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opinión

Los seis años de Bergoglio como Fancisco: logros, prioridades y temas pendientes

El 13 de marzo de 2013 el mundo se conmovía al escuchar el anuncio sobre la entronación del Papa argentino. Pasaron 6 años: ¿qué pasó?

Por Redacción Tiempo de San Juan

Por Whashington Uranga

 

Jorge Bergoglio cumplió seis años como máxima autoridad de la Iglesia Católica desde que fue elegido para esa responsabilidad por el colegio cardenalicio el 13 de marzo de 2013. En relación a la sociedad Francisco puso su prioridad en una iglesia que mire a la realidad de los pobres, de los desplazados de todo tipo, crítica del mundo capitalista y preocupada por el cuidado del ambiente. Por esta actitud recibe aplausos y críticas. Desde adentro y desde los márgenes de la propia Iglesia Católica. Respecto de la realidad interna de la institución, a pesar de su prédica en favor de obispos "con olor a oveja" y a los anuncios de reestructuraciones de la organización eclesiástica, la mayoría de los analistas advierten que pocos han sido los cambios reales, sin dejar de reconocer que existen serias resistencias para ello particularmente por parte de los sectores más conservadores. Pero quizás el problema más grave que atraviesa en el frente interno y externo, son los casos de pederastia que no cesan de conocerse, a los que el propio Papa ha calificado como "una plaga por la que está herida la Iglesia", situación frente a la que parece difícil que ni Bergoglio ni sus asesores encuentren una respuesta eficaz al menos en lo inmediato.

Francisco sigue conmoviendo al mundo por sus magisterio en favor de los pobres, de los migrantes, de los desplazados. Lo ha hecho durante los seis años que lleva al frente de la Iglesia. Tanto en sus documentos magistrales como en sus constantes declaraciones. Pero también con los gestos de acercamiento a quienes sufren e instando de manera frecuente a sus obispos y sacerdotes para que también lo hagan. Esto ha sido acompañado en términos doctrinales por una apertura mayor que la de sus antecesores en términos teológicos a aquellas miradas que conectan con el compromiso social del catolicismo. En esa línea se destacan, por ejemplo, la canonización del obispo salvadoreño Oscar Arnulfo Romero y, en el caso argentino, la beatificación del también obispo Enrique Angelelli y sus compañeros mártires de La Rioja. 

No podría decirse que Bergoglio es un revolucionario en términos teológicos, pero sí que ha sido consecuente en rescatar las ideas principales del Concilio Vaticano II y que, en esa tarea, incorporó buena parte de la tradición teológica que proviene de la iglesia latinoamericana. Pero es evidente que esto genera resistencias y contrariedades en los sectores conservadores quienes, por este y otros motivos de orden interno, no dejan de conspirar contra el Papa.

Desde que se hizo cargo de sus responsabilidades en la Iglesia mundial Francisco tuvo en clara la necesidad de modificar el funcionamiento de la propia institución eclesiástica. Él mismo dio pasos en el sentido de mayor austeridad en la vida del Papa, resignando privilegios y el boato tradicional. Y casi de inmediato Francisco nombró un equipo de cardenales y obispos, hoy conducido por el cardenal Secretario de Estado, Pietro Parolin, para estudiar las reformas internas. Hasta el momento poco se conoce de lo actuado por ese grupo y, en todo caso, no hay modificaciones sustanciales que salgan a la vista. Hay una larga lista de modificaciones posibles que van desde posibles cambios en las formas de gobierno en la Iglesia, los mecanismos para las designaciones de obispos y, entre muchos otras cuestiones, el debate sobre el protagonismo de la mujer y las eventuales reformas del ministerio sacerdotal ordenado que hoy supone el celibato. Vale decir también que este es uno de los frentes en los que existe más resistencia interna por parte de los conservadores que combaten a Francisco. 

Esta es una de las principales tareas pendientes de Bergoglio. Pero, sin duda, lo que más desvela hoy al Papa es la gravedad del problema de la pedofilia. También porque quizás -como sucedió en su visita a Chile el año anterior- Francisco subestimó el tema. Fueron las víctimas las que -con sus denuncias y su persistencia- prácticamente obligaron al Papa a tomar acciones más directas. La cumbre episcopal celebrada en el Vaticano en febrero pasado para considerar la cuestión avanzó en algunas medidas, pero no solo son tardías sino que tampoco parecen suficientes. Así lo hacen saber también los damnificados. Y mientras tanto se siguen conociendo nuevos casos de abusos y condenas como la del cardenal australiano George Pell, quien además fuera un colaborador directo de Bergoglio, que tendrá que pasar seis años en prisión. 

Este tema es uno de los que más le quita el sueño a Francisco. Y así lo reconoció en estos días ante los sacerdotes de la diócesis de Roma. "Siento el deber de compartir con ustedes el dolor y la pena insoportable que causa en todo el cuerpo eclesial la ola de los escándalos de los que los periódicos del mundo entero están llenos", dijo.

Al margen de las consideraciones anteriores hoy el papa Francisco es una de las figuras más influyentes en el escenario internacional. Un líder reconocido más allá del catolicismo por el protagonismo que tiene en el mundo, en particular por su prédica en favor de los más desvalidos y por su actividad permanente por la paz y la solución pacífica de los conflictos. Bergoglio está convencido de que las grandes religiones monoteístas tienen un papel fundamental en bien de la reconciliación entre los pueblos en medio de una realidad mundial sembrada de guerras regionales que atentan contra la vida de las personas y deterioran la ya frágil paz mundial.

El Papa incorporó como parte de su misión la tarea de contribuir a la paz en el mundo con las herramientas que estén a su alcance. Y para ello avanzó en mediaciones, diálogos con los líderes mundiales y puso a trabajar a la diplomacia vaticana con ese fin.   

Jorge Bergoglio tiene ahora 83 años y, si bien quienes están cerca aseguran que su salud es buena, a simple vista se nota la fatiga que en su cuerpo deja la intensa actividad que despliega. Se sabe que su jornada en Santa Marta, la casa donde reside, se inicia casi en la madrugada con lecturas y oraciones. Luego sigue la agenda formal del papado a la que Bergoglio suma, fuera de protocolo, muchos diálogos con viejos conocidos, asesores o personas a las que quiere escuchar. 

Aunque la renuncia al papado, siguiendo el camino inaugurado por su antecesor Benedicto XVI, puede estar en el horizonte, no parece ser algo inminente. Antes, probablemente, Jorge Bergoglio de nuevos pasos para avanzar en la reforma de la Iglesia y, de esta forma, agregar un capítulo importante en su legado para el catolicismo. 

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