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Opinión

Semana 13: Vivir sin Buenos Aires y el espíritu del terremoto

Con el 90% de los contagios concentrados, el difícil desafío de esquivarlos. Solidaridad en cuestión para los sanjuaninos y el recuerdo del 44.

Por Sebastián Saharrea

A Eduardo Lazo, los sanjuaninos pueden conocerlo mejor por su grado militar: el capitán. Pocos sabrán que esa condición le deviene de su servicio en las fuerzas armadas chilenas, en la que reportaba en 1944 cuando le fue encargada la misión de conducir un biplaza desde Santiago a San Juan para asistir a las víctimas del terremoto con elementos médicos, leche y personal.

Fue en esa circunstancia en la que perdió la vida y se convirtió en un emblema de la solidaridad, al punto de ser acarreado a condición de nombre para un barrio: el de uno de los más populosos de Rawson. Junto a otros ocupantes de aquella nave chilena que acudió al llamado de sus vecinos en la tragedia del desastre natural sanjuanino y que fallecieron cuando la nave se estrelló en su escala mendocina. La enfermera Medina por Ángela, también ocupante de ese avión siniestrado, el mecánico Mella o el médico Bardiani, éste último argentino pero también viajero de aquella asistencia enviada por Chile.

Fueron 12 las víctimas de aquella desgracia en medio de la desgracia, motivada por la infinita solidaridad chilena apenas 5 días después de aquel 15 de enero. Nombres y apellidos que desde ese momento fueron incorporados a nuestra vida, naturalizados como propio pero con una historia de sensibilidad detrás. Conviene tenerlo en cuenta cuando se invierte el tanteador: ahora son los chilenos los que levantan la mano por su desesperante situación ante la pandemia.

Y siempre es mejor mirar para adentro y analizar a fondo si se puede ayudar, antes que esa expresión automática de individualismo e insensibilidad, de rechazo, lo opuesto a lo que expresaron aquellos valerosos chilenos que no dudaron en cruzar los Andes y dejaron su propia vida.

No olvidar la historia puede poner a salvo de cualquier injusticia, o falta de retribución. Está claro que aquella emergencia del terremoto no es lo mismo que ésta del Covid, la viven tanto desde el otro lado de la cordillera como acá mismo. Con una diferencia de escala: mientras Chile es el país con mayor cantidad de muertos por millón de habitantes del mundo, Argentina viene piloteando entre los menos impactados por ahora (manteniendo el pulso en la madera) y la región cuyana todavía cuenta entre los menos desfavorecidos dentro del país.

Cuentan las noticias del otro lado del límite que la situación es desesperante: camas al borde del colapso, contagios crecientes, un gobierno que no le encuentra la medida a las decisiones y reemplaza ministros de salud. Desborde sanitario gigante que los obliga a pensar alternativas. Y en ese contexto es que se produjo la sugerencia de un legislador chileno a Argentina de apelar a la vena solidaria, la misma a la que acudiríamos los argentinos si nos ocurriera lo mismo, o los sanjuaninos cuando la recibimos aún sin haberla pedido.

Pensar, por caso, en no mandar enfermos de Covid sino pacientes de otras patologías que en Chile ocupan plaza e impiden la atención de las víctimas de la pandemia para descomprimir el sistema. Argentina no está libre de convertirse también en territorio descontrolado del Covid, especialmente Buenos Aires. Tampoco Cuyo o San Juan aparecen desacoplados de los riesgos que enfrenta el mundo: en un chasquido de dedos puede pasar a reportar de un lado a otro.

Pero la realidad es que hoy aparecen más aliviados que el resto de los vecinos, lo suficiente como para que evitar las respuestas automáticas e individuales, descomprometidas de las emergencias ajenas, de la sensación de vivir en un tupper, aislados del mundo. Ese no granítico, automático, en parte motivado por la desinformación sin siquiera reflexionarlo, conduce a la insensibilidad. No es fácil, es cierto. Hasta puede no ser posible. Pero un rechazo in límine no es de buen vecino.

Sin referirse puntualmente a esto, de ese espíritu del terremoto es al que aludió el intendente capitalino Emilio Baistrocchi en Paren las Rotativas el martes pasado. No se refirió a lo de Chile pero sí a lo que se vive puertas adentro de la provincia, esa insólita conversión de las víctimas en delincuentes. Esa falta de empatía con lo que le pasa al otro, si ese otro padece una tormenta de la que sólo es “culpable” de contagiarse.

