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Historias del Crimen

El sanjuanino que no soportó la separación y asesinó a su exesposa con una tijera en el centro capitalino

Despechado por la separación, un hombre buscó durante meses a su exesposa. Cuando se enteró que ella había formado otra pareja, fue a su casa y la mató una tarde de junio de 1966.

Por Walter Vilca

Según él, fue Betty quien abandonó la casa y dejó a sus dos hijos. Fue ella la que desapareció, la “infiel”, la que inició los trámites de la separación y la que lo maltrató hasta el último día. Según él.

Para Benito Ontiveros, Betty era la mala. Pero esa fue su versión, ella nunca pudo dar la suya. En la siesta del jueves 23 de junio de 1966, el hombre llegó hasta una casa de calle Córdoba –hoy avenida- cerca de Catamarca, llamó a la puerta y, cuando Edmunda Riveros salió a atender, se metió de prepo por el pasillo en dirección al fondo.

Allí encontró a Betty y se desató la discusión entre ambos. Según Benito, le rogó que volviera a casa y que pensara en la familia. También afirmó que la joven mujer de 25 años lo humilló verbalmente, que le gritó en la cara que el niño que llevaba en su vientre era de su nueva pareja, que buscó agredirlo con una tijera y él intentó defenderse.

Eso fue lo que repitió Benito, pero resulta extraño que, a partir de ese momento, “no se acordaba” que más pasó. Recobró la conciencia a los minutos, mientras caminaba por cerca de calle España con las manos manchadas con sangre.

Lo que jamás admitió Benito Ontiveros, y juró no recordar, fue que por poco casi degolló a Betty con esa tijera. Le clavó las filosas puntas en el costado izquierdo del cuello a su exesposa, que cayó desangrándose. Tampoco explicó qué hizo con ese elemento cortante, porque se lo llevó.

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De la causa judicial se desprende que el salvaje ataque se produjo alrededor de 15 horas de ese jueves. Edmunda Riveros, que había visto que Betty y el extraño visitante estaban a los gritos, salió a buscar ayuda y un vecino se negó a intervenir. La mujer mayor entonces caminó hasta la sede de la Central de Policía y dio aviso del incidente. No sabía que ese sujeto ya había herido a la muchacha.

Los que acudieron al lugar fueron un subcomisario y un agente, de apellidos Mejías y Torres, que descubrieron la aterradora escena. Beatriz Figueroa se hallaba moribunda y con una profunda herida en el cuello, tendida en el piso de la cocina del departamento situado en el fondo de esa propiedad de calle Córdoba.

Betty, como la llamaban, llegó sin signos vitales a la guardia del Hospital Guillermo Rawson. Con ella también perdió la vida su bebé, dado que tenía un embarazo de seis meses de gestación.

Un puntazo mortal

El médico forense reveló que el puntazo que la víctima recibió en el cuello entró en forma de gancho, para describir la trayectoria que tuvo la punta de la tijera. Remarcó que el puntazo le seccionó la “arteria carótida y la vena yugular” y su deceso se produjo por hemorragia externa. Además, mencionó que la mujer presentaba un hematoma en la zona del cuero cabelludo a consecuencia de un golpe.

Benito permanecía prófugo a todo eso. Abordó un colectivo y estuvo dando vueltas por el Gran San Juan. Pasó por la casa de su hermana y deambuló por las calles pensando qué hacer.

En la primera hora de la madrugada del 24 de junio de 1966 entró a la Central de Policía en calle Entre Ríos, pidió hablar con el oficial y le confesó que horas antes había agredido a su mujer. Los uniformados sabían quién era, lo andaban buscando desde la tarde. “Se notaba perturbado y preguntó por el estado de salud de su esposa”, declaró un comisario de apellido Gatica, que habló con Ontiveros en esos instantes.

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El asesino. Este era Benito Ontiveros. Foto publicada por Diario de Cuyo.

El asesino. Este era Benito Ontiveros. Foto publicada por Diario de Cuyo.

El crimen fue alevoso, pero desde el inicio victimizaron a Benito Ontiveros y se presentó a Betty -la verdadera víctima- como la responsable de los conflictos en el matrimonio y del desenlace fatal. Todo giró en torno al relato del acusado, eso lo favorecía para tratar de sacarse de encima la grave acusación. El homicidio agravado por el vínculo se pena con prisión perpetua.

Su declaración estuvo dirigida siempre a defenestrar a su exesposa. Admitió que forcejeó con Betty, pero aseguró que reaccionó para defenderse porque fue ella quien agarró la tijera y quiso herirlo. Lo que no reconoció, o mejor dicho afirmó que no recordaba, fue el puntazo mortal que le propinó a la joven mujer.

Obsesionado con la mujer

Otro punto que no confesó Benito fue que estaba obsesionado con Betty y que no descansó hasta que la encontró y la asesinó. Porque si la relación estaba rota y ella había iniciado una nueva relación, ¿qué pretendía él?

De acuerdo a su declaración, ellos estaban separados hacía 5 meses. Puede suponerse que sus desavenencias venían de mucho antes. Según Ontiveros, Betty se marchó por propia voluntad de la casa que compartían en la calle prolongación Rioja en Trinidad y dejó a sus dos hijos. Contó que la buscó por medio de sus familiares y llegó a poner avisos en una radio para pedir colaboración con el fin de localizarla.

Es evidente que existían problemas de pareja y por algún motivo ella escapó del hogar. Probablemente ella tenía razones valederas. A decir verdad, la joven mujer trató de encontrar una solución sana y consiguió que la Defensoría de Pobres citara a Ontiveros el 24 de febrero de 1966 para acordar legalmente la separación y resolver la situación de los niños.

