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“El loco del sifón”

Sangre y horror en el verano del 2000 - Por Omar Garade

San Juan no recuerda crímenes tan salvajes como los que cometió hace más de doce años Eduardo Villavicencio. Violó a dos mujeres y asesinó a sus esposos, mientras estas parejas dormían en su domicilio. Cuando fue atrapado, la policía descubrió que se trataba de un violador serial, ya que se lo investigaba por otros cuatros casos similares antes de que fuera mayor de edad. Lo que aún no se entiende es cómo en 1999 la justicia de Menores lo dejó en libertad.

Por Redacción Tiempo de San Juan
Seguramente los 16 días más sanguinarios y de locura que vivió San Juan en su historia, fueron los del verano del 2000, cuando el “Loco del sifón” asesinó a dos hombres y violó a sus esposas dentro de su domicilio. El solo hecho de repasar lo que hizo este criminal hiela la sangre.

Es increíble que un “monstruo” de ese tipo se haya creado dentro de la sociedad sanjuanina, y más increíble aún es que la justicia de Menores de la provincia lo haya dejado en libertad casi dos meses antes de estos hechos (30 de noviembre de 1999), luego de purgar dos años en el Pabellón de Menores del Penal de Chimbas,  por haber violado a una mujer y dejado en coma a su novio. 

Hay que ser claros. La policía tuvo una excelente actuación en este caso  porque no solo atrapó a este asesino antes de que siguiera matando y violando gente, sino que lo hizo rápidamente.  El ahora recluso del Penal de Chimbas, tuvo mucha suerte con su primer crimen, ya que no solo mató al hombre, sino que  la mujer a la que violó salvajemente no lo podía identificar por ser no vidente.

Todo el caso es excepcional por donde se lo mire. La forma en que atacaba esta “bestia” (se comportó como tal, no veo porque no llamarlo así), el “inusual” elemento que utilizaba para matar,  y hasta lo increíble que suena que un hecho de estas características haya sucedido en San Juan, una provincia que ha tenido graves casos policiales, pero ninguno tan horrible como éste.

Ha superado abiertamente en crueldad a casos como el crimen de la doctora Ana Gómez de Verdú y su hija. O hasta el recientemente ocurrido del oficial Vega y su sangriento asesinato a puñaladas.  Este criminal, de nombre Eduardo Adán Villavicencio, asesinaba y violaba tan solo por  el retorcido placer que sentía al hacerlo. Inhumano por donde se lo mire.

Habría que hacer una investigación definitiva si existe algún otro caso en la provincia de un asesino serial como este. Porque sin dudas Villavicencio es un asesino y violador serial. Con todos los condimentos que tiene una mente tortuosa como la suya, que lo llevó a actuar con el mismo modus operandis por lo menos seis veces (en tres de esos casos aún se lo investiga), y que tuvo como maldito resultado dos hombres muertos, uno herido y por lo menos tres mujeres violadas.

También hay que aclarar que hubo un fiscal que  pidió 11 años de condena para Villavicencio cuando aún estaba preso por haber violado a una empleada doméstica y golpeado a su novio a la salida de un baile;en ese momento,  diciembre de 1997, el malviviente tenía 17 años. El muchacho atacado terminó en coma en una cama del hospital Rawson y tardó muchos días en despertarse, y muchos más en recobrar su salud.

Fue la justicia de Menores quien  liberó a Villavicencio sin que cumpliera esa pena bajo el tutelaje de algún familiar que se habría hecho cargo de él. Lo cierto es que a  menos de dos meses de quedar en libertad y volvió a violar y matar. Un grupo de especialistas dependientes del juzgado de Menores le dio  la libertad bajo tutelaje en noviembre de 1999, sin nunca dar a conocer bajo qué criterio tomó esa decisión.

Volviendo a enero del 2002, Villavicencio había salido hacía poco del Penal de Chimbas luego de cumplir dos años de condena por el ataque arriba mencionado. Se había instalado en un ranchito de la Villa José Dolores y vivía junto a otro muchacho. En ese momento tenía 19 años y no trabajaba. Salía de noche solo a dar vueltas en su bicicleta. Así empezó todo.

