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Opinión

Un sanjuanino en Berlín cuenta cómo Alemania asila a los sirios

Gerardo Tripolone está haciendo un posgrado en el país europeo. Vive de cerca la situación de los sirios en el país de Merkel y lo comparte en esta columna especial para Tiempo de San Juan.

Por Redacción Tiempo de San Juan
El abogado ofrece una lectura política sobre las motivaciones alemanas para abrazar inmigrantes y la situación jurídicamente frágil de los refugiados.  
 
A partir de la foto de Aylan y de la peregrinación de los refugiados desde Hungría hasta Alemania, el tema central de todos los diarios y noticiarios ha sido el del drama humanitario y geopolítico que está viviendo el mundo con la ola de familias que piden asilo político en tierra europea. Europa debe cargar con las consecuencias de las intervenciones dirigidas desde Estados Unidos y que, por debilidad o complacencia, el Viejo Continente acompañó.

La televisión muestra las imágenes de la estación central de Múnich y el arribo de los trenes cargados de familias, muchas de las cuales viajaron durante meses. Ellos saludan y, en inglés, agradecen la generosidad del pueblo alemán. Algunos llevan la foto de Angela Merkel y la bandera del país que los recibe. Dicen que los alemanes "son un pueblo bondadoso”.

La estación de Múnich y Berlín es testigo de una muchedumbre que espera y saluda la llegada del tren. Tras su marcha de miles de quilómetros de distancia se les entregan juguetes a los chicos, chocolates, comida y agua. Aunque cansados del viaje, los recién llegados levantan sus manos, sonríen y lloran de felicidad.

En los distintos barrios de Berlín se organizan eventos solidarios y existen organizaciones de ayuda para los Flüchtlingen. En Pankow, barrió ubicado al norte de Berlín, se organizó el Café ohne Grenzen, es decir, "Café sin fronteras” para interactuar y ayudar a las personas que huyen de la guerra. Este tipo de actividades se replica en otras zonas, más la constante recaudación de fondos para los cientos de refugiados que se espera lleguen por día a la capital.

El gobierno de Alemania se muestra solidario. La fría imagen de su canciller, antes inflexible con Grecia y los países deudores, hoy cambia por la calidez de la Mutti ("mamá” o "mami”, sobrenombre con el que se ha nombrado a Merkel en su país) no sólo de alemanes sino también de refugiados. La imagen de la policía húngara reprimiendo a quienes quieren cruzar por su país hacia Europa Occidental, contrasta con la de un refugiado sirio que abraza a un uniformado alemán. Pocas veces se ve tal gesto en algún lugar del mundo.

Esa pareciera ser la regla, aunque también hay quienes se preguntan si realmente son refugiados los que buscan entrar a Alemania o, en verdad, son migrantes económicos en busca de un futuro en el primer mundo. Otros cuestionan si realmente son pobres, siendo que puede verse a muchos de ellos con smartphones. Los más radicales organizan demostraciones callejeras e incluso se han quemado lugares de refugio. La televisión les dedica pocos segundos y, aunque existen, son marginales y marginadas del espacio público.

Fuera de esto, todo parece ser optimismo. En un diario se hablaba que estos gestos podían cambiar Europa. En un artículo del periódico Die Zeit Heribert Prantl afirmaba que la "Europa de la hipocresía” podía restaurarse con la ayuda a los refugiados. Esa misma Europa cruel con deudores e inmigrantes podía cumplir de una vez por todas sus prédicas de derechos humanos, libertades individuales e igualdad. El autor consideraba que Europa no iba a sucumbir por la llegada de refugiados. Al contrario, Europa sucumbió cuando no se los dejó entrar y cuando fue egoísta con sus propios ciudadanos.

No obstante, las muestras de solidaridad y optimismo no deberían obnubilarnos. Sobre todo no deberían inhibir el planteo de los problemas geopolíticos y jurídicos del drama de los refugiados, a la par que no puede dejar de pensarse que esta aislada solidaridad de algunos países europeos no es más que (si es que llega a serlo) un paréntesis en un continente cuya unión sigue en crisis y en un orden mundial signado por intervenciones militares y guerras humanitarias cuyas consecuencias nefastas están a la vista.

El Estado-nación y los refugiados

Se ha hecho mundialmente famosa la acogida y los gestos de ayuda con que se han recibido en Alemania a los refugiados que están llegando masivamente a Europa. Estos gestos pueden conmover pero no deben inhibir la reflexión política sobre la situación.

Una palabra se ha repetido en estos días en medios de comunicación y en boca de políticos alemanes: Ausnahme, es decir, excepción. Hace más de veinte años el filósofo italiano Giorgio Agamben describió lo inquietante y problemático de los refugiados para los Estados-nación. No es un problema meramente presupuestario. Tampoco es sólo una cuestión de injusticia en el reparto de las cargas económicas entre los países europeos para la ayuda humanitaria o de falta de solidaridad entre los gobiernos de la Unión.

La gravedad del tema es que el refugiado pone en crisis al Estado-nación que no sabe qué hacer con él. El Estado-nación se constituyó bajo la idea de vincular una determinada nacionalidad, un territorio y una estructura jurídico-política. A cada nación le corresponde un gobierno en un territorio delimitado. En el orden internacional, cada individuo posee su nacionalidad (en principio una sola) que lo relaciona con un Estado. De hecho, se reconoce el "derecho humano” a poseer una nacionalidad.

El refugiado rompe ese vínculo pero de una forma distinta que el migrante común. El refugiado no quiere pertenecer (al menos momentáneamente) a su país de origen, con el cual ha roto toda relación jurídica. El derecho internacional no permite que sea deportado a su país, como sí sucede con un inmigrante ilegal.

No obstante, el refugiado tampoco es nacional de un Estado europeo ni puede serlo en el corto plazo.
El refugiado ha perdido toda relación directa con un Estado-nación. Allí radica el principal problema, porque cada individuo debe pertenecer a un Estado. ¿Qué harán los miles de refugiados que lleguen y se instalen en Europa? ¿Cómo actuarán jurídicamente? ¿Qué derechos tendrán si pasa el tiempo y la situación en sus países no les permite volver o ellos no quieren hacerlo?

No son ciudadanos europeos aunque tampoco quieren retomar la relación con su Estado de origen. Los países europeos no pueden echarlos porque están bajo el estatuto de los refugiados, pero tampoco darle los derechos de nacionalidad para lo cual existen reglas precisas. Simplemente estarán aquí, estacionaria pero de forma indefinidamente.

Como señala Agamben, el refugiado está excluido de todo orden jurídico nacional y, por tanto, sometido a un estado de excepción sin mediación jurídica. Ninguna regla clara estipula qué hacer con ellos, menos aún si la situación se extiende en el tiempo.

Así como Alemania (por ahora) les provee alimento, servicios sanitarios, médicos y carpas para dormir, Hungría los recibe con palos, gases y deportaciones. Están a merced de la buena voluntad de hombres concretos, porque han perdido todo vínculo con cualquier institucionalidad. Su posición es la más frágil de todas.

Los Estados tienen desde hace mucho tiempo en su territorio miles de personas que no responden a vínculo alguno con su estructura jurídico-política. Esto degrada las bases fundamentales del Estado-nación, por lo cual Agamben, y antes Hannah Arendt, los considera la vanguardia que, por fin, podrá terminar con la caduca estructura estatal. Aunque yo no sería tan optimista ni en el objetivo ni en el medio, de ser esto cierto la situación se vuelve bastante más compleja de lo que parece.
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