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La víctima. Beatríz Figueroa, más conocida como Betty, murió el 23 de junio de 1966. Foto publicada por Diario de Cuyo.

La víctima. Beatríz Figueroa, más conocida como Betty, murió el 23 de junio de 1966. Foto publicada por Diario de Cuyo.

En esa audiencia, Ontiveros se negó a iniciar el trámite de la separación. Al contrario, insistió en reanudar el matrimonio y logró que el funcionario judicial que hacía de mediador se pusiera de su parte. El empleado buscó convencer a Betty para que regresara a la casa, pese a que ella no deseaba tener nada con su exmarido.

Esto lo contó el propio Benito, que declaró en la causa que esa mañana ambos salieron de Tribunales y charlaron un rato en la plaza Aberastain. Y según él, le pidió a Betty que esperara sentada en un banco, que él iría a buscar a sus hijos para que los viera, pero, cuando volvió, ella ya no estaba en el paseo público.

Estas y otras cosas en referencia a la víctima, de seguro, resultaban difíciles de probar. Puede que haya sido verdad, pero también un invento por parte de Ontiveros con el único objetivo de mostrar una mala imagen de la joven mujer y favorecerse en el caso.

Todo bajo control

En esa manía por saber todo sobre la muchacha, se enteró que la vieron con otro hombre. Después supo que esa persona era Teodoberto Riveros, un cabo de la Policía de San Juan que, además, trabajaba de joyero y le había arreglado una alhaja a Betty.

Ontiveros se empeñó en no dejarla en paz, así averiguó que ella estaba viviendo con este hombre y localizó su casa. Por otra parte, se tomó la tarea de conocer en qué dependencia policial cumplía funciones la pareja de Betty.

El jueves 23 de junio de 1966, Ontiveros llamó por teléfono a la Comisaría 2da para preguntar si el cabo Teodoberto Riveros estaba trabajando. Una vez que lo confirmó, fue al domicilio de la calle Córdoba. Según él, lo hizo para hablar a solas con Betty y convencerla que regresara al hogar.

Edmunda Riveros, la dueña de la propiedad, aseguró que el hombre preguntó por la muchacha y entró sin pedir permiso en dirección al departamento del fondo. La mujer mayor declaró que vio que éste increpaba a la chica, que ante esa escena ella salió a pedir ayuda y en ese ínterin ocurrió el asesinato.

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El lugar. El crimen fue cometido en una vivienda de esta zona del casco céntrico de la Capital de San Juan.

El lugar. El crimen fue cometido en una vivienda de esta zona del casco céntrico de la Capital de San Juan.

En todo eso, se impuso la versión de Ontiveros acerca de cómo se sucedieron los hechos esa tarde y sobre la supuesta vida sufrida que llevaba por el abandono de Betty. Así quedó plasmado en el juicio realizado en febrero de 1968.

El criterio fue poner de relieve que la autoría del asesinato estaba probada, pero que Ontiveros actuó bajo un estado de emoción violenta. El juez descartó la teoría de la legítima defensa, como pretendía la defensa. Sin embargo, dio por sentado que fue Betty la que empuñó la tijera para agredir a Ontiveros, que éste le sacó ese elemento punzante y la hirió mortalmente en medio de una reacción impensada producto de su estado de perturbación.

Una postura machista

Se lo justificó a Ontiveros. Porque se podría haber interpretado que fue consciente de su accionar. O cómo explicaba que escapó de la escena del crimen, que se llevó la tijera utilizada en el homicidio y la hizo desaparecer y que estuvo más de 10 horas prófugo hasta que se entregó voluntariamente en la Central de Policía.

En la sentencia se sostuvo que Ontiveros padeció un “rapto emocional” dentro del “desenfreno de un alma en pena” y de la “amargura y la humillación” vivida esa tarde. Se respaldó esa postura argumentando que, durante la discusión y previo al asesinato, el hombre fue maltratado por su exesposa, recibió burlas, insultos con palabras como la de “gorreado” y “soportó” que ella le dijera que esperaba un hijo que no era suyo.

La resolución judicial estuvo marcada por un fuerte sesgo machista, al igual que el fallo que vino después.

Por supuesto, todo esto en función a los dichos del acusado debido a que no hubo testigos presenciales del encuentro y del homicidio. Para respaldar aún más al asesino, se puso en tela de juicio a la víctima por la supuesta “infidelidad”, por el “abandono del hogar” meses antes y el “desinterés” hacia sus hijos. En síntesis, para el juez, la culpable del asesinato fue la misma víctima.

De esa manera, Benito Ontiveros fue condenado a la pena de 10 años de prisión por el delito homicidio agravado por el vínculo, con la atenuación del estado de emoción violenta. Sin duda, la resolución judicial estuvo marcada por un fuerte sesgo machista, al igual que el fallo que vino después.

Otro tribunal luego revisó la condena de primera instancia contra Benito Ontiveros. Esos jueces valoraron su condición de primario, su buen comportamiento y su predisposición al trabajo dentro de la cárcel y le terminaron bajando la pena. A través de un fallo dictado el 29 de abril de 1968, redujeron la condena a 3 años de prisión de cumplimiento condicional y le concedieron la libertad.

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FUENTE: Sentencia de la Cámara Primera en lo Penal, artículos periodísticos de Diario de Cuyo y hemeroteca de la Biblioteca Franklin Rawson.

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