La ejecución
“Es ahora o nunca”, le dijo a Castillo. Y volvió a jurarle que repartirían todo, el dinero, los animales o lo que quisiera de la finca. “Ahora me van a llamar Don Pérez”, expresó “El Rata” Pérez pensando en voz alta e imaginándose al frente de la hacienda de Bravo, mientras trataba de darle coraje al otro peón. “No seas maricón… Hay que hacerlo esta noche, tengo todo preparado”, repitió y le convidó vino para que se envalentonara.
Juntos caminaron de vuelta a la finca de “El Chileno” Bravo y continuaron con la ronda de tragos para no generar sospechas. El dueño de casa tambaleaba sentado en su cama, con un jarro de alcohol en una mano haciendo salud y un rifle apoyado en el respaldo. Pérez y Castillo le daban charla, mientras miraban la maza y otras herramientas al lado de la fragua como alistándose para el acto final.
Bravo.jpg
"El Chileno". Este era Oscar Wenceslao Bravo. Foto de Diario de Cuyo.
Pérez se corrió disimuladamente y alejó el rifle, en ese instante hizo un gesto con su cabeza dándole la señal a Castillo. Éste agarró la maza de hierro de 5 kilos y desde un costado le sacudió la cabeza a “El Chileno” Bravo de un golpe. Al caer al piso, “El Rata” le siguió pegando con un rayo de madera de una rueda de carretela que usó de garrote. Ahí también tomó un hacha y con la parte del ojo de la pesada herramienta continuó castigándolo en distintas partes del cuerpo.
Lo masacraron a golpes. “El Chileno” Bravo sufrió fracturas en la cara, quebraduras de costillas, hundimiento de la caja torácica y terminó con la columna partida. Una vez que Pérez y Castillo se cercioraron que su patrón estaba muerto, arrastraron el cuerpo al patio y lo arrojaron a una fosa destinada al pozo de una letrina. “El Rata” ya tenía todo pensado de antes, así que arrojaron tierra encima y nivelaron el terreno para que nadie descubriera la improvisada tumba.
El pacto de silencio
Esa noche del 30 de agosto de 1970, “El Rata” Pérez y su amigo Castillo durmieron en la casa de su víctima en la finca “El Huaso” a 7 kilómetros de la villa cabecera de Jáchal. Apenas amaneció, ambos se pusieron a ordenar y a limpiar la sangre esparcida en distintas partes de la vivienda.
Castillo se marchó a media mañana y guardó el secreto con la promesa de que más adelante recibiría la parte del botín. Por su lado, Pérez salió a dar de comer a los animales y a trabajar en la finca de Bravo. No debía despertar sospechas.
Pérez hizo circular la versión de que Bravo viajó fuera de la provincia y lo dejó como administrador de la finca.
La segunda parte de su plan fue ocultar la desaparición de Bravo e instalar la versión de que estaba de viaje. Le iban a creer, supuso. “El Chileno” y él, además de esa relación de patrón y peón, eran amigos. Se conocían de cuando ambos estuvieron presos en la vieja cárcel de Jáchal por algunas de sus fechorías. Se tenían confianza.
Los testimonios recogidos en la causa señalan que Oscar Wenceslao Bravo era terco y “mal llevado”, tanto que mantenía distancia con sus hijos y vivía solo en su finca donde criaba ganado vacuno, cabras, ovejas y hasta llamas, además poseía caballares y mulares. Así también plantaba cebolla y alquilaba parte de la propiedad al policía Manuel Sosa, que cultivaba otros productos.
La gran puesta en escena
“El Rata” cumplía el rol de mano derecha de Bravo y casi encargado de toda la finca. Seguro de que el plan funcionaría, hizo correr la voz que “El Chileno” había viajado a San Juan por cuestiones de negocios. A la vez reunió documentos y papeles del difunto. También, mediante engaños, hizo confeccionar al policía Sosa una autorización en nombre de Bravo que le daba poder para disponer de la hacienda y de los cultivos durante su ausencia. Después él mismo plasmó unas firmas falsas de “El Chileno”.