Se vivió con dolor en los primeros casos de San Juan, rompieron la inercia los dos jóvenes que sufrieron los dos últimos. Pusieron la cara, se identificaron pese a las sugerencias en contrario. Insólito que deban hacerlo para evitar un escrache, así estamos. Pero consiguieron alejar fantasmas, convertir en cotidiano lo que se asumía una anomalía intolerable. Habrá nuevos casos, cómo escapar al desastre nacional. Se espera, eso sí, menor dosis de paranoia.

Una sensación que parece habitar el inconsciente colectivo provincial sin remedio. Desde el punto de vista de las cifras, San Juan ocupa un casillero de privilegio a nivel sanitario y también a nivel económico. Hay 7 casos locales contra más de 100 en Mendoza –donde el caso 98 también motivó denuncia penal y revuelo por las condiciones, como los casos 3 y 4 en San Juan-, 11 en San Luis, casi 70 en La Rioja.

En San Juan ya se comenzó el pago del aguinaldo al sector estatal, mientras en Mendoza se postergó para setiembre y en cuotas. El sector privado es un tembladeral acá y allá, pero lo público tracciona siempre. Mejor dicho, es lo único que tracciona. Sin embargo, en Mendoza no se percibe un clima belicoso en algunas franjas de la sociedad como sí se advierte en San Juan, pese a la desventaja sanitaria y económica.

Y eso que Mendoza también atravesó contagios masivos por el ingreso de pacientes con el virus. Tampoco en La Rioja, de menos habitantes que San Juan pero muchos más contagios. Y ni qué hablar de Buenos Aires, el foco nacional de la pandemia que ha llevado a la capital a bordear la línea del descontrol y se permite medidas como los masivos runnings nocturnos, el ingreso indiscriminado al transporte público o el desmanejo de los controles en barrios humildes sin que a Larreta se le venga el techo debajo de las recriminaciones de la gente. Con el jefe de gobierno porteño, incluso, guardado luego la reunión política con María Eugenia Vidal que ocurrió sin haber debido ocurrir y que repartió el virus en varios dirigentes y funcionarios del PRO. Motivo para la reflexión.

Capital Federal y Buenos Aires concentran menos del 50% de la población en el país, pero se llevan más del 90% de los casos positivos de coronavirus. Tamaño desbalance entre el núcleo más poblado y el resto, con las excepciones de las alertas vigentes en Chaco y Río Negro, denotan la presencia de dos países.

Uno con un descontrol flagrante y en ascenso: a números del viernes, de los 37.510 contagios nacionales, 33.435 se producen en el eje Capital-provincia de Bas. As. Y otro, relativamente controlado y en el cual San Juan opera en la franja menos golpeada por el virus.

El dibujo geográfico es inédito en todo el mundo por su nivel de concentración en un solo punto de un país. Y deja un planteo de cajón: sencillo sería para el resto del país, el menos afectado por la pandemia, proponerse una resurrección esquivando a la gran capital.

Algo así como reabrir los límites interprovinciales, colocados por las propias provincias para resguardarse, animarse de a poco y con el tiempo con San Luis o Mendoza, por ejemplo para el caso de San Juan, pero evitar cualquier contacto con Buenos Aires.

Lo padeció Formosa de una manera ejemplificadora de la situación: pasó de un día para otro de 0 a 24 casos. ¿Qué pasó? Un trabajador que llegó desde Buenos Aires fue alojado en un centro junto a otros viajeros, con el error de juntarlos, todos con coronavirus.

Cualquier contacto con Buenos Aires es un riesgo. Pero a la pregunta sobre si un país como el nuestro puede animarse a ser activado sin su capital, encuentra una inmediata respuesta contundente: no. Podría ser con mayúsculas, lo impone una realidad dolorosa: la de un país diseñado desde su nacimiento con todos sus sistemas –económico, político, de transporte, de vías de comunicación, de medios de información, de cualquier otro tipo- haciendo ombligo en Buenos Aires.

Entonces todo debe hacer escala allí. Desde la administración del país por completo hasta la provisión de alimentos para el resto del país. Desde cualquier tipo de comercio –on line, mayorista- hasta un mísero partido de fútbol. ¿Por qué no pueden volver los torneos, como lo hacen en el resto del mundo con el pico ya atrás, y otros con la montaña adelante como Brasil? Porque nadie quiere, ni puede, pensar en ir a Buenos Aires. Si hasta hace unos días los equipos porteños que manejan la AFA le hicieron berrinche a los jugadores de Godoy Cruz por ir a entrenarse a una finca, para que no les saquen supuesta ventaja.

Nadie estará a salvo en Argentina, si no está a salvo el AMBA. Con el ritmo de contagios en alza y lo peor aún por venir, otra intriga que carcome: ¿Cuánto falta para que desde Bs As pregunten al resto del país si hay alguna cama desocupada?

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