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Historias del Crimen

Dos amigos, una escena de celos y un escopetazo mortal en el distrito pocitano de Quinto Cuartel

Una tarde de 1954, dos jornaleros amigos se emborracharon y discutieron. Pelearon, pero después uno de ellos salió a buscar al otro con su escopeta en mano.

Por Walter Vilca

Hacía cinco meses que se conocían, pero parecían ser amigos de toda la vida. Ercenio y Buenaventura se habían cruzado trabajando en una vieja cantera de la familia Espín en la calle 9 y desde aquel momento se volvieron inseparables. Los unía también su nacionalidad, los dos eran chilenos. Además de compartir las changas, a veces hasta salían a cazar juntos y se visitaban mutuamente en sus casas con sus respectivas parejas.

Las dos familias congeniaron tanto, que entablaron lazos casi como si fueran parientes y se acompañaban en todo. Un conocido de ellos contó que en una ocasión Buenaventura Cortez Palta y su esposa hospedaron en su rancho y cuidaron durante una semana a Zenaida, la esposa de Ercenio Munizaga, cuando ésta cayó seriamente enferma.

Así era la relación entre los dos jóvenes jornaleros y sus respectivas familias, aunque ellos también compartían su debilidad por las largas horas de charlas con vinos de por medio. El alcohol servía de única distracción a Buenaventura y Ercenio después de esas duras jornadas laborales en los campos de Pocito o departamento Juan Domingo Perón -como se lo llamó en esos años- y el sur de San Juan.

El viernes 12 de febrero de 1954, Ernercio y Zenaida llegaron a la casa de los Cortez Palta para compartir la cena y pasaron la noche allí. Es que los dos jornaleros tenían planes. A la mañana siguiente, el dueño de casa sacó su escopeta calibre 20, marca Centauro, preparó unos cartuchos con perdigones de plomo y, junto a su amigo, partió rumbo a la quebrada en busca de guanacos.

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Un arma idéntica a esta era la que utilizaba Cortez Palta para cazar y con la cual después hirió de muerte a su amigo.

Un arma idéntica a esta era la que utilizaba Cortez Palta para cazar y con la cual después hirió de muerte a su amigo.

La caza resultó un fiasco. Eso sí, se tomaron unos vinos a cielo abierto y pasaron la noche alrededor de una fogata, para volver con las manos vacías el domingo 14 de febrero. Lo importante para ambos fue que se habían divertido.

El martes 16 de febrero, Buenaventura y Ercenio volvieron a reunirse para ir a trabajar a la cosecha de tomate en una finca próxima al Quinto Cuartel. Al cabo de la jornada, los dos amigos pasaron por un almacén, compraron tres litros de vinos y regresaron a la casa del primero de ellos, donde sus parejas los esperaban.

En ese rancho dentro de la finca Orfila, sobre la calle 10, dio inicio otra de las maratónicas juntadas de estos dos amigos con los vinos arriba de la mesa y escuchando música de una radio de transistores. Con el transcurso de las horas y los brindis, los changarines se pusieron más alegres y más sedientos y en la madrugada del miércoles 17 de febrero de 1954 se quedaron sin provisiones. No les quedó otra que caminar hasta la casa de don Ramón Díaz, el vecino que poseía un almacén, y le golpearon la ventana para que les vendiera algo más de bebida.

Del vecino se vinieron con cuatro litros de vinos y dos cervezas. Y siguieron tomando, pero al cabo de un rato ya estaban bastante borrachos. En esos momentos en que las lenguas se les trababa, los ojos rojos y vidriosos los delataban y los pasos tambaleantes los traicionaban, empezaron a sincerarse y a relucir sus miedos.

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El dramático suceso ocurrió en el distrito pocitano de Quinto Cuartel.

El dramático suceso ocurrió en el distrito pocitano de Quinto Cuartel.

En medio de la charla, Ercenio Munizaga soltó: “¿Vos tenés algo con la Zenaida?" No era un chiste; su rostro serio y su mirada fija en contra Buenaventura Cortez Palta evidenciaba que lo estaba increpando. Este otro jornalero le blanqueó los ojos y le largó una puteada para frenarlo, pero su amigo insistió con su escena de celos y la fiesta se pudrió. La versión fue que se empujaron y zamarrearon hasta que Ercenio le lanzó una trompada a Buenaventura en el pómulo izquierdo y le sacudió el rostro.

