Lucy Campbell.
Pero el autor, un reconocido escritor cuyo busto es parte del Jardín de los Poetas de Rivadavia, murió sin ver su sueño realizado. El libro se publicó en 1948, en San Juan, a instancia de su familia.
Martos imaginó la película con lujo de detalles, escenografía, planos, vestuarios, diálogos y ritmo, donde no faltaban cuecas y vidalas.
"La obra es una pieza de multiplicidad genérica, guión de cine, narrativa, poesía folclórica, y el drama. Originariamente escrita para el incipiente celuloide, fue estrenada en radioteatro en 1938 y más tarde tomó forma en tanto performance teatral", señaló Antonio Aguilar en su análisis sobre la obra de Martos.
La familia de Martos encargó el prólogo a otro grande las letras sanjuaninas, Luis Jorge Bates, periodista y escritor de tangos. "La familia Martos quiso dejar en mis manos la tarea de introducir en la obra las modificaciones que estimara conveniente considerando que por haber sido escrita para el cine y que en los años que en ella se trabajó era otra técnica la que ahí primaba. La Difunta Correa debía adaptarse o a la novela o al guion que confiere modalidades tan diferentes al séptimo arte, tal como hoy lo concebimos. No lo hice, cuando menos de un modo sustancial. Suprimí algunas cosas que consideré superfluas y alterado el orden de otros papeles de modo tal que el libro llega al lector poco más o menos como fuera concebido", escribió Bates.
Bates explicó en su prólogo que Martos no se dedicó solamente a narrar una historia, sino que precisó todo el desarrollo, los diálogos, dirigir los enfoques, los fondos, el movimiento de la cámara, entre otros. El autor asumía así tareas que compiten a muchos roles dentro de una realización cinematográfica: director, camarógrafo, iluminador, vestuarista, etc.
"De esta forma, la Difunta Correa, consustancia enteramente con la personalidad del autor, poeta, antes que nada, el lector extrañará al comienzo sobre todo la proliferación del verso, cualquier motivo le sirva, cualquier escena le parezca oportuna para arrimar sus cuartetas, llenas de gracia e intención criolla", diría Bates. Este carácter tan singular de la escritura hacía imposible para Bates modificar la obra, tal como le había pedido la familia Martos, y explicaba que una adaptación a la novela, al teatro, o al cine hubiera significado desnaturalizar el trabajo del autor, "jamás me hubiera permitido una libertad semejante".
Luego analiza que la Difunta Correa aparece en la obra como una mezcla "afortunada" de los tres géneros. "Porque si en cine no cabe la 'Oración del agua', magníficos versos de tesitura y emoción ponderables, si en el teatro podrían hacerse muchas de sus escenas. Y sí, para la novela falta la literatura eminentemente descriptiva, tal como aparece de un género nuevo que participa de aquellos otros tres".
Bates destacó que Martos logro recoger en la obra una de las pocas leyendas que integran el acervo regional, "bella y conmovedora, apenas si la fantasía del autor, contagiada de la del pueblo que la repite con devoción singular, pudo tener oportunidad de jugar en ella, porque así se viene repitiendo durante el lejano tiempo en que Deolinda Correa sufriera el martirio que habría de sacrificarla en la emoción de la gente sencillas y crédulas. Pero supo rodearla de cuanto precisaba para convertirse en una historia vívida y cautivante".
Un párrafo especial se dedicó a resaltar la investigación previa que realizó Martos antes de escribir la obra, y asegura que pasó largos años buscando aquí y allá los elementos reales en que se afirma la leyenda. "La Difunta Correa no es una simple fantasía popular, es toda ella en su esencia misma una pincelada del ayer trazada por un maestro del costumbrismo, por un avezado cultor de lo nuestro, por un enamorado de la tierra, por un poeta que canta todo eso a los acordes de su lira templada en los rumores del Zonda bravío, por eso contiene el libro un acento eglógico dignificado en un perfecto dominio del idioma".