Padilla tenía muchas vidas. El esposo incondicional y el padre apasionado de sus cuatro hijos, dos mujeres y dos varones. El amante de la guitarra y de la actividad deportiva que lo llevó a ocupar el cargo de presidente del San Juan Lawn Tennis Club. Y ese oficio de gran administrador y del meticuloso hombre de los números contables. Trabajó en distintas bodegas y empresas de la provincia hasta que le ofrecieron hacerse cargo de la gerencia de la firma Jaime ubicada sobre calle General Mosconi, en Rawson.
Trabajó cuatro años en esa firma y era una persona de extrema confianza de los dueños. Casi un miembro más de la familia Jaime, además allí también se desempeña su sobrino que es abogado. A sus 60 años seguía activo y pasaba muchas horas en su trabajo. “Era muy dedicado y responsable”, contaron.
En las primeras semanas del 2001 tomaron por asalto a la distribuidora TotalGas, situada en cercanías a la metalúrgica Jaime. El atraco no pasó inadvertido para la gente de la empresa, que veía con preocupación que en cualquier momento podía sucederles a ellos. Eran esos años en el que país naufragaba en la devaluación, la recesión económica, el crecimiento del desempleo, la crisis social, el aumento de la pobreza y el consecuente aumento del delito.
Un mal aviso
Padilla comentó a su familia sobre el asalto a esa otra empresa, pero sin darle demasiada importancia. Su esposa, en cambio, le pidió que se cuidara. El manejo de dinero siempre te expone al riesgo de los robos, pensó. “No te hagas drama, no va a pasar nada”, decía Padilla. A espalda suya alguien venía mirando los movimientos de la empresa y la marcó como próximo blanco.
El día señalado fue 20 de febrero de 2001, en horas de la tarde. Un miércoles en el que debían pagar parte del sueldo a los 15 empleados de la empresa. No hacía mucho que uno de los propietarios se había marchado. Padilla estaba solo en su oficina de la administración, cuyo frente tenía vidrios espejados y da a la calle. En la parte trasera, los obreros continuaban con sus labores.
No hay certeza de lo que realmente sucedió. Lo que se sospechó en ese momento fue que Padilla vio a los ladrones cuando irrumpieron y que salió a enfrentarlos. Mario Padilla, su hijo menor, que en aquel entonces era adolescente, cree que su padre los vio a través de la ventana y corrió a querer trabar la puerta, pero no llegó a cerrarla.
Es posible que ahí hubo un forcejeo o, en su intento por encañonarle, uno de los delincuentes terminó baleándolo. Fue un solo disparo que impactó en el rostro. Un tiro mortal que no dio margen de reacción al gerente, que cayó al piso impotente. Se supone que eso asustó a él o los ladrones, que, viendo que se descompaginaba el plan del robo, optaron por escapar.
La confusión
Minutos después un obrero entró a la oficina y encontró a Marcos Padilla muerto en el piso con un disparo en la cara. Muchas especulaciones rondaron en torno al crimen. Es que no se habían llevado nada. Los 4800 pesos destinado al pago de los sueldos estaban intactos en un mueble.
Ese trágico día, su esposa no estaba en la casa familiar de Concepción. Era su cumpleaños y había viajado a Córdoba para celebrarlo con sus tres hijos mayores que en esa época estudiaban en la capital de esa provincial. A todos ellos le pidieron que regresaran urgente a San Juan y cuando llegaron les avisaron sobre la muerte de Marcos.
Se llegó a pensar que hubo otras motivaciones, no sólo el robo. Pero Padilla no tenía problemas con nadie, entonces volvieron sobre la hipótesis del asalto fallido. Los únicos testimonios que existían eran los de dos obreros que supuestamente vieron salir corriendo a dos jóvenes, pero nada más.
A los tres días, la Policía detuvo a un hombre apodado “El Chileno”. Sus antecedentes no eran suficiente para implicarlo en el asesinato, de modo que lo liberaron por falta de pruebas. Mientras tanto los investigadores de calle husmeaban por el ambiente delictivo o visitaban a sus informantes buscando una pista.
El dato vino por ahí, por las versiones que circulaban en la calle. Un informante reveló a los policías que escucharon decir a un joven de Villa Hipódromo que “se mandó un moco y que dio vuelta a un viejo”. Los policías de Seguridad Personal de la Brigada de Investigaciones localizaron al joven del que hablaban y lo apresaron el sábado 28 de febrero.
El sospechoso era un adolescente de 16 años al que llamaban “El Gringo”. El chico largó todo, supuestamente, y se hizo cargo del crimen. Hasta lloró jurando que no lo quiso matar. Contó que era verdad que fue a robar a la empresa Jaime, pero que disparó por accidente a Padilla. Por ese entonces también detuvieron a otro joven apodado “Kuki”, pero no se sabe si llegaron a imputarle alguna participación en el asesinato.
¿Caso cerrado?
Con la detención del adolescente ya bastaba para dar por cerrado el caso. Igual quedó la duda de que hubo otras personas involucradas o si el chico se hizo responsable del ataque para salvar a otros. Eduardo Padilla, el sobrino del gerente asesinado, relató que la familia estaba tan devastada por la pérdida de Marcos que no pensaban en otra cosa que acompañar a la esposa y a sus jóvenes hijos.
Explicó que supieron que el juez de instrucción Agustín Lanciani se apartó de la causa y dieron intervención a un Juzgado de Menores. Por la edad del principal imputado. El chico permaneció detenido en la vieja Comisaría del Menor en calle España, entre General Paz y 9 de Julio. Que allí estuvo alojado hasta que intentó ahorcarse.
Por tratarse de un menor de edad no podían juzgarlo, entonces dispusieron medidas tutelares y lo entregaron a sus padres. Los Padilla afirmaron que nunca más supieron de él, tampoco se enteraron que lo haya juzgado al cumplir sus 18 años.
Un dolor presente
Mary Padilla, la hija mayor de Marcos, todavía recuerda su nombre completo. Pero ninguno de ellos expresa rencor, quizás porque el dolor por la muerte su padre superó todo, pero flota la sensación de que no hubo Justicia.
Mario, el menor de los hijos que ahora es abogado, entiende que no podían hacer nada. “En lo personal, en ese momento tenía 16 años y los detalles detrás de todo eso, me eran indiferentes. Nada me devolvía la vida de mi papá, con quien éramos muy unidos. Al correr los años y empezar a estudiar derecho siempre me veía alejado del fuero penal. Aunque, irónicamente hoy, es el fuero en el que litigo todos los días, de un lado y de otro. Alguna vez, una empática fiscal me dijo: ´doctor, póngase en el lugar de esa gente (por los familiares de una víctima)´, sin saber que sigo estando en ese lado. Más de una vez, leyendo expedientes de homicidios, me pregunté: ¿cómo habría sido o que hubiese podido hacer, si eso nos pasaba hoy”, reflexionó.
Pasaron 20 años, pero el caso Marcos Padilla no se olvida. Mario lo remarca: “En la familia sigue clavada la espina de la injusticia, el sentimiento de que el sistema no funcionó como debía y la gran laguna respecto a la responsabilidad de los menores en este tipo de delitos. Por cosas de la vida ese mismo día es el cumpleaños de nuestra madre, que nos enseñó que, a pesar de todo, debía seguir siendo de festejo. El recuerdo está intacto, en lo cotidiano de toda la familia, en la gente que te encuentra por la calle y te cuenta anécdotas de un hombre que dejó huella en todos los ámbitos de su vida, que con los años se transformó en paz”.