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Historias del Crimen

"Mary", la chica con epilepsia que asesinó a golpes al padre en Rawson

El crimen ocurrió en enero de 1966, en una noche en que el hombre se emborrachó. Ella siempre dijo que no recordaba por qué lo asesinó.

Por Walter Vilca

Fue una verdadera pesadilla. Recordó que esa noche su padre se puso violento como otras tantas veces y armó un alboroto en la casa. También le quedó grabado que el hombre entró a la habitación donde dormía ella y su madre. Y después se le nubló la mente, de ahí en más no supo que pasó.

Como quién despierta de un tormentoso mal sueño, “Mary” abrió los ojos al rato. Al volver en sí, vio que estaba en los brazos de su tío Juan, que le preguntaba insistentemente: “¿por qué le pegaste a tu papá?”. Entre imágenes borrosas y mientras un policía la retiraba de su domicilio, la joven también observó que otros hombres con uniformes cargaban a su padre, todo ensangrentado y envuelto en una sábana.

Una aterradora realidad

Todo resultaba extraño para “Mary”. Al otro día tomó conciencia de que aquel difuso recuerdo era real. Una pesadilla por el horror mismo de las escenas que le venían a la memoria y por todo lo que escuchaba acerca de lo ocurrido en su casa. Pero más duro fue oír que su padre acababa de morir en el Hospital Guillermo Rawson y a la vez darse cuenta que ella estaba encerrada en un calabozo por asesinarlo a golpes.

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"Mary", la joven acusada del asesinato ante la Justicia. Foto de Diario de Cuyo.

La noticia del asesinato de Agustín Segundo Narváez fue publicada por un diario local mediante una escueta columna titulada: “Una mujer mató a su progenitor”. En sus párrafos relataban que el hombre de 53 años había dejado de existir en la sala de urgencias del Hospital Guillermo Rawson en la mañana del 11 de enero de 1966, producto de las heridas cortantes en la cabeza, el traumatismo grave de cráneo y la conmoción cerebral.

La acusada era su propia hija, María Jacinta de 22 años, que agredió al hombre con una barra de acero dentro de su casa situada en inmediaciones de las calles Elizondo y Quiroz, en Rawson. La noticia del caso no daba muchas precisiones sobre las circunstancias del crimen. Sólo decía que Agustín Narváez se emborrachó, que empezó a provocar a su mujer y la joven y que ésta, en una “violenta reacción”, lo atacó con esa barreta hasta dejarlo moribundo.

Existieron muchos interrogantes sobre el trasfondo del asesinato. Preguntas que empezaron a despuntarse con la investigación. Se llegó a rumorear que hubo un intento de abuso sexual, pero la joven lo negó. Ella relató que en realidad no tenía una buena relación con su padre porque éste se ponía agresivo.

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“Mary”, como la apodaban”, contó que era la menor de los hermanos. Que estuvo en pareja, pero se separó y entonces regresó a la casa de sus padres, donde funcionaba una pensión. Aseguró que, mientras vivió allí, notó que su padre había cambiado, pues estaba muy violento. Fue por eso que al tiempo decidió viajar a Buenos Aires en busca de trabajo y una mejor suerte.

Su estadía no duró mucho. Su madre cayó en cama producto del avance del reumatismo y ella regresó a San Juan para cuidarla. Se tuvo que acostumbrar a los estados anímicos de su padre que, cuando no discutía con ella o le levantaba la voz a su mamá, tenía problemas con la empleada de la pensión, Juana Mallea.

La joven se trataba con médicos a raíz de sus reiterados ataques de nervios y sus desmayos. Igual llevaba una vida normal realizando los quehaceres de la casa y ayudando en la pensión. Así corrían los días en ese domicilio de Rawson, hasta ese domingo 9 de enero de 1966 cuando llegó de visita su tío Juan Narváez.

Con sangre entre las manos

Ese día la familia almorzó. Más tarde, Agustín y Juan Narváez comenzaron a beber y a jugar a las cartas. La reunión se prolongó por horas. El dueño de casa estaba borracho cuando se levantó de la mesa para irse a dormir. Ya era la madrugada del lunes 10 de enero.

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La joven acusada escucha al fiscal. Foto de Diario de Cuyo

La joven acusada escucha al fiscal. Foto de Diario de Cuyo

El hombre caminó tambaleando y entró a la habitación de la empleada. Algo pasó allí, que a los segundos se suscitó una discusión. El hombre salió largando gritos y echó de la casa a Juana Mallea. Esto despertó a “Mary”, que no se sorprendió de los desvaríos de su padre.

El hombre la siguió, porque después ingresó al dormitorio en el que dormía “Mary” y su madre enferma. La joven recordó que lo vio entrar, a partir de ese instante se le borró memoria. Lo que se supone fue que el hombre comenzó a increpar a las dos mujeres y les quiso pegar. Que eso fue lo que motivó la furiosa reacción de muchacha.

