Alfredo Ávalo ya peina canas pero no le tiembla el pulso para hacer la caligrafía exquisita, con un pincel que dejará para siempre su huella en un muro de una esquina céntrica. Su trabajo, su oficio, es un arte. Y está casi perdido, entre la vorágine de los diseños digitales que se consiguen por dos mangos en internet, plasmados en vinilos que se pegan con lo que a uno se le dé la gana. Lo de él es otra cosa, es un himno a lo artesanal. Y le da todavía para ganarse la vida, aunque ya esta tradición tiene fecha de vencimiento.
jueves 28 de marzo 2024