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Historias del Crimen

El changarín que fue asesinado a pedradas por su amigo de borracheras en Concepción

Una tarde de 1966, un obrero ferroviario encontró a un changarín muerto y con la cabeza destrozada al costado de las vías del tren de cargas en Concepción. El asesino resultó ser su amigo.

Por Walter Vilca

Benigno Rodríguez caminó bordeando las vías como siempre lo hacía para asegurarse que nada obstruyeras las rieles que llevaban al tren de carga a la antigua bodega estatal Corporación Agroeconómica Vitícola y Comercial, más conocida como CAVIC. En ese andar, advirtió que más adelante había un bulto entre los pastizales, al costado de los durmientes. Mientras se acercaba, fijó la vista y advirtió que se trataba de una persona en posición boca abajo. Pensó que era un borracho que se quedó dormido, pero cuando se acercó para despertarlo, se estremeció del espanto. Quien permanecía tirado en el suelo era un hombre y tenía el rostro destrozado.

El obrero ferroviario salió a los trancos a buscar ayuda. En la intersección de calle Corrientes y la ruta 40, continuidad de la avenida Rawson, observó el paso de una patrulla policial y le hizo señas desde lejos para que se detuvieran. En el móvil viajaba el subcomisario Oscar Aníbal Ges y el oficial Oscar Ortega de la Comisaría 2da de Concepción, que pararon la marcha y dialogaron con Rodríguez para saber qué necesitaba. Lo vieron muy nervioso.

Este les contó del aterrador hallazgo y les señaló dónde estaba el cadáver. Los uniformados dudaron de lo que decía el trabajador, pero decidieron acompañarlo y caminaron por las vías hasta que llegaron al lugar indicado. Ahí vieron el cuerpo. Constataron que esa persona no tenía signos vitales y por su estado de rigidez cadavérica llevaba al menos un día de fallecido. Pero lo que más les sorprendía eran las lesiones que evidenciaba en la cabeza. Estaba irreconocible por las múltiples heridas en el rostro y el cráneo.

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El titular de Diario de Cuyo del 27 de septiembre de 1966.

El titular de Diario de Cuyo del 27 de septiembre de 1966.

Su pantalón desgastado, el pullover medio rotoso y sucio, los zapatos viejos y los bolsillos vacíos, daban a entender que estaban frente a un vagabundo o un obrero con problemas de alcoholismo. Al rato lo confirmaron mediante las averiguaciones entre los vecinos de ese sector de Concepción. El fallecido se llamaba Julio Rubén Ortega o Julio Pelayes Ortega, un changarín de 50 años que solía deambular borracho por las calles del Pueblo Viejo y a veces dormía en la vía pública en proximidades de la CAVIC. Aquella bodega situada sobre calle Tucumán, casi Benavidez, fue creada formalmente en los años 60 y la declararon en quiebra en 1991.

El informe forense certificó que la víctima murió entre la noche del 24 y las primeras horas del 25 de septiembre de 1966 a consecuencia de un traumatismo grave de cráneo. Es que presentaba golpes y heridas cortantes en la zona del cuero cabelludo, además de lesiones en la frente, rostro y aplastamiento de nariz. Por el tipo de heridas, no había sido un accidente, la víctima había recibido una tremenda golpiza. En el lugar en el que encontraron el cadáver, los policías secuestraron dos piedras y la mitad de un adobe manchados con sangre.

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El cuerpo. Diario de Cuyo publicó esta fotografía para graficar el impactante suceso.

El cuerpo. Diario de Cuyo publicó esta fotografía para graficar el impactante suceso.

Los investigadores policiales entrevistaron a los vecinos uno por uno y así llegaron hasta el almacenero Andrés Escorcino Osorio, cuyo testimonio aportó una pista que marcaría el curso de la pesquisa. El comerciante de barrio relató que la noche del 24 de septiembre atendió a Julio Ortega y le vendió un litro de vino suelto. Recordó que este changarín andaba acompañado por “El Tanguito” o “Hilario”, un muchacho de mala vida que residía sobre la calle Sargento Cabral. También detalló que ambos cargaron la bebida en esas botellas de vidrio de coñac y se retiraron juntos hacia las vías del Ferrocarril General San Martín, en cercanías a la CAVIC.

Eso dato sembró sospechas sobre “El Tanguito” o “Hilario”, al que después identificaron como Juan Luis Riveros. Los policías ubicaron a este muchacho de 24 años y lo detuvieron en los días posteriores, pero en un principio éste intentó despegarse de cualquier relación con el hecho. Aseguró que no conocía a Julio Ortega. A modo de defensa, dijo que probablemente lo vio alguna vez, pero no era amigo ni lo frecuentaba. Curiosamente, después de varios de permanecer entre rejas, se rectificó y en una nueva declaración reconoció el asesinato.

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Intriga. Otro titular de Diario de Cuyo de aquelle época.

Intriga. Otro titular de Diario de Cuyo de aquelle época.

En esa supuesta confesión, afirmó que fue cierto que la noche del 24 de septiembre de 1966 estuvo con Julio Ortega. Contó que compraron vino en el almacén de Osorio, que también los acompañaba un tal Achem y que se emborracharon. En ese relato aseguró que, cuando ya estaba perdidos por el alcohol, él y la víctima mantuvieron un fuerte altercado. Dijo no recordar el por qué discutieron, pero agregó que el hombre de 50 años lo golpeó y él respondió violentamente para defenderse.

Ahí describió una escena por demás brutal. Confesó que arremetió con furia contra su amigo y primeramente le arrojó una piedra en la cabeza. Después le propinó otra pedrada en la cara y en los segundos siguientes le pegó con un trozo de adobe que encontró en el lugar. Como golpe de gracia, le dio un botellazo.

Esa confesión incriminó directamente a Riveros como único acusado del crimen y quedó preso. El juicio escrito contra el changarín se realizó en 1968, oportunidad en que la defensa contratacó y, entre otras cosas, solicitó declarar la nulidad de la confesión hecha en sede policial. Concretamente sostuvo que esa declaración autoincriminatoria se concretó bajo presión y amenazas. El mismo acusado aseguró ante el juez que fue torturado en los calabozos de Comisaría 2da de Concepción, que los policías le pegaron, que lo tuvieron atado a una silla y que no comió durante dos o tres día para obligarlo a que se haga responsable del asesinato.

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Así está hoy la intersección de la ruta nacional 40 y calle Corrientes, en Concepción.

Así está hoy la intersección de la ruta nacional 40 y calle Corrientes, en Concepción.

El juez del caso no le creyó. Para el magistrado, el cambio de declaración parecía más a una acción desesperada con el fin de despegarse del crimen, pues todas las pruebas conducían inequívocamente a él. Porque por más que no encontraron a testigos presenciales del violento ataque, el testimonio del almacenero situó a Riveros con la víctima la misma noche del asesinato.

Por otro lado, en la primera etapa de investigación, el acusado jamás hizo referencia a los apremios ilegales o las amenazas para que se incriminara. En cambio, la declaración que firmó en ese entonces y en la cual confesaba el crimen, se ajustaba a la teoría de cómo se produjo el homicidio.

Juan Luis Riveros, alías “Tanguito” o “Hilario”, fue sentenciado la mañana del 29 de noviembre de 1968 a la pena de 8 años de cárcel por el delito homicidio simple, según los registros judiciales y los recortes periodísticos. Del caso no hay más que recuerdos, porque ya no quedan ni las vías del ferrocarril General San Martín y la CAVIC hoy es un predio que sirve de depósito del Estado.

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