A esa altura, las mujeres de los dos obreros rurales ya se habían levantado al oír el alboroto y los separaron. Munizaga agarró sus cosas y, todo molesto, salió de la casa en compañía de su esposa en dirección a su domicilio, ubicado en otro lugar distante del Quinto Cuartel. Mientras tanto, Cortez Palta quedó fregándose la cara a consecuencia del fuerte golpe que recibió de su amigo.

El golpe era lo de menos, su indignación y su rabia pasaban porque sentía ingratitud por parte de quién consideraba su amigo. Él que le había abierto la puerta de su hogar. No estaba dispuesto a dejársela pasar, además le llevaba como cuatro años de diferencia. Buenaventura tenía 29 años y Ercenio, 25. En esos instantes se acordó de su escopeta Centauro, entonces la tomó junto a un par de cartuchos y se abrió paso por el callejón de la finca en busca del otro jornalero, que solía tomar por calle 10.

La discusión empezó por Munizaga enfrentó a Cortez Palta y le preguntó si mantenía algún romance con su esposa. Eso derivó en un forcejó hasta que el primero de ellos le propinó una trompada al otro.

Los pasos presurosos de Buenaventura permitieron darle alcance a Ercenio y a su mujer sobre la misma calle 10, a la altura del canal Quinto. Y otra vez se armó la discusión, aunque en esa oportunidad Cortez Palta primereó a su amigo. A dos metros de distancia le largó el escopetazo y del otro lado sólo se escuchó el “¡ay!” del grito de dolor de Munizaga.

A los pocos segundos efectuó otro disparo, pero ese fue intimidatorio y para poner en fuga a su víctima. Munizaga ni le respondió, eligió escapar con su mujer con la intención de buscar ayuda. El disparo había impactado en la zona de su muslo derecho, provocando una herida en la arteria y nudo femoral. Se desangró de tal manera que llegaron hasta la casa de un vecino, pero murió mientras intentaban auxiliarlo.

Los policías de Pocito se anoticiaron del crimen y esa madrugada detuvieron al chileno Buenaventura Cortez Palta en su casa, en donde secuestraron la escopeta calibre 20. Todavía le duraba la borrachera. El forense horas más tarde confirmaba que Ercenio Munizaga había muerto por una hemorragia a consecuencia de la herida con perdigones de plomo en la arteria femoral.

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Diario de Cuyo titulaba así la noticia sobre el asesinato.

Diario de Cuyo titulaba así la noticia sobre el asesinato.

Pese a que Cortez Palta armó una coartada, igualmente quedó preso por el delito de homicidio simple. Durante el juicio escrito en el Juzgado Penal de Tercera Nominación declaró sobre el largo periplo que compartió con su amigo Munizaga entre la noche del martes 16 y la madrugada del miércoles 17 de febrero. También contó sobre la discusión y que éste lo agredió.

Con relación al ataque con la escopeta, negó que hubiera ido a buscar Munizaga para tomar venganza. Su versión fue que esa misma madrugada debía regar el cebollal de la finca y por esa razón abandonó la propiedad con el propósito de abrir la compuerta. Agregó que llevó el arma larga por temor a que se encontrara con su amigo, dado que su mujer le dijo que tuviese cuidado porque su amigo cargaba un cuchillo y podía estar esperándolo en la calle. Según él, el otro changarín se le apareció de entre unos matorrales con intenciones de atacarlo y entonces le respondió con un escopetazo.

Zenaida, la esposa de la víctima, desmintió la coartada de Cortez Palta. La joven mujer aseguró que ella y su marido se dirigían a su casa y el otro jornalero salió a perseguirlos con la escopeta. Su testimonio indicó que Munizaga le suplicó que no disparara, pero Buenaventura no le hizo caso y le largó el escopetazo a una distancia no mayor de 2 metros.

La defensa del jornalero detenido pidió su absolución, entendiendo que hubo un homicidio en defensa propia o en exceso en la legítima defensa. Para el fiscal, se trató de un homicidio simple y solicitó un castigo de 13 años de cárcel.

La sentencia contra Buenaventura Cortez Palta se conoció el 25 de junio de 1957. Lo declararon culpable y lo condenaron a la pena de 17 años de prisión.

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