El tucumano Manuel Ignacio Palomino empezaba a volver en sí tras la borrachera. Ahí cayó en la cuenta que lo que veían en ese ranchito de adobe de un sólo ambiente resultaba algo extremadamente serio, su amigo el viejo Antero Díaz estaba muerto. Mejor dicho, asesinado. Su cuerpo presentaba cuatro heridas punzantes en el pecho producto de los cuchillazos que él mismo le había propinado.
Más tarde, el dosaje a Palomino arrojó que poseía 1,20 gramos de alcohol en sangre. Un estado de embriaguez importante. Y si se sacaba cuenta las horas transcurridas desde que ocurrió el crimen, se llegaba a la conclusión que la noche anterior había estado muy pasado de la borrachera.
Es incierto todo lo que pasó la noche del domingo 6 de junio de 1982 en esa piecita de la finca Ginestar, en la calle Aviadores Españoles en Ullum. Los policías de la Comisaría 15ta tenían apresado al presunto homicida, ese changarín tucumano de 43 años de apellido Palomino, pero no le encontraban una respuesta valedera al brutal crimen del jornalero Antero Díaz de 71 años.
“Tiene sangre”
Parte de esta Historia del Crimen comenzó en horas de la siesta del lunes 7 de junio de 1982. El viejito Díaz, de 71 años, no se había presentado a trabajar esa mañana. El tucumano Palomino, en cambio, cumplió la jornada matutina, pero al mediodía se ausentó por un rato y más tarde volvió nervioso.
“Mercado. Mercado. Antero (por Díaz) está muerto en su rancho y tiene sangre…”, exclamó el tucumano, tratando de pedir ayuda al encargo de la finca, Alberto Mercado. Este último caminó hasta la pieza de Díaz y constató la veracidad de los dichos de Palomino. El viejo permanecía sobre la cama, de costado. No se movía, su cuerpo estaba frío y con manchas evidentes de sangre.
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La noticia. Diario de Cuyo publicó una nota en relación al asesinato.
El encargado de la finca se trasladó a la seccional y comunicó a los uniformados sobre hallazgo del cadáver. “Al parecer está sin vida”, dijo, buscando no comprometerse. Esa tarde, una comisión policial entró a la finca Ginestar y confirmó la existencia de un asesinato. Ahí también detuvo a Manuel Ignacio Palomino y llevaron en calidad de demorados a otros peones rurales que se encontraban en la propiedad. El tucumano era la última persona que había estado con Díaz.
Desnudo y acuchillado
El médico legista de la Policía y el forense certificaron que Díaz llevaba muchas horas de fallecido. Estimaron que su deceso se produjo la noche del domingo 6 de junio de 1982. Constataron que sólo vestía una camisa desprendida y las medidas. No llevaba el pantalón ni el calzoncillo. Eso generó muchos interrogantes.
Mediante la autopsia determinaron que el hombre mayor recibió 4 cuchillazos en la zona del tórax y dos cortes en la mano izquierda. Estas últimas heridas dieron a entender que el viejo Díaz intentó defenderse o cubrirse de los puntazos propinados por su atacante, pero los cuchillazos en el pecho fueron las heridas letales.
La última curda
Alberto y Eulalio Mercado, los encargados de la finca, revelaron a los policías que Díaz estuvo bebiendo con Palomino el día anterior. Este obrero rural también vivía dentro de la finca, pero como a 300 metros del rancho de Díaz y lejos de la casa de los encargados. Eso colocó cómo único y principal sospechoso al tucumano, aunque no hizo falta preguntarle demasiado.
Palomino admitió su autoría en el crimen cuando dimensionó lo que estaba pasando y comprendió que no tenía escapatoria. “Era mi amigo. No sé por qué lo maté. Fue el vino… A veces el alcohol me pierde”, confesó.
Pidió a los policías que lo acompañaran hasta el tronco de un árbol ubicado a 100 metros del rancho de la víctima y les señaló dónde había escondido el cuchillo que utilizó en el asesinato. En ese lugar encontraron una bolsa plástica que envolvía el reloj Okusai de la víctima, que él mismo le arrancó tras acuchillarlo. Tanto en el arma blanca, como en la bolsa y en el reloj, encontraron restos de sangre.
La declaración del tucumano Palomino ante el juez Raúl Iglesias, del Cuarto Juzgado de Instrucción, echó luz sobre el asesinato y cómo se dieron los hechos –en parte- el domingo 6 de junio de 1982.
