Una mujer sanjuanina rompió el silencio y decidió alzar su voz después de más de una década de dolor, miedo y violencia. A.P.I., una abogada de 32 años, denunció ante la Justicia a su expareja, Juan Pablo Fernández, luego de recibir una brutal amenaza que dejó al descubierto el infierno que vivió durante 12 años.
"Te voy a dar un tiro en la frente y me voy a sentar a ver cómo escupís sangre", fueron las palabras que, según la denuncia, le dijo su ex en un violento episodio ocurrido hace apenas una semana. A pesar de haber recurrido a las autoridades, A.P.I confesó que sigue con miedo: "Denuncié, pero no sé qué va a pasar con mi futuro".
Una vida marcada por la violencia
A.P.I conoció a su expareja cuando era muy joven. En un contexto familiar difícil, se fue a vivir con él creyendo que comenzaba una nueva etapa. Pero rápidamente su sueño de formar una familia se convirtió en una pesadilla: "Todo era perfecto hasta que llegó la primera cachetada. Recuerdo que fue porque saludé a un vecino", relató. Desde entonces, la violencia fue en aumento.
Durante su embarazo, temía que los golpes pusieran en peligro la vida de su bebé. “Solo rogaba a Dios sentir que se moviera y que estuviera bien”. Pero incluso después del nacimiento de su hija, la violencia no cesó. Sin poder salir a trabajar, encontró en la pastelería una forma de generar ingresos. Soñaba con ser pastelera, pero las humillaciones, el control económico y la manipulación emocional se interponían constantemente.
Contra todo, estudió y se recibió de abogada
Ana Paula no se rindió. Con esfuerzo, pagó una maestra particular para terminar el secundario. Más tarde, inició la carrera de abogacía, mientras cuidaba a su hija y sobrevivía a un entorno violento. “Mis compañeros me enseñaron que eso no era amor, que era control, dependencia y miedo. Pero no amor”, recordó.
En 2021, mientras su madre agonizaba por COVID-19, su pareja le reprochó por “descuidar a su familia”, refiriéndose a él mismo. Esa noche, a pesar de la súplica de sus hermanas, regresó a su casa por miedo. Aun así, siguió rindiendo. “Bajé 25 kilos. Me daba ansiedad pensar en separarme”.
Hasta que un día su hija le preguntó: “Mamá, ¿por qué no te separás?”. Esa pregunta fue el punto de quiebre. “Fue lo que necesitaba”, escribió. Se fue con su hija, su perro y un título de abogada, sin ingresos ni ayuda. Se operó, sanó lentamente y desde una cama redactaba demandas judiciales. Así sobrevivió.
“Vengo por todo”
Tras dos años de relativa estabilidad, en 2024 su expareja regresó. Según su testimonio, ella misma lo ayudó con su internación por consumo en La Rioja, pero su retorno fue devastador. “Me dijo ‘vengo por todo: mi casa, mi auto y mi hija’. La ansiedad y el miedo volvieron a recorrer mi cuerpo”.
Las amenazas no tardaron en llegar. La última, una semana atrás, fue la más temible. "Me humilló, insultó a mi familia, a mi madre fallecida y me echó de mi casa. Pero ese día, algo en mí se encendió", contó. Junto a su hermana menor, decidió irse del lugar donde vivió 30 años. Entonces, publicó parte de su historia en redes sociales. Se viralizó.
Amigos, clientas, periodistas y desconocidos se solidarizaron. “Sentí que no estaba sola”. Conmovida por el apoyo, presentó la denuncia formal ante la justicia, aunque reconoce que fue un paso cargado de miedo. “Escuché por años: 'sos abogada, denuncialo'. Pero, ¿el miedo entiende de profesiones?”.
“Después de la violencia hay un mundo de paz”
Ana Paula cierra su relato con una reflexión poderosa. No pide que otras víctimas simplemente denuncien, sino que cada quien lo haga a su tiempo y como pueda. “La violencia emocional es peor que la física. Se disfraza de cuidado, de amor… donde quizás no hay gritos, pero sí silencios. Siempre terminamos sintiéndonos culpables”.
Con valentía, concluye: “No sé qué va a pasar mañana, no sé si las amenazas se van a concretar, pero aprendí algo: que me encuentren con flechas en el pecho, pero nunca en la espalda. Después de la violencia hay un mundo de paz. ¡Ojalá todos y todas podamos conseguirla!”.