Hoy se habla cada vez más de los traumas generacionales: heridas emocionales que no empezaron con nosotros, pero que nos afectan igual. Se heredan como quien hereda una receta, una forma de amar o una frase que se repite desde la infancia. Pero en lugar de ayudarnos, nos frenan, nos duelen o nos confunden.
¿Qué es un trauma generacional?
Es un dolor que viene de antes. Algo que tal vez vivieron nuestros abuelos o padres: abandono, pobreza, guerra, maltrato, migración forzada, pérdidas. Muchas veces ni siquiera se habla de eso. Pero de alguna forma, lo que no se dijo quedó flotando en el ambiente familiar. Y se transmite, no con palabras, sino con gestos, actitudes, silencios y miedos.
Frases que duelen más de lo que parece cuando vienen de tu entorno familiar:
- “Acá nadie te va a regalar nada.”
- “No te quejes, hay gente que está peor.”
- “Si no sufrís, no vale la pena.”
- “Los hombres no lloran.”
- “Agradecé lo que tenés, no pidas más.”
- ”Esto es lo que hay y punto!!!”
¿Te suenan? Son frases que vienen de generaciones marcadas por la escasez, la exigencia o el dolor. En su momento, servían para sobrevivir. Pero hoy, en muchos casos, nos limitan más de lo que nos cuidan.
El escucharlas constantemente nos hace frenar nuestras emociones, quizás nuestros proyectos o ilusiones y nos aleja de la verdadera esencia que deseamos.
Les voy a contar un caso que hace unos días tuve en el consultorio y que me inspiro a escribir esta nota. Ejemplo real: el miedo sin causa
Paula tiene 36 años, trabaja, vive sola y está bien económicamente. Pero siempre tiene miedo de “quedarse sin nada”. Compra comida de más, guarda plata “por las dudas” y se siente culpable si se da un gusto. En terapia descubrió que su abuela llegó al país escapando de una guerra, sin nada. Ese miedo se metió en la familia como un fantasma que nadie nombró, pero que todos sintieron.
En su casa siempre se vivía austeramente, solo había que ahorrar y guardar. Sus primeras vacaciones a conocer el mar con 29 años, las vivió como un trauma ya que fue criticada por “malgastar el dinero”, desde su entorno más cercano, al punto de su padre dejarle de hablar durante un tiempo por “no tener cabeza”.
De a poco Paula ha ido comprendiendo que lo trasmitido no le pertenece, y que esa herencia no la acepta, y la rechaza. Hoy agradece la parte positiva de su educación, porque le ha permitido ser ordenada, y con 36 años tener una casa modesta pero en propiedad, y un auto, pero rechaza tener culpas por tomarse vacaciones o comprarse un perfume.
Ha evolucionado, ha crecido emocionalmente, y aun con heridas abiertas, continua un proceso de sanación.
¿Cómo se corta esta cadena?
Lo más importante: no estás condenado a repetir la historia. Aunque heredemos ciertas creencias o heridas, podemos elegir otro camino. Acá algunas ideas para empezar a soltar lo que no te pertenece:
Conversa con tu familia. Pregunta. Escucha historias. Tal vez descubras cosas que te ayuden a entender por qué ciertas actitudes se repiten. Y si no tienes mucha información, puedes reconstruir desde tus sensaciones. Tu cuerpo también recuerda.
¿Qué cosas haces solo porque “así se hizo siempre”? ¿Qué frases te acompañan desde chico/a y ya no te sirven? Anótalas. Ponerle nombre a lo que pesa es el primer paso para soltar.
Muchas veces seguimos ciertos patrones por lealtad inconsciente: “si ellos sufrieron, ¿quién soy yo para estar bien?”. Pero sanar también es honrar a los que vinieron antes. No nacimos para repetir el dolor, sino para transformarlo.
- Busca ayuda si lo necesitas
La terapia, el coaching o incluso hablar con personas de confianza puede ayudarte a ver lo que solo no se ve. Sanar no es olvidar, es entender y seguir adelante.
Un nuevo legado
Nuestros padres y abuelos hicieron lo que pudieron con lo que tenían. Algunos con amor, otros con dolor. Hoy, tu puedes elegir qué parte de esa historia quieres seguir y cuál ya no más.
No tienes que cargar con todo. Lo que no se sanó en ellos, puede empezar a sanar en vos.
Escrito por Carlos Fernández Coach y psicólogo.
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