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En San Luis

Cómo está hoy la primera escuela que fundó Sarmiento cuando tenía 15 años

Está ubicada en medio de un pueblo entre sierras que data de mediados del siglo XVII.

Por Redacción Tiempo de San Juan

Nadie sabe si San Francisco del Monte de Oro se llama así por el espinillo dorado que tiñe las sierras, por la fiebre del oro de principios del siglo XIX, o por un cura de apellido Oro, tío de Domingo Faustino Sarmiento. Lo seguro es que el pueblo, sobre la RP9, en San Luis, cuenta con un hito de la educación pública nacional que se puede visitar: la primera escuela que fundó Domingo Faustino Sarmiento.

“Lo que hoy llamamos Cuyo fue colonizado en la segunda mitad del siglo XVII desde la Capitanía General de Chile que dependía de España. El primer español en instalarse en este valle fue el capitán Hernando Muñoz, que contrajo matrimonio con Clara Chutun, la hija del cacique Lorenzo Colocaci, dueño del lugar. Por ella se cree que estas tierras se conocían como Chutunzo”, señala el joven profesor de historia Mario Camargo, nacido en el pueblo, guía de la Secretaría de Turismo, e hijo de una de las familias históricas de la zona.

Fue gracias a los ancestros de Camargo que Sarmiento tuvo donde dormir en estas tierras que serían fundacionales en la historia de la educación nacional. Lo relata Ana María Gil, guía de una escuelita rancho hoy devenida en museo: “Domingo Faustino Sarmiento llegó hasta acá cuando tenía quince años, en 1826. Acompañaba a su tío, el Fray José de Oro, que venía exiliado por razones políticas desde San Juan. Como no tenían donde dormir porque el techo de la iglesia del pueblo se había quemado con un rayo, los Camargo ­–hacendados de la zona, que todavía viven acá al lado–, les cedieron este ranchito”.

Dónde todo empezó

Estamos frente a la antigua y pequeña construcción de adobe, techo de paja, revoque en barro y blanqueada a la cal que queda a pasos de la plaza del pueblo, en la zona más antigua que se denomina Banda Sur. Aquí la guía repasa cómo es que el joven Sarmiento empezó a dar clases. “Poco después de llegar notó que los pobladores, en su mayoría mineros, pero también ricos hacendados, no sabían leer ni escribir. Había altos índices de analfabetismo. Entonces empezó a dar clases en el alero de la casa y debajo de los árboles. Preparaba las lecciones con su tío, pero el sacerdote –que tenía carácter gaucho– salía a recorrer el pueblo. Por eso Sarmiento era quien se quedaba enseñándole las letras a aquellos pobladores que eran más grandes que él”, relata Ana María Gil una vez dentro de la pequeña casa de dos ambientes. Tan agradecidos estaban los alumnos, que como describe el escritor Marcelo Rivero en su libro Sarmiento y el Cura Oro en San Francisco del Monte, le traían ofrendas valiosas para la época, como gallinas y huevos.

Ana María además relata que solo un año permanecieron Sarmiento y su tío en el pueblo, pero que la casa nunca quedó deshabitada y por eso se mantuvo en pie. Cien años después, el Gobierno Nacional se hizo cargo del ranchito que conserva las paredes de ladrillo crudo (barro y paja), puertas y ventanas originales. “Solo se restauró algo del techo que es de paja y barro, con varas y tirantes de quebracho y algarrobo, con jarilla que repelía la vinchuca”, detalla mientras señala las troneras, que son agujeros en la pared desde donde se advertía la llegada de los malones y, si hacía falta, se sacaba el fusil. Hay además esquineros dónde apoyaban las velas, un mortero para la harina y una batea de madera.

“Con la intención de protegerla, en 1960 hicieron una losa y la recubrieron con ventanales de vidrio, para que quedara expuesta en una especie de caja de cristal. Pero fue todo lo contrario. Con el calor, el vidrio generó un efecto invernadero que humedecía la casa y la deterioró. Por eso lo sacaron y hoy se ve como estaba entonces”, agrega Ana María e invita a pasar al salón contiguo, donde funciona una biblioteca en honor al prócer.

Declarado Monumento Histórico Nacional en 1941, el ranchito tiene el mismo número de ley y día de declaratoria que la Casa de Tucumán, aunque mucha menos fama. Gran injusticia si consideramos que en su libro Recuerdos de provincia, el mismísimo Sarmiento habla de su paso por San Francisco del Monte de Oro. Y, más aún, en uno de los párrafos de la carta que en 1872 le manda al entonces gobernador de San Luis, Don Juan Agustín Estrada, ruega: “(…) Ojalá que algo pudiéramos hacer para perpetuar la escuela de San Francisco del Monte, donde di las primeras lecciones de mi gran ciencia hoy (…)”.Lo dijo, seguramente, sin imaginar que este pueblo rural que cada 11 de septiembre convoca al gobernador de la provincia para el acto central del Día del Maestro, además sería semillero de docentes. “En 1915 aquí se fundó una escuela normal de formación docente, gracias al impulso de la profesora Rosenda Quiroga. Dejó de funcionar en 1996, cuando la sacaron de circulación por el cambio de la ley de educación. Pero todavía quedan diseminados por la Argentina grandes maestros de aquí graduados”, apunta Ana María.

Tomar un legado

En detalle lo explica Mario Camargo mientras guía la recorrida por la antiquísima Casa Museo Rosenda Quiroga, a unas cuadras de la plaza central. “Esta vivienda se conservó igual durante más de 150 años, con los muebles de la señorita que nació un 1ro de marzo de 1869. Formada como docente en la ciudad capital de San Luis, volvió a su pueblo para luego ser directora de escuela. Admiradora de Sarmiento, impulsó la creación de la Escuela Normal de Maestros Mixta con el argumento principal de homenajear la memoria del prócer, que en sus escritos pedía no ser perpetuado en el mármol ni en el bronce, sino en escuelas. Así en 1915 nació la institución de formación y rural que atrajo jóvenes de poblaciones cercanas, parajes y provincias limítrofes”, repasa el historiador.

Entonces lamenta que por razones políticas –”por politiquería”, según denuncia Rosenda en sus escritos– la escuela fuera clausurada en 1930. “Fue un golpe muy duro para toda la localidad, pero además afectó mucho a Rosenda a nivel personal. La escuela era su vida”, detalla Camargo sobre la decisión que dejó a Rosenda “con las alas rotas” –según ella misma describe– antes de morir de un infarto un año después. “No llegó a verlo, pero la escuela reabrió”, agrega Camargo sobre la institución que, lamentablemente, desde fines de los años 90 dejó de ser terciario.

(Fuente: La Nación)

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