Sus primeras víctimas en ese verano fueron los integrantes de la familia Quiroga, formada por el matrimonio de Francisco Emilio Quiroga y  Miryam de Quiroga (35 y 36 años respectivamente  y 10 años de casados, cuando sucedió este hecho) y una niña de cinco años de edad. El  era empleado de una importadora y ella vendía cosméticos en su casa. Era la madruga del 22 de enero del 2000, a las 5,30 de la mañana cuando se desató la tragedia en una vivienda del barrio Sarmiento del departamento Rawson.

Villavicencio entró a la casa por un portón lateral que estaba sin llave. Pasó por la cocina y se llevó de arriba de la heladera un sifón de aluminio recargable decorado con pequeñas florcitas por la hija de la pareja. Enseguida entró a la habitación principal de la casa y se encontró con el matrimonio durmiendo. En un instante se abalanzó sobre Francisco y comenzó a golpearlo en la cabeza con el sifón.

Su mujer desesperada comenzó a gritar. El le seguía pegando al marido, hasta que este quedó inconsciente y sangrante en la misma posición que tenía en la cama. Seguidamente empezó a golpear a Miryam, que desesperada le pedía que se fuera de la casa, que se llevara todo lo que había y que por favor no le hiciera nada a su hijita.

Ni siquiera cuando le dijo que era ciega, Villavicencio paró. Luego de pegarle varios puñetazos en la cara para que la mujer se callara, la ató de las manos con unos cordones de zapatos y comenzó a violarla. Era como un animal hambriento que jadeaba, insultaba, mordía, escupía y gruñía mientras abusaba de la mujer.

Fueron minutos de locura. La víctima solo lloraba en esos momentos esperando que todo terminara y que su niña de cinco años no apareciera en escena. Mientras tanto su marido, con el cráneo aplastado, sangraba y agonizaba a su lado. El asesino se dio por satisfecho y volvió a pegarle a la mujer pidiéndole dinero y amenazando  con matarla.

La señora se acordó que tenía unos cuarenta pesos en la billetera y le indicó donde estaban. Villavicencio buscó el dinero y luego de volverle a pegar y asegurar que volvería a matarla si avisaba a la policía, se fue.

Miryam empezó  a llamar a los gritos a su niña. Ella apareció y a pesar del cruel escenario que le tocó  ver con su padre agonizante y su mamá toda golpeada y ultrajada, siguió las directivas para buscar unas tijeras y cortar las ataduras que inmovilizaban a  Miryam. Luego la desesperación. Francisco no contestaba. Miryam gritaba para que la oyera  algún vecino, hasta que finalmente llegó la policía.

Luego llegó la ambulancia que trasladó de urgencia a Francisco al Hospital Guillermo Rawson. Los médicos se encontraron con un panorama desolador. El padre de familia tenía graves heridas en el cráneo y pronto entró en estado de coma. Francisco estuvo 27 días internado luchando por su vida en la terapia intensiva del Rawson. Finalmente el 17 de febrero de ese año, falleció debido a las heridas producidas por el criminal Eduardo Adán Villavicencio.

La policía no tuvo muchas pistas para seguir de inmediato. Solo una gorra que había dejado el “animal” cuando entró  a la casa de barrio Sarmiento. Miryam no podía dar testimonio alguno debido a su ceguera y aunque malo para la investigación, era bueno que la niña no lo pudiera describir, ya que nunca lo vio, porque durante todo el macabro hecho estuvo escondida en su habitación.

Pero no todo terminó ahí. La sed de sangre y violencia que tenía adentro Villavicencio no se habíanterminado. El 6 de febrero de ese mismo año volvió a  atacar. Pasaron tan solo 16 días desde que le había arruinado para siempre la vida a la familia Quiroga. Esta vez fue en el barrio José Miguel Escobar, también del departamento Rawson. Exactamente en la casa 2 de la manzana H de la calle Manuel Mujica de ese barrio.

Allí vivían Daniel Fernández  (de 49 años cuando fue asesinado) y su esposa (de quien no trascendió el nombre, y tenía 36 años en ese momento) y una hija de 14 años.  El era un ingeniero metalúrgico y ella una ama de casa. En el momento del ataque su hija adolescente no estaba durmiendo en la casa, porque se había ido de vacaciones a otra provincia.

Esta vez fue más temprano. Villavicencio entró a la vivienda y fue directamente a la heladera de dónde sacó otro sifón de aluminio con el que también se dispuso a atacar al matrimonio Fernández. A la primera que sorprendió fue a la mujer, a la que tomó por la cabeza y  puso un cuchillo en el cuello.

