En el corazón de San Juan, detrás de una puerta que siempre está abierta para quien más lo necesita, vive Susana de Mercado, una mujer que ha hecho del servicio una forma de vida. Aunque alguna vez soñó con vestir hábito y consagrarse a Dios como monja, el destino tenía para ella una vocación aún más terrenal: ser abrigo, puente y esperanza para cientos de personas que enfrentan el frío.
Su historia comenzó en Chaco, donde nació hace 75 años. A los siete, su familia se trasladó a Barreal. Allí creció hasta que, con una profunda inquietud espiritual, decidió marcharse a Buenos Aires a estudiar en el noviciado. Pero cuando las hermanas le propusieron regresar un año a San Juan para definir su vocación, la vida le tenía preparada una sorpresa: su gran amor.
Él vivía justo enfrente de la casa donde Susana se hospedaba. Fue amor a primera vista. Poco tiempo después se casaron y juntos emprendieron una tarea silenciosa pero inmensa: ayudar a quien más lo necesitara. La chispa que encendió su misión fue un niño lustrabotas que llegó buscando más que trabajo. “Tenía hambre y frío”, recuerda. Ese encuentro fue en 1967, y desde entonces nunca más dejó de ayudar.
Primero fue en la casa de su suegra, luego en la propia. Sin carteles ni nombre. Solo un corazón dispuesto. Con el tiempo, su hogar se transformó en una fundación a la que llamó Solydar donde recibe desde ropa hasta muebles.
“Desde una cuchara hasta un ropero”, dice Susana, que aprendió técnicas de clasificación y organización durante su formación religiosa, y hoy las aplica con rigurosidad: la ropa se desinfecta, se selecciona por edad, género y estado, y lo que no sirve, se recicla.
En la planta alta de su casa funciona una biblioteca solidaria, equipada con libros, computadoras y espacios de estudio. “Quien necesite concentración, refugio o conocimiento, tiene las puertas abiertas”, afirma.
Susana no está sola. La acompañan voluntarias, a las que llama “jefas”, y que organizan, embalan y preparan todo para cada salida solidaria. Detrás de cada entrega hay un sistema meticuloso que Susana y su equipo manejan con compromiso y orden. Las donaciones, que pueden ir desde ropa hasta muebles, pasando por utensilios de cocina o libros, llegan a su casa-fundación, donde son recibidas por voluntarias con años de experiencia. Todo se desinfecta con amonio cuaternario, una técnica que incorporaron durante la pandemia y que permite higienizar cualquier objeto, desde colchones hasta prendas. Luego, la ropa se clasifica cuidadosamente por edad, género y estado: lo que está manchado o dañado se deriva al sector de reciclaje, mientras que lo que está en condiciones dignas se prepara para ser entregado. “Siempre digo que hay que dar como si fuera para Jesús”, repite Susana. Las entregas, mayormente dirigidas a zonas alejadas como Valle Fértil y comunidades huarpes de Cochagual y Lagunas de Guanacache, lugares donde todavía no llega la electricidad ni el agua corriente.
Su trabajo la llevó hasta Leo Messi
Durante once años, Susana fue parte activa de la Fundación Leo Messi, sumando su experiencia y compromiso a proyectos que buscaban mejorar la vida de personas en situación de vulnerabilidad. Su tarea allí no solo reforzó su vocación de servicio, sino que le permitió ampliar su alcance y colaborar en acciones de mayor escala.
“Fue una etapa hermosa, donde aprendí mucho y también aporté lo que sabía hacer: ayudar con dignidad y corazón”, recuerda con orgullo. En varias oportunidades viajó a Rosario, donde tuvo la posibilidad de compartir con Jorge Messi, padre del astro argentino.
Embed - Colaboramos con Solydar en el día de... - Fundación Leo Messi
Abrazos, caramelos y enseñanzas: las historias que nunca olvidará
A lo largo de su camino solidario, Susana fue cosechando momentos que le dejaron marcas imborrables. Como aquella vez en un asentamiento, donde un niño de 8 años, que había estado trabajando en la finca con su padre, llegó tarde al festejo del Día del Niño y pidió tímidamente si quedaba algún regalo. Lo único disponible era un camioncito sin ruedas, envuelto con cariño. “Gracias, señora”, dijo con una sonrisa que valía más que cualquier juguete nuevo. O el día en que, visitando una zona rural, un niño le pidió caramelos y, al recibir solo dos, partió uno en tres para compartir con sus hermanitos. Pero si hay una historia que aún le aprieta el pecho, es la de un pequeño internado con gangrena en una pierna, que le pidió que le cantara una canción. Días después, le contó que había soñado con Jesús, quien le dijo que ya podía correr.
Una voz para los que no tienen voz: su paso por Radio Nacional
Durante casi 15 años, Susana llevó su compromiso solidario a las ondas de Radio Nacional con un programa llamado “Por los que menos tienen”. Fue el único espacio radial de ese tipo en la emisora, dedicado íntegramente a visibilizar las necesidades de personas y comunidades vulnerables. Desde allí no solo pedía ayuda, sino que contaba historias, compartía reflexiones y tejía una red de solidaridad que iba más allá del micrófono. “Nunca nos pidieron nada a cambio. Era un servicio, como todo lo que hacemos. La radio fue una extensión de lo que vivo cada día”, recuerda con gratitud.
Susana de Mercado no es una monja, pero es una santa cotidiana. De esas que no esperan agradecimientos, que enseñan que la dignidad también se entrega en una bolsa bien doblada, y que el amor verdadero se mide en kilómetros recorridos para alcanzar al que quedó más lejos.
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Julián Weich también colaboró con la fundación
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Larry de Clay en una movida solidaria de Fundación Solydar
A sus 75 años, dice que seguirá adelante "hasta que le toque el turno". Y cuando ese día llegue, no hará falta ninguna estatua. Bastará con recordar que, en una casa sanjuanina, una mujer dedicó su vida a abrigar con manos, con alma y con fe. Quiénes quieran colaborar pueden hacerlo acercándose a Mariano Moreno 270 sur, Rivadavia, o comunicarse al 0264 15-672-9681.