Quien recorre habitualmente el centro de San Juan siempre va a ver en sus negocios atendiendo a Rogelio Fernández y a Carlos Adarvez. Uno es el dueño de la tradicional relojería Tic Tac, por calle Rivadavia pasando Entre Ríos y el otro, es uno de los propietarios de la agencia de juegos Adarvez.Ambos vieron el centro crecer y guardan la historia de la ciudad sanjuanina. El anecdotario de dos trabajadores made in Capital.
Rogelio nació en Santa Lucía, en una finca con frutales que sus abuelos supieron administrar muy bien. Atesora muchos recuerdos de esa infancia en calle Colón. Enfrente de su casa vivía su 'madre de leche', que tenía una hija gordita que contrastaba con su delgadez infantil por la que su mamá lloraba. Cuando iba a empezar la primaria, en la escuela Fray Justo Santa María de Oro, su familia se mudó al centro. Se recibió con honores pero en la secundaria fue otro cantar. Asistió al Nacional, terminó a los tumbos pero terminó. “Me gustaban mucho las chicas”, confiesa Rogelio. Todo fue hasta que se enamoró de la mujer que lo acompañó durante medio siglo.
El padre de Rogelio decidió abrir la relojería. Fue hace 80 años. Recientemente el intendente de la Capital, Emilio Baistrocchi, le dio un reconocimiento por la labor en el centro y le contó que sus abuelos se compraron las alianzas en Tic Tac.
“Empecé haciendo las cobranzas. Tenía una motoneta, la misma motoneta con la que pasaba por la puerta de la escuela de Comercio para “darle la vueltita” a la chica que me gustaba. Poco a poco me fui haciendo cargo del negocio. Mi padre se murió muy joven y quedé al frente. No sé qué hacer si no vengo a trabajar, tengo una rutina armada y el negocio es parte de lo que soy”, relató Rogelio.
Cuando inauguraron Tic Tac, pusieron un gran reloj en la puerta. Ese reloj fue vendido a una coleccionista que es la cuñada de Carlos Adarvez. Las vueltas de la vida permitieron que ese reloj ancestral forme parte del museo Manzini.
“En el centro no había semáforos, los trajeron usados de Chile. Fue todo un acontecimiento cuando los pusieron. Antes dirigía el tránsito un policía desde una garita. Las veredas eran muy finitas, de un metro y medio. Se ensancharon en 1955, cuando reconstruyeron el centro”, detalló.
La familia Adarvez puso su negocio por sobre Rivadavia, pero más cerca de la Catedral. La numeración era distinta porque no se tomaba a la calle Mendoza como divisoria. “Para poder ensanchar las veredas, se tapiaron las vidrieras y se construyó un túnel de madera en pleno centro. Se fundieron casi todos los negocios. Mi padre cambió de rubro en ese momento y pasó a la agencia de juegos y cigarrería. Toda la familia colaboró para acondicionar el local. Empezamos vendiendo lotería, que era lo único que se vendía en aquel momento”, explicó Carlos.
La energía de Carlos impide pensar que está cerca de cumplir 80 años. Fue alumno ejemplar en la primaria, en la secundaria y en la universidad. Se recibió de arquitecto aunque empezó a estudiar ingeniería. No se dedicó al comercio de joven, tuvo un reconocido estudio de arquitectura que proyectó los edificios y barrios que construyó Natania. Pero en el 2001, cuando estuvo a punto de cerrar sus puertas la agencia, decidió continuar unos años más para hacerle honor a su padre y que el negocio por el que dio su vida pudiera cumplir las bodas de oro. Y se quedó y hoy la agencia cumplió 65 años.
A lo largo de los años, Carlos vio muchas familias cambiar su vida gracias a la suerte. La agencia Adarvez entregó muchos premios millonarios. Incluso recuerda uno muy especial, que fue anunciado en el diario y hasta fueron a buscar al aeropuerto al flamante ganador. “Antes se podía anunciar quién ganaba el Loto. Ahora ya no se puede por la inseguridad. Salió en todos lados. Se ganó más de 3 millones de dólares, fuimos noticia nacional”, dijo.
Tanto Fernández como Adarvez van a trabajar mañana y tarde en horario de comercio a sus negocios. Sus empleados los tratan con cariño, los conocen de toda la vida. Y con sus clientes pasa lo mismo. Los dos son los guardianes del centro y tal como sucedió cuando eran adolescentes y recibieron diplomas por su asistencia perfecta en las escuelas a las que asistieron, hoy se ganaron el premio a la asistencia perfecta al trabajo.