Pasaron 30 años de aquella época en la que todo fue tan exuberante y ruidoso, que distintos eventos aún están demasiado impregnados en la memoria de la mayoría de los argentinos que superan cierta edad. Seguramente, no valía la pena retratar aquello como un documental. Entonces, los creadores se las ingeniaron para crear una biopic, pero ficcionada. De ese modo se puede ver “Menem”, la serie protagonizada por Leonardo Sbaraglia y basada en el expresidente que llegó al poder a punto de iniciarse los ’90 y que, por su personalidad y gestión, se transformó en un símbolo de la época.
Entre jopos, colores estridentes, mucha fiesta y varias desgracias, la historia que llegó a la pantalla hace una semana tiene el acento puesto en el relato, llevado adelante justamente por los personajes ficticios creados para la puesta y que se entrometen en medio de los protagonistas que existieron en realidad para mostrar los hechos desde su punto de vista.
El concepto de “pizza con champagne” casi se queda corto al pensar en todos los hechos que plasma la producción de 6 capítulos que se puede ver en Amazon Prime Video. Desde el desierto riojano en el que nació Carlos Saúl Menem a su paso por un River colmado que le dio el pasaje a la Casa Rosada. Pasando por el swiftgate, el yomagate, la polémica foto del tapado de piel de María Julia Alsogaray, las privatizaciones, la Ferrari roja y las pitonisas del mandatario nacional, las declaraciones de Domingo Cavallo y su enfrentamiento con los jubilados representados por Norma Plá, las vedettes, el uno a uno, el Pacto de Olivos y hasta las entrevistas con Bernardo Neustadt. Sin dejar de lado el brutal atentado a la AMIA que aún lamenta el pueblo argentino (y del que hoy se cumplen 31 años) y el siniestro aéreo en el que murió Carlos Menem Junior.
Sólo ver el listado escrito remite a una enumeración demasiado frenética que, aun así, deja de lado gran parte de los hechos vividos en los agitados años que formaron parte de aquel primer mandato de 6 años del menemismo.
Sin embargo, Mariano Varela, productor y creador de la ficción que comenzó a cranear en 2018, cuando el fallecido exmandatario cedió los derechos de su historia, pudo comprimir de un modo ordenado cada suceso. Y sin dudas, la clave es el hilo conductor.
La narración es llevada principalmente bajo la mirada de dos personajes: Olegario Salas (Juan Minujín), quien interpreta al fotógrafo riojano que acompaña al Presidente; y Ariel Silverman (Guillermo Arengo), un asesor de Menem de origen judío. Tanto ellos como quienes los rodean encastran tan bien en el relato que parecen ser parte de la historia real. Sin embargo, son inventados. Desempeñan un rol que podrían ser los ojos y oídos de la sociedad, que se encandilan o se desenamoran de un momento a otro, mientras van observando todo lo que sucede a su alrededor, los proyectos y planteos gubernamentales y cada uno de sus resultados.
Incluso, en varias ocasiones, ellos rompen la cuarta pared para mirar de frente a la cámara (es decir, al espectador) y confiar detalles en tono cómplice. Se trata de un recurso que en la primera parte de la serie está muy bien explotado, pero se diluye con el paso de los capítulos, para dar paso a la exposición directa de los sentimientos de los personajes, quienes ya no necesitan hablar para exponer sus percepciones, sino que les basta con sólo cambiar la expresión de sus rostros.
Entre esos raros peinados viejos y una caricatura bastante benévola
Desde el vestuario hasta los paisajes, las luces, los flashes, los brillos, las copas, la música (que incluye una participación de Ricky Maravilla) y los teléfonos a disco, nadie puede decir que la serie no es una postal que lleva directamente a un noventoso viaje en el tiempo.
Las caracterizaciones, con cabellos vaporosos, hombreras altísimas, corbatas y camisas de estampados bien decidores y las características patillas presidenciales (que le llevaron a Sbaraglia 2 horas en el set de maquillaje previo a cada jornada de filmación), también sobresalen.
Resaltan en este caso la excelente personificación del exministro de Economía Domingo Cavallo, en la piel de Martín “Campi” Campilongo. A quien se suman Griselda Siciliani y Mónica Antonópulos, como Zulema Yoma y María Julio Alsogaray, quienes si bien no se parecen demasiado desde lo físico a quienes representan sí sacan a relucir muy buenas interpretaciones de sus gestos y personalidades.
Sin embargo, la puesta también tiene sus lados flacos, como los extraños acentos riojanos y la especie de caricatura de Carlos Saúl Menem, realizada bajo un tono bastante benévolo. Es que, dejando de lado algunas escenas de preocupación e incluso un estallido en los últimos capítulos, al expresidente siempre se lo ve tranquilo, decidido, con una muñeca magistral para sobrellevar cada inconveniente y totalmente al margen de todos los actos de corrupción que fueron investigados judicialmente y resonaron uno tras otro en los medios de comunicación por aquella época.
Más allá de eso, como dice el dicho, “el que avisa no traiciona” y, para eso, el típico cartel que aclara que la producción muestra situaciones ficcionadas sólo basadas en la realidad, aparecen en el inicio de cada uno de los episodios.
Política aparte, “Menem” termina siendo un reflejo bastante digno de aquella época en el país que, para bien o para mal, como dice la frase de “La argentinidad al palo”, la canción de la Bersuit Vergarabat que se transformó en un clásico nacional, oscila “del éxtasis a la agonía”.
El trailer de "Menem"
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