Pérez así se adueñó de la finca. Castillo se dio cuenta de esto el 15 de septiembre de 1970, cuando pasó por la propiedad y lo encontró bebiendo con otro vecino y comiendo un asado de una vaca recién carneada. “Ahí tenés las achuras, llévatelas…”, le propuso “El Rata”, pero él lo tomó como una provocación: “Ese no era el trato. Quedamos que todo se repartía por igual”, le contestó.
El Rata.jpg
"El Rata". Hugo Héctor Pérez, el mentor del brutal crimen. Foto Diario de Cuyo.
Al otro día Castillo volvió a la finca “El Huaso” y le anunció a Pérez que se iría a trabajar a la mina “El Fierro” en Iglesia. Para conformarlo, el otro peón le entregó un poncho, un rifle y unas chapas de plata del cinto que pertenecían a Bravo. Desde ese momento Castillo no volvió más.
Con el transcurso de las semanas, Pérez fue desplegando otras estrategias. Se trasladaba a San Juan y se enviaba cartas a sí mismo con la firma de Bravo. En esas misivas, supuestamente “El Chileno” le expresaba, entre otras cosas, que dispusiera sobre los cultivos y los animales porque tardaría en regresar a Jáchal en razón de que tenía previsto partir a Chile.
Esas cartas servían para sostener sus mentiras, ocultar el crimen y sobre todo eran sus avales para manejar la finca. Algunos de esos sobres fueron enviados a la comisaría de Jáchal con el fin de que los policías vieran los escritos. En ocasiones hasta leía las cartas frente a los uniformados para que oyeran las supuestas directivas de “El Chileno” Bravo.
Las mentiras tienen patas cortas
Todos cayeron en la farsa de “El Rata” Pérez, que hacía y deshacía en la finca. En ese tiempo negoció la cosecha, vendió algunos animales, cedió en alquiler el permiso de regadío y sacó algunos muebles de la casa. No tuvo escrúpulos, incluso le vendió carne al propio hijo de “El Chileno” Bravo.
Pero “El Rata” Pérez no era tan astuto. No podía sostener para siempre el engaño, en algún momento se quedaría sin coartada. Los hijos de Bravo preguntaban y cada vez les resultaba más extraño que su padre permaneciera por tanto tiempo lejos de su finca, siendo él excesivamente celoso y mezquino con sus cosas. Y menos les cerraba que se contactara con el peón y no con ellos. Tampoco pasaba desapercibido el hecho de que Pérez se tomaba atribuciones en nombre de su padre y no hiciera participe a la familia.
Perez.jpg
Detenido. "El Rata" Pérez cuando era trasladado al juzgado de Jáchal. Foto de Diario de Cuyo.
Las evasivas, la trillada respuesta de que Bravo andaba de viaje y los negocios que hacía “El Rata”, llenaron de intriga a los hijos del hacendado. ¿Cómo es posible que ni siquiera dé señales para las fechas de Navidad y Año Nuevo y nadie sepa sobre su paradero?, se preguntaban. Ante tanta incertidumbre y perplejos por la misteriosa desaparición de su padre, se les representó la aterradora idea de que podrían haberlo asesinado.
El 25 de enero de 1971, Gilberto Bravo –domiciliado en el distrito San Roque- pidió hablar con el jefe de la comisaría de Jáchal y le comentó la angustia de la familia y todas las circunstancias que rodeaban la extraña desaparición de su padre. Le hizo saber que desconfiaban de Hugo Héctor “El Rata” Pérez. Concretamente, habló sobre la sospecha de un homicidio.
El comisario Cruz Alejandro Olmos abrió grandes los ojos, pero le halló sentido a todo lo que expresaba Gilberto Bravo. Así fue que le tomó la denuncia y se contactó con el juez Hugo Alberto Pastor de Jáchal para explicarle sobre lo que acababa de escuchar. La primera medida ordenada por el magistrado fue entrevistar a “El Rata” Pérez, quien a la hora de responder se trababa y entraba en contradicciones mientras relataba acerca de la partida de su patrón y el supuesto intercambio de cartas con él. También exhibió esos escritos, pero eran burdos manuscritos que a simple vista no se correspondían con la letra ni la firma de Bravo.
Las detenciones
El relato de Pérez presentaba inconsistencias y generaba más dudas. A los días lo detuvieron. En ese segundo interrogatorio, “El Rata” Pérez confesó y no se guardó nada. Contó sobre la trama que urdió para asesinar a su patrón y amigo “El Chileno” Bravo, de cómo lo mató en complicidad de Nicolás Adino Castillo y señaló el lugar en el que enterraron el cadáver.
