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Cuando el aula se convierte en hogar: cómo se viven los días en la Escuela Albergue "Casa del Niño"

El establecimiento funciona como tal hace 52 años en Valle Fértil, albergando distintas realidades y ofreciendo la facilidad de aprender cuando la posibilidad no está cerca de casa. El testimonio en primera persona de quienes viven en una escuela albergue.
Fotografías: Mariano Martín

Por Celeste Roco Navea

La Escuela Albergue “Casa del Niño” se encuentra ubicada en el corazón de San Agustín, en Valle Fértil. Es una de las 17 instituciones en San Juan que cuenta con albergue, aunque tiene la particularidad de ser la única en la provincia que ofrece un techo a alumnos de primaria, secundaria y terciario. Realidades diferentes, historias de vocación y la dedicación plena pueden percibirse en cada rincón del edificio donde conviven aulas y dormitorios.

Embed - Cuando la escuela se vuelve hogar: Escuela Albergue "Casa del Niño", Valle Fértil

Es un día más de la semana. Mientras en el patio interno los pequeños de primer grado practican junto a sus seños lo que van a mostrar durante el acto del Día del Trabajador, en el resto de las aulas los chicos de segundo a sexto toman sus clases con normalidad. Casa del Niño tiene una matrícula de 190 estudiantes en el nivel primario, quienes están bajo el cuidado de 13 docentes de grado, coordinados por Liliana Castillo, directora del establecimiento.

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Detrás del escenario que se encuentra en el salón de actos se ubican dos ingresos. A la derecha está el sector niñas; a la izquierda, el sector de los varones. Allí la disposición es la misma, una galería de uso común que exhibe los trabajos que realizan en algunos de los talles que tienen fuera del horario de clases, y las habitaciones con cuchetas que alojan a las 112 personas inscriptas en lo que es el albergue.

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Vivir en la escuela para algunos puede sonar atípico, pero para los alumnos del albergue estar allí es una bendición, algo que agradecen, siendo conscientes de lo que significa incluso a corta edad. “Acá te brindan todo, son muy buenos. Acá es como mi segunda casa, es muy bonita, me hacen que juegue, que estudie, y eso está bien porque hago pruebas y me saco 10, gracias a la seño y los maestros que me brindan todo”, comenta Aarón Gordillo, de 9 años, oriundo de Usno.

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Niños de 6 hasta jóvenes de 21 años viven allí cinco de los siete días a la semana, de marzo a diciembre. Llegan de distintas locales y no solo de Valle Fértil. “Vienen de Sierras de Elizondo, Sierras de Riveros, Sierra de Chávez, La Junta, Los Bretes, La Majadita, Baldes de Chucuma, Chucuma, Astica, Baldes de Las Chilcas, Usno, Baldes del Rosario, Baldecitos; de Caucete llegan de La Planta, Marayes y también de La Torre, provincia de La Rioja”, comenta uno de los adolescentes que lleva tiempo siendo parte de la gran familia que es la Casa del Niño.

Junto a los chicos se encuentran los celadores y las maestras celadoras, que ocupan los roles de padres y madres. Ellos no solo los cuidan y estimulan en distintas actividades y proyectos que tiene el albergue, sino que además son una contención, están atentos a cada necesidad, pasan horas en vigilia ante alguna enfermedad o mala noche, son psicólogos, maestros, confidentes, amigos y familia.

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Si bien gran parte de las escuelas albergues maneja la misma modalidad, con el ingreso los lunes a las 7 de la mañana, y la salida los viernes por la tarde, cuatro comidas al día, tiempo de recreación y proyectos individuales, cada establecimiento es un mundo aparte, con un sinfín de historias y riquezas. Detrás de cada trabajador hay una vocación innata y se refleja en el agradecimiento de los niños. Son horas completas dentro de la escuela cuidando que cada jornada sea armoniosa y maravillosa, preservando la inocencia de las infancias.

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Pese a que se procure que así sea, no todo es alegría. Liliana, la directora del establecimiento, señala que este año han notado una gran demanda de solicitudes sobre todo de padres de niños muy pequeños. Lamentablemente motivos como la distancia o la falta de opciones en los lugares donde residen no eran el problema, sino la situación económica. Madres en pena y padres preocupados siguen incluso hasta esta altura del año llegando hasta la dirección de la escuela con la esperanza de conseguir un lugar y así ofrecer un mejor destino a sus hijos, pero lamentablemente la matrícula está colapsada.

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A eso se suma la escucha especial que deben tener con los niños, ya que en más de una oportunidad tuvieron que hacer frente a situaciones que nadie desea que un niño o adolescente viva. Incluso con intervención de ANIVI tuvieron que actuar ante crisis que respondían a más que el llanto de un niño porque extrañaba a alguien de su familia. Es por este motivo que la presencia de los celadores es fundamental.

Fuera de los conflictos, entre los menores se forjan fuertes relaciones de amistad que perduran con el tiempo. La convivencia los lleva a entenderse como una gran familia, una familia que lleva 52 años creciendo en el corazón de Valle Fértil.

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A los alumnos y celadores se suman los trabajadores de la cocina, de limpieza, lavandería. En fin, personas que hacen logran el funcionamiento de la escuela albergue que tiene un solo propósito: ser una oportunidad para que los niños y niñas puedan aprender, continuar con su educación cuando no cuentan con la posibilidad de hacerlo cerca de sus casas.

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Risas, anécdotas, una que otra pelea, retos, confianza y amor se respira en cada rincón de la escuela albergue. “Van a ser tres años que venimos acá y nos ha gustado un montón, nos sentimos como en casa. La escuela albergue para nosotros es nuestro segundo hogar. Los chicos de afuera creen que acá vivimos en una cárcel porque no salimos, la gente piensa eso, pero no es así. Es todo lo contrario a lo que dicen, no es una cárcel”, comentan Lourdes, Aldana y Karen, jóvenes de Marayes. En sus palabras se refleja lo que todos sienten.

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Cada chico y adolescente que llega hasta la escuela albergue lo hace con su bolso cargado de ropa, productos de higiene, cuadernos y alguna cosita personal. También llegan la primera vez repletos de miedos, inseguridades, timidez y desconocimiento, pero con el paso de las horas, días y meses el sentido de pertenencia que tienen hacia la escuela se vuelve inmenso e inimaginable para alguien que no haya pisado al menos una vez una escuela albergue y tome contacto con sus realidades, donde nada sobra y todo se comparte.

Los lazos que se crean entre los pequeños y los adultos que los cuidan trascienden en el tiempo. La escuela ha sido escenario de cumpleaños de 15 y de fiestas de 18. Ha sido testigo del crecimiento de niños y niñas que pasaron más tiempo allí que en sus hogares. Los más grandes acompañan y cuidan a los más pequeños, mientras que éstos los siguen como si fueran hermanos mayores. Se sostienen mutuamente y cuidan entre todos, niños, adolescentes y adultos, el universo que han creado tras las paredes del establecimiento que busca crecer para ser hogar de más niños.

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