La confesión
El changarín relató que la mañana del domingo se reunió con Díaz y Roberto Mercado, pero este último luego se marchó. Llegado el mediodía, él junto al viejo Antero fueron a pedirle vino a Eulalio Mercado y consiguieron un litro y medio que bebieron en ese lapso en que cocinaron y almorzaron.
Recordó que aproximadamente a las 15 del domingo caminaron hacia un almacén de la zona y trajeron otros dos litros de vino, que tomaron durante la tarde. Explicó que no se acordaba si compraron más alcohol, pero reconoció que estaban ebrios y que llevó a Antero Díaz a su pieza cuando cayó de noche.
Palomino aseguró que estaba borracho, pero confesó el crimen y relató parte de lo ocurrido. Apeló a decir que no recordaba todo lo sucedido.
Manuel Palomino parecía tener lagunas mentales que le hacían recordar algunos pasajes y otros se le habían olvidado. Relató que acompañó a Díaz sosteniéndolo, que el viejo se enojó porque no quería irse a dormir y que le lanzó unos golpes de puño mientras lo sentaba en su cama.
Desmemoriado
El tucumano aseguró que la actitud violenta de Díaz lo puso “nervioso” y ahí reaccionó contra él. Sin dar explicaciones de por qué se alteró tanto, admitió que esos momentos sacó su cuchillo y de la rabia le dio el primer puntazo en el pecho. No supo decir qué pasó después o por qué siguió acuchillándolo. Creyó haber escuchado que Díaz insultó a su madre fallecida y que después le gritó: “¡Negro, por qué me pegas!”
Frente a la pregunta de por qué su amigo estaba desnudo de la cintura para abajo, respondió que “a lo mejor, peleando con la muerte es que se sacó el pantalón y el calzoncillo (sic)”, según se señala en la sentencia.
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Esclarecimiento. Esta nota de Dario de Cuyo ralata sobre la detención del homicida.
En otro tramo de su declaración, relató que dejó a su amigo tirado sobre su cama y salió de la finca con la idea de buscar a la Policía. Al poco andar, se sentó sobre el sifón de un canal a un costado de la calle Aviadores Españoles. Meditó un rato mirando el piso. El frío y la tensión que traía le hizo pasar la curda y le entró el temor. Ahí se puso de pie, dio la vuelta y volvió a la finca.
Regresó en silencio a su piecita y se acostó buscando conciliar ese sueño que le hiciera olvidar el rostro de su amigo muerto. A la mañana siguiente despertó con una fuerte resacada, tomó una tasa de mate y se fue a trabajar procurando no pensar en lo ocurrido el día anterior.
El regreso a la escena del crimen
Contrariamente, cada escena de esa noche, la sangre salpicando y la imagen del viejo Díaz tendido sobre la cama lo atormentaron durante toda la mañana. Esas secuencias no se le iban de la cabeza. Fue así que, llegado el mediodía de lunes, el changarín abandonó la cuadrilla y regresó al rancho de Antero.
Posiblemente quiso constatar que aquello no había sido una pesadilla. Entró a la pieza de adobe y confirmó que el cadáver de su amigo aún estaba allí. Después de unos segundos cerró la puerta y concurrió a la casa de Mercado a contarle que Díaz estaba muerto.
Todo esto lo declaró en sede judicial y esa confesión le valió el procesamiento y el encarcelamiento hasta el juicio. En junio de 1983, Manuel Ignacio Palomino fue condenado a la pena de 10 años de prisión por el delito de homicidio simple.
El juez consideró que Palomino actuó con insensibilidad e indiferencia. Esto porque mató a su amigo de cuatro cuchillazos, después se fue a dormir y al otro día trabajó normalmente.
El abogado defensor pidió que absolvieran al changarín con el argumento de que cometió el asesinato bajo los efectos del alcohol y no era conciencia de sus actos. El juez que lo juzgó consideró que estaba ebrio, pero sostuvo que eso no le hizo perder la noción y, por el contrario, hubo dolo.
Por otro lado, el magistrado valoró el arrepentimiento de Palomino, su bajo nivel cultural y la ausencia de premeditación en el asesinato. Sin embargo, tomó como agravante la condena anterior que cargaba por el delito de robo, “la perversidad brutal” y la “insensibilidad” con que actuó en el ataque y la “indiferencia” que mostró posteriormente, dado que se fue a dormir y al otro día salió a trabajar como de costumbre.
El tucumano atribuyó el crimen a la abundante ingesta de alcohol, pero hubo otra cosa. No fue casual tanta violencia desenfrenada que se tradujo en esos cuatro cuchillazos. También quedó en la nebulosa por qué la víctima estaba desnuda y si hubo también un intento de violación.