En esos segundos, Fernández se despertó sobresaltado. Inmediatamente Villavicencio le pegó un fuerte golpe con el sifón que instantáneamente noqueó al hombre, al que se le ensangrentó totalmente la cabeza y la cara. La mujer empezó a gritar y el criminal, para que se callara,  le empezó a pegar trompadas. En medio de la furia tiró a Fernández al piso y aunque el lector no lo crea, allí empezó la verdadera carnicería.

Dejó de golpear a la señora por unos segundos,  le puso una toalla en la boca y comenzó a violarla. El relato de la víctima a los policías es increíble. Villavicencio la mordía, le pegaba, la violaba, y gritaba “son todas unas hijas de putas” y seguía abusando de ella.

Al mismo tiempo, Fernández parecía moverse en el piso, boca arriba como había caído. Todavía no estaba muerto. Entonces Villavicencio volvió a pegarle y pegarle en la cabeza con el sifón  hasta que el hombre, cuya cara se había perdido entre la máscara roja de su propia sangre,dejó de moverse. Lo más horroroso de todo esto fue  que mientras la “bestia” remataba a Fernández, nunca se detuvo en la violación de la esposa. Mató y violó al mismo tiempo. Monstruoso.

Cuando ya el esposo no le “molestó” más, se dedicó “de lleno” a la mujer. Ahora empezó a violarla analmente y a seguir pegándole trompadas en su espalda. Luego la dio vuelta y la penetró con furia con el envase  de un desodorante y el control remoto del televisor. Aullaba de furia el animal. La mujer ya se había rendido, no perdió la conciencia por el solo hecho de esperar que esa pesadilla terminara y pudiera socorrer a su esposo, que yacía en el piso.
Finalmente Villavicencio se cansó. Le volvió a pegar y también la amenazó de matarla si llamaba a la policía. Se robó el poco dinero que había, un walkman y un bolso de la señora Fernández repleto de prendas íntimas de la víctima. Como entró se fue, dejando el sifón todo ensangrentado al lado de los cuerpos de sus  víctimas.

La mujer pidió ayuda como pudo y cuando tuvo un poco de conciencia se dio cuenta que su esposo había muerto. Ella fue trasladada también al hospital Rawson, donde quedó internada por varios días, para ser atendida por toda las heridas que tenía (sobre todo golpes de puño y mordeduras) y para exámenes ginecológicos que definieran cuánto daño le había causado el salvaje ataque sufrido. Esta mujer tardó mucho tiempo en salir del shock que le produjo el horror que vivió. Apenas reunió fuerza, se fue de San Juan y nunca más volvió.

Dos días después de su segundo ataque, efectivos de la Brigada de Investigaciones Sur  detuvieron  al ya apodado Loco del Sifón en una plazoleta de la villa San José en Rawson. Esta vez cuando salió de la casa de los Fernández, alguien logró verlo y dio su testimonio a la policía. Dijo que había vistió a un hombre bajo y morocho salir en bicicleta dela casa del barrio Escobar cerca de la madrugada.

Este dato y otros que había conseguido la policía desde el primer ataque, fue el que llevó a los investigadores hacia Villavicencio. Cuando fue detenido solo atinó a decir “perdí” y luego confesó con detalles lo hecho a las dos familias. Los policías, sabiendo que ese testimonio en sede policial no era válido en un juicio, allanaron su rancho en la villa José Dolores y allí encontraron pertenencias de las dos víctimas. El bolso y el walkman de la señora Fernández, y un crucifijo de la señora Quiroga.

Villavicencio fue procesado al poco tiempo por doble homicidio, robo, lesiones y violaciones agravadas y reiteradas. Nunca quiso declarar ante el juez, pero el testimonio de una persona apellidada Reinoso, que vivía junto a él en la villa, más las evidencias que la policía de Rawson logró rescatar de un pozo ciego que había en esa vivienda con ayuda de los bomberos, fueron pruebas suficientes para mandarlo a juicio.

En noviembre del 2001, Eduardo Adán Villavicencio, alias “El loco del sifón” fue sentenciado a reclusión perpetua por tiempo indeterminado en el Penal de Chimbas. Allí se encuentra ahora cumpliendo su condena, a más de doce años de esos días de furia del verano del 2000, en que su locura y el salvajismo terminaron con la vida de dos familias sanjuaninas.
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