Ella aseguró que no se acordaba qué pasó. De acuerdo a lo que reconstruyeron los investigadores, la joven alzó esa barreta que tenía al lado de su cama y emprendió con rudeza contra Agustín Narváez. Le molió la cabeza a golpes. Los gritos del hombre despertaron al resto de la familia. Para cuando su tío Juan y sus hermanos aparecieron, Agustín Narváez estaba tirado en el piso y sangraba por demás.

“Mary” se encontraba envuelta en una crisis de nervios y lloraba. La familia llamó a la Policía y pidió una ambulancia. Es que el dueño de casa no reaccionaba. Cuando la joven recobró la conciencia, su tío la tenía abrazada y le preguntaba qué había hecho. Esa misma madrugada Agustín Narváez fue asistido en el Hospital Rawson. Su estado era delicado como consecuencia de las severas heridas en la cabeza.

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El Tribunal durante la audiencias. Foto de Diario de Cuyo

El Tribunal durante la audiencias. Foto de Diario de Cuyo

La joven fue llevada detenida a la Seccional 6ta. Su padre permaneció internado un día y luego falleció. Esto último significó que la muchacha quedara imputada del delito de homicidio agravado por el vínculo y a los días la trasladaran a la Alcaidía de Mujeres, en el predio del penal de Chimbas.

Un final inesperado

El juicio, realizado entre fines de septiembre y principio de octubre de 1967, generó la expectativa de decenas de parientes y curiosos que presenciaron las audiencias presididas por los jueces Tristán Balaguer Zapata, Carlos Graffigna Latino y Carlos Horacio Zavalla de la Sala I de la Cámara en lo Penal.

El fiscal Armando Alzugaray mantuvo la acusación. Estaba convencido que esa pérdida de memoria a la que aludía la chica era una coartada para no reconocer la autoría en el asesinato. En todo momento sostuvo que ella fue consciente de sus acciones y por tanto debía ser condenada a la pena máxima, la prisión perpetua.

Cuando “Mary” declaró frente al tribunal no pudo evitar el llanto. Dijo que quería a su padre, pero también relató que en ocasiones la maltrataba. Y volvió a insistir que no recordaba lo ocurrido esa noche.

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El Juicio. Foto de Diario de Cuyo.

El Juicio. Foto de Diario de Cuyo.

El caso dividió a la familia. Dos de sus hermanos, citados como testigos en el debate, no ocultaron el rencor contra la joven por la muerte del padre e hicieron explicito su interés de que la condenaran. Uno de ellos se lo reprochó en la cara y mirando a los jueces dijo: “Que pague. Hizo algo que no tiene sentido”. Incluso buscó complicarla más, al afirmar que “Mary” intentó acuchillar a su papá después de haberlo golpeado con la barreta.

El abogado Adolfo Rosas Furque, el defensor, refutó esta última versión y pidió la detención de los dos hermanos Narváez al calificar sus testimonios como falaces e interesados. El letrado basó la defensa en demostrar que “Mary” era inimputable, que padecía una enfermedad crónica que le hacía perder control de sus actos. Para respaldar sus dichos, buscó médicos que diagnosticaron que la joven padecía epilepsia psicomotriz.

Hizo declarar al personal médico que la trató antes del crimen y durante sus meses de detención. También llevó a las dos hermanas de “Mary que, al contrario de sus hermanos varones, sostuvieron que la joven sufría desmayos y ataques que la abstraían por completo. Además, aclararon que ella amaba a su padre.

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Alivio.

Alivio. "Mary" es abrazada por la hemana. Foto de Diario de Cuyo.

La pulseada en el juicio la ganó el defensor que, a través del testimonio de los conocidos de la joven, algunos de sus familiares y los médicos, convenció al tribunal de que “Mary” atravesaba una enfermedad mental y no se encontraba en su sano juicio cuando asesinó a su padre.

El 5 de octubre de 1967, el tribunal se expidió. En su fallo declaró a María Jacinta Narváez absuelta de culpa y cargo del delito homicidio agravado por el vínculo. El argumento fue que esa crisis aguda a raíz de su epilepsia le impidió comprender la criminalidad de sus actos. En la misma resolución ordenó que la joven fuese internada, dado que era un peligro para sí misma y otras personas.

Tras la lectura del veredicto, hubo quienes aplaudieron y gritaron con alivio. “Mary” abrazó a sus hermanas, una de las cuales le expresó que ya la había perdonado. Su abogado también fue felicitado por los presentes, que reconocieron la difícil tarea que tuvo en salvar de la cárcel a la joven. Las versiones señalan que “Mary” fue internada en un hospital, después no se volvió a escuchar de ella. Se sabe que hasta 2010 estuvo viviendo en Rawson.

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