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Amor, sangre y leyenda- Por Gustavo Martínez Puga

El chalet Santa Mariam nació hace 101 años como un regalo de bodas. Lo compraron por catálogo. Fue traído en barco desde Inglaterra hasta Buenos Aires y llegó en tren a Pocito, donde albergó mil y una historias.

Por Redacción Tiempo de San Juan
Ubicado por Calle 5, 100 metros al Oeste de calle Lemos, frente a la fábrica de conservas de tomates, un imponente chalet inglés lleno de misterio parece esconderse detrás de un frondoso jardín. Su historia y su origen son un libro abierto con historias de amor, sangre y resistencia escrita por las familias que lo habitaron y soportaron los embates del tiempo en medios de leyendas populares.

Amor
Un misterioso inglés llamado Mister Ash, del que no se conoce su nombre de pila y que se supone que habría llegado a la provincia con el ferrocarril, contrajo matrimonio con Martha Videla, heredera de una propiedad de 1 millón de metros cuadrado en Pocito. Y como regalo de casamiento adquirieron por catálogo el chalet Santa Miriam.

Guardadas en cajas, todas las partes fueron enviadas desde Inglaterra en barco hasta el puerto de Buenos Aires. El personal que viajó para levantarlo subió esas partes al ferrocarril San Martín y las acompañaron hasta la propiedad del matrimonio Videla-Ash, quienes habían tenido que buscar mano de obra para ser capacitada por la empresa constructora Humphreys, Ltd., de Knighsbridge, Londres.

Así pudieron levantar el chalet que cumplió 101 años. La casa tiene cuatro fachadas totalmente diferentes. En tres de ellas se encuentran puertas de ingreso. La fachada principal está hacia el Este, mirando las vías del ferrocarril San Martín y no la Calle 5, la cual era un simple callejón de servidumbre en 1910, cuando empezó la construcción del mismo, y no la calle principal como lo es hoy en día.

Suponen que esa ubicación se debió a que la Estación Villa Krause iba a construirse en los terrenos del frente al chalet, además de que en esos años el tren era el principal medio de transporte y se detenía para cargar y descargar frente a esas casas imponentes.

El chalet consta de ocho ambientes de grandes proporciones, distribuidos entre salas de estar, escritorio, espacio para la servidumbre y, en la planta alta, cuatro dormitorios, uno de ellos con cambiador y baño. La base de la casa es una muralla de ladrillos y consta de una cámara de aire de un metro de altura. Y en el techo hay otra cámara de aire para la refrigeración, en la cual está la cabreada que sostiene el techo y entre la que aún está el tanque de agua y las chimeneas de las cuatro estufas con las que se calentaba la casa.

Hoy en día conserva las maderas de los pisos, las puertas, ventanas, llaves de la luz y otros detalles de la construcción original, como las barandas de las galerías externas.
Desde que fue levantada, la vivienda poseía instalación de sistema eléctrico y agua, la cual provenía del regadío y tenía un sistema de filtros por decantación en tres cisternas comunicadas entre sí para hacerla potable. Mediante un sistema conectado a una cocina a leña, la casa tenía agua caliente. El sistema eléctrico se abastecía con un generador propio.

La construcción es típicamente inglesa, con detalles arquitectónicos como las características ventanas bow Windows, techos a dos aguas de lata contorneados de alcantarillas y todas las terminaciones finas y molduras hechas en madera.

Sangre
En el espacio reservado para el escritorio de la casa, el 25 de marzo de 1941, unos sicarios ejecutaron al  segundo propietario del chalet, Pablo Pósleman, un turco que había llegado a la provincia a ganarse la vida como comerciante importador –sus comercios eran “Tienda San Pablo” y “Molino harinero San Pablo”, prestamista y concejal en la Municipalidad de la Capital.

Así hizo fortuna y se dio lujos en vida, como adquirir el chalet o tener uno de los primeros automóviles que llegaron a San Juan, para el cual hizo construir la actual entrada por la Calle 5. También se le reconoce por haber hecho obras de caridad para con los niños pobres.

Además de matarlo a sangre fría, alrededor de las nueve de la noche, también le robaron los valores y los papeles de sus propiedades que tenía en la caja fuerte, cuya llave llevaba siempre entre sus ropas. La investigación del crimen siempre estuvo llena de irregularidades y nunca se esclareció.

Según publicó en su momento el diario La Reforma, el chofer fue el entregador del secuestro que Pósleman había sufrido en 1936, antes del crimen. El diario informó que ese chofer trabajaba como policía y era concubino de una de las sirvientas al momento de la ejecución.

Pósleman había hecho negocios con el matrimonio Videla-Ash, del cual no hubo descendientes, y luego se quedó con el chalet y gran parte del terreno. Los herederos de Pósleman son quienes aún conservan el chalet y lograron mantenerlo a salvo de los intentos de expropiaciones para demolerlo y construir barrios.

Leyenda
Tal vez el crimen de Pablo Pósleman fue el puntapié para que el chalet empezar a llenarse de leyendas. Una de ellas es que los antiguos vecinos siempre decían, sin ningún asidero, que la casa era “giratoria” y que los dueños iban orientando las fachadas a su propio gusto.

Otra creencia popular es que las paredes son de corcho. Nada cierto: las mismas son placas de cemento, las cuales se apoyan sobre una estructura de vigas de madera y se unen entre sí mediante listones finamente instalados que tapan las juntas.

El origen de esa creencia popular podría darse en una errónea descripción periodística sobre las paredes que apareció en el diario cuando fue el crimen de Pósleman, donde se dijo que las paredes eran de corcho. Se cree que popularmente se alimentó ese error por el aspecto de panel de madera que le dio la pintura original de la casa.

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