“Ya se le pasará”, pensó doña Ema, pero su hijo Rolando vivía ensimismado y esa mañana del viernes 13 de diciembre de 1985 no cambió su extraña rutina. Caminó por la vieja casona de calle Falucho y se paró bajo la galería del fondo como mirando a la nada. En esos instantes entró su tío Eliz Mario Ibáñez, quien iba a buscar una herramienta y no se pudo callar cuando observó al muchacho apoyado en una columna. “¡Qué hacés ahí! ¿Por qué no vas a buscar trabajo? Les gusta estar de vago nomás”, reprochó el hombre mayor, que furioso le largó una patada a su sobrino.
Rolando Javier Alfaro lo miró y su rostro se transformó. Apretó fuertemente sus dientes, frunció las cejas, cerró los puños y con los ojos bien abiertos, pero sin quitarle la vista a su tío, arremetió con furia contra él. Con toda su rabia le lanzó una trompada y tumbó al hombre de 60 años, pero no se quedó con eso. Se le abalanzó arriba de él y continuó pegándole en el piso.
Falucho.jpg
El brutal asesinato se produjo en un domicilio de esta zona de Desamparados.
“Perdoname, perdoname. ¡Era una joda!”, suplicaba Eliz, pero Rolando estaba enceguecido. Su hermana Nelda, que lavaba ropa en otro sector de la casa, escuchó los gritos y corrió a ver qué pasaba. Ahí encontró a su hermano Rolando golpeando a su tío en el suelo. La chica tironeó al muchacho por la espalda con intenciones de retirarlo. “¡Dejalo!¡Soltalo, soltalo!”, exclamó, pero el joven no la escuchó ni dejó de agredir a su tío. Doña Ema también se acercó a separarlos y tampoco tuvo suerte. El joven seguía ensañado con Eliz.
Como no podían detener al muchacho, las mujeres desistieron y corrieron a la calle a buscar ayuda. En ese instante Rolando se paró, caminó hasta la puerta del baño y tomó una pala de obra. Y volvió con más ira contra su tío, a quien empezó a pegarle en la cabeza con la hoja de acero de la pesada herramienta. Le golpeó tantas veces y con tal fuerza, que partió el mango de la pala.
Nada lo calmó. Rolando estaba hecho una fiera y el horror parecía hacer interminables esos contados minutos. Porque después tiró el mango de la pala rota y buscó un cuchillo de cocina. A pesar de que Eliz Ibáñez tenía ya el cráneo destrozado y no respondía, el muchacho lo atacó a puntazos para rematarlo en la galería de la casona. En medio de ese cuadro de locura algo le pasó, que tuvo un breve instante de lucidez y dejó de acuchillar a su tío al ver su imagen aterradora, completamente ensangrentado.
Rolando se dio cuenta de lo que acababa de hacer, entonces se dirigió a la cocina, arrancó un cable de la corriente y lo tomó de sus extremos con el propósito de matarse mediante una descarga eléctrica. Dio la casualidad de que esa mañana habían cortado el suministro de energía en la zona, así que no concretó ese primer intento suicida. Pero persistió en su idea. Agarró una tijera y se la clavó en el pecho. En ese mismo instante aparecieron Nelda y su otro hermano Félix, quien justo llegaba a la casa de visita. Entre los dos lograron arrebatarle la tijera al muchacho y lo sujetaron para calmarlo, mientras él respiraba agitado y balbuceaba palabras incoherentes.
Titular.jpg
El titular de Diario de Cuyo que da cuenta el estremecedor episodio ocurrido el 13 de diciembre de 1985.
Esa mañana del 13 de diciembre de 1985, sacaron esposado y fuertemente custodiado a Rolando Javier Alfaro y lo llevaron a la guardia del Hospital Guillermo Rawson para curarle la herida de arma blanca en el pecho. Las puntas de la tijera no habían entrado profundamente, de modo que solo sufrió una lesión leve. El médico que lo atendió explicó que tenía el cuadro de una persona alienada.
En la casa todo era espanto. Los policías de la Comisaría 4ta, el médico legista y el entonces juez José Enrique Domínguez constataron en persona las múltiples heridas que presentaba el cadáver de Eliz Mario Ibáñez. Contabilizaron ocho heridas punzocortantes, la mayoría en el tórax y el cuello, a la vez que confirmaron el estallido de cráneo producto de los golpes con la hoja metálica de la pala de albañil.
Esto solo podía ser obra de una persona fuera de sus cabale; esa fue la conclusión de los investigadores. Además, la madre del joven y su hermana comentaron que en los momentos previos al aterrador ataque no vieron ni escucharon algún incidente de gravedad entre Rolando y su tío como para explicar tal reacción. Tampoco refirieron que existieran conflictos familiares que justificaran la acción del muchacho.