El 12 de febrero de 1971, con la orden del juez Pastor allanaron la finca “El Huaso” y excavaron en el sitio indicado. A los tres metros de profundidad encontraron los restos de Oscar Wenceslao Bravo en estado de putrefacción. Aun así, sus hijos reconocieron sus prendas de vestir, su contextura física y el cabello.
image.png
El cómplice. Nicolás Adino Castillo, el otro peón rural. En la imagen muestra la maza que utilizar para matar a su patrón. Foto de Diario de Cuyo.
Era “El Chileno”, que al momento de su deceso tenía 60 años. Su cuerpo presentaba signos evidentes de una muerte atroz. El médico legista que examinó el cadáver detectó las fracturas en el rostro, en el tórax y columna. Esto coincidía con la descripción que hizo el propio Pérez de cómo y con qué le pegaron. Los policías secuestraron en el lugar las armas homicidas: la maza y el hacha. A partir de la confesión de “El Rata”, apresaron a Nicolás Adino Castillo. En otro procedimiento realizado en la casa de este último encontraron el rifle y el poncho de la víctima.
Castillo dio un relato idéntico al de Pérez en relación a la forma en que asesinaron a golpes a “El Chileno” Bravo. Aclaró que fue “El Rata” quien pergeñó el crimen en julio de 1970 y que en esa oportunidad le propuso cometer el crimen con el argumento de que sabía que el patrón tenía dinero guardado y podían apropiarse de sus animales y bienes.
Castillo confesó su participación el asesinato, pero aseguró que el mentor de todo fue "El Rata" Pérez.
Ese plan se ejecutó la noche del 30 de agosto de 1970, después de que su amigo emborrachó a la víctima, confirmó, a la vez que detalló que lo golpearon con la maza, el palo de madera y el hacha. Recordó que, a cambio de su complicidad, Pérez le prometió que dividirían las pertenencias de Bravo y no trabajaría más, pero que después rompió su palabra.
Duras condenas
Hugo Héctor Pérez, de 28 años y alias “El Rata”, y Nicolás Adino Castillo, de 42, fueron procesados por coautores del delito de homicidio agravado. Al primero de ellos, además, le agregaron los delitos de estafa y falsificación de documento. Durante la investigación también apareció un tercer implicado, el cabo Manuel Sosa de la comisaría de Jáchal. A este policía le atribuyeron la falsificación de dos escritos que otorgaban poderes a Pérez sobre los bienes de Bravo.
image.png
Hallazgo. El 12 de febrero de 1971, la Policía junto al juez de Jáchal realizaron la excavación en el pozo negro y encontraron el cadáver del hacendado. Foto de Diario de Cuyo.
En un juicio escrito, los tres fueron condenados en marzo de 1975. A “El Rata” Pérez y a Castillo a la pena de reclusión perpetua por tiempo indeterminado y al policía Sosa a 8 meses de prisión de cumplimiento condicional.
Sus defensores apelaron esas condenas y la sentencia fue revisada por los jueces Alejandro Martín, Carlos Graffigna y José Hidalgo de la Cámara Primera en lo Penal. En esas instancias, el tribunal absolvió a Manuel Sosa bajo el argumento de que no se acreditó que el policía haya actuado en complicidad con Pérez. En todo caso, la investigación dejó abierta la posibilidad que Sosa fue otra víctima de las mentiras del principal responsable del crimen.
Con respecto a Pérez y Castillo, los camaristas confirmaron parte del fallo condenatorio, pero morigeraron la situación de ambos. Ajustaron la calificación de los delitos y le impusieron el delito de homicidio, doblemente agravado por la alevosía y criminis causa. Sobre la estafa y la falsificación, expresaron que estas figuras quedaban subsumidas por la de criminis causa, esto es cometer un delito –el asesinato en este caso- para ocultar otro. Lo más resaltante fue que le quitaron la accesoria de la reclusión por tiempo indeterminada y ratificaron la condena a perpetua.
FUENTE: Fuentes: diarios Tribuna y Diario de Cuyo. Poder Judicial de San Juan y Biblioteca Franklin Rawson.