Los tres hermanos y la madre de Rolando coincidieron en relatar que, desde su regreso de Chubut el 2 de diciembre de ese año, Rolando era otra persona. Ya no era ese joven divertido y charlatan con ellos. “Estaba totalmente cambiado”, aseguró Ema a los policías. Nelda recordó que su hermano jamás explicó en detalle por qué volvió del sur, apenas contó que le hacía mal el ruido de las máquinas de la fábrica textil en la que trabajaba, pero no habló de alguna enfermedad o de un problema en concreto que hubiera tenido.
Comisario Antonio Mercado.jpg
El comisario Antonio Mercado, jefe de la Comisaría 4ta. de Desamparados, quien investigó el asesinato. Foto de Diario de Cuyo.
La chica mencionó que, semanas antes, había encontrado pastillas entre las pertenencias de Rolando y lo único que le dijo fue que se las había recetado un médico. En relación con esto, la joven agregó que el jueves 12 de diciembre acompañó a su hermano al puesto sanitario del barrio Del Carmen para que un médico le recetara esos medicamentos. Ahí recordó que Rolando le confió que hacía tres días que no los tomaba y que el doctor no pudo extenderle la receta porque le explicó que él era un médico clínico y ese tipo de pastillas debía ser prescripta por un psiquiatra.
La incomprensible actitud del muchacho, los testimonios de su familia y la presencia de esa medicación revelaban que a Rolando Javier Alfaro le pasaba algo. Después, se constató que las cuatro pastillas que tomaba el joven, de 25 años, eran dosis para una persona con alteraciones mentales.
En una primera y única indagatoria, Rolando Alfaro afirmó: “No sé por qué lo hice”. Ya tranquilizado y estabilizado con su medicación, detalló los momentos previos a la agresión y dijo que su tío lo llamó vago y le pegó una patada. “A partir de ahí no me pude controlar, no sé qué pasó”.
Desde su regreso de Chubut, su familia notó que ya no era el mismo. Lo que no sabían sus hermanos y su madre era que Rolando Alfaro sufría esquizofrenia paranoide y tenía alucinaciones constantes.
Los familiares desconocían antecedentes psiquiátricos en el joven y recordaron que muchos años atrás tuvo un accidente, pero nunca notaron que eso hubiese dejado secuelas mentales. De hecho, Rolando había cumplido el servicio militar en la Infantería de Marina y fue destinado al sur del país. A principios de 1985, por medio de una hermana, probó suerte en Trelew, Chubut, y entró a trabajar en una fábrica textil.
En ese tiempo, evidentemente, su salud mental se agravó. Los investigadores judiciales pidieron colaboración a la Justicia y la Policía chubutense para que averiguaran sobre la estadía de Alfano en esa provincia.
A partir del informe que recibieron desde aquella provincia las autoridades policiales y judiciales sanjuaninas corroboraron sus sospechas. El médico psiquiatra Orlando Crespo, de la ciudad Trelew, confirmó que el muchacho había sido su paciente y que padecía esquizofrenia paranoica. Entre otras cosas, señaló que Alfaro tenía alucinaciones y perturbaciones que lo llevaban a tener “sensaciones de maldición”. También veía pájaros en cualquier lugar y escuchaba “voces” que lo atormentaban, destacó.
Por otro lado, se señaló que sus compañeros de trabajo lo llamaban “El Loco” por sus cambios repentinos de conducta y ánimo. Hay quien contó que Alfaro solía simular que se preparaba para pelear en las fuerzas armadas argentinas en un hipotético conflicto bélico con Chile. Quizás esto último reflejaba el grado avanzado de su deterioro mental. Eso explicaba por qué dejó o lo echaron de la empresa donde trabajaba en el sur y la medicación que tomaba para mantenerse controlado.
El juez Domínguez analizó todas las pruebas y llegó a la conclusión de que Rolando Javier Alfaro era una persona con serios trastornos mentales que había sufrido un brote psicótico el 13 de diciembre de 1985. No podían juzgarlo por el delito de homicidio simple, sencillamente porque no tenía conciencia de la criminalidad de sus actos. El 26 de septiembre de 1986, el magistrado firmó una sentencia en la que declaró a Alfaro inimputable por su cuadro de salud mental y ordenó que lo internaran en el Hospital Colonia Dr. Emilio Vidal Abal de la ciudad cordobesa de Oliva, por su seguridad y para su tratamiento psiquiátrico.
FUENTE: Sentencia del Tercer Juzgado Penal, artículos periodísticos de Diario de Cuyo y hemeroteca de la Biblioteca Franklin.