La destitución de Dilma Rousseff de la presidencia de Brasil este miércoles fue el clímax dramático y esperado durante largos meses de áspera lucha de poder que, sin embargo, no zanja la crisis política en el mayor país de Latinoamérica.
La Policía Militar los repelió con gases lacrimógenos y bombas de estruendo.
Asimismo, unas 500 personas, según la Policía Militar, realizaron una marcha con el mismo motivo por la zona céntrica de Brasilia, sin que se registraran incidentes.
Mientras tanto la reacción virulenta de la ya exmandataria, que denuncia un "golpe de Estado parlamentario" y promete una oposición feroz al nuevo "gobierno golpista" de su sucesor, Michel Temer, ilustró claramente que no podía esperarse de esa jornada histórica el final de la película.
Fue apenas el último episodio de la primera temporada de una serie política que no terminará hasta las próximas elecciones legislativas y presidenciales de 2018.
Pero, ¿cuál es el guión que pueden reservar los próximos episodios?
Heroína guerrera - y derrotada- de la primera temporada, la protagonista Dilma Rousseff parecía condenada a desaparecer del reparto tras su destitución, rumbo a una merecida jubilación a los 68 años.
Pero aunque los senadores la sacaron del poder por una contundente mayoría, no le quitaron sus derechos públicos, suavizando lo que ella misma había denunciado antes como una "condena a muerte política".
La exmandataria podrá, por tanto, ser candidata a cargos como el de diputada o senadora. Pero no a la presidencia en 2018, puesto que ya alcanzó el límite de dos mandatos consecutivos.
"En este momento no voy a decirles adiós. Tengo la seguridad de que puedo decirles hasta pronto", avanzó el miércoles.
El discreto, y en apariencia inofensivo, vicepresidente centrista de Rousseff salió como el gran vencedor del primer asalto de la crisis.
Esperó el peor momento de aislamiento y debilidad política de la que era su socia para precipitar su caída a fines de marzo y acabar heredando en bandeja su presidencia hasta 2018.
Aunque su victoria podría ser de corto alcance debido a sus propias debilidades.
Su legitimidad, formalmente indiscutible en el plano constitucional, está muy fragilizada por su polémico acceso al poder y por las etiquetas de "traidor", "conspirador y "golpista" que le colocó Rousseff.
Tanto que este político de detrás de bastidores, poco conocido por los brasileños, es igual de impopular que la misma expresidenta.
Además, está la espada de Damócles del escándalo de corrupción en el gigante estatal Petrobras y sus devastadores giros, que han salpicado de lleno a su partido PMDB.
Él mismo ha sido citado por varios acusados, sin consecuencias judiciales hasta el momento.
En este complejo contexto, Michel Temer reconoció el miércoles sólo tener "dos años para reencauzar" un país sumido en su peor recesión económica en décadas.
"Va a ser difícil", admitió, fijándose como prioridad la reducción del desempleo que afecta a 11,8 millones de brasileños.
De momento, cuenta con una mayoría bastante sólida en el Congreso, además de la buena acogida de los mercados.
Temer prometió un severo ajuste del presupuesto e impopulares reformas del sistema de pensiones o de los derechos laborales.
Después de cuatro presidenciales perdidas de forma consecutiva frente al PT, el PSDB cuenta con conquistar las elecciones de 2018, y no piensa dejarse adelantar por el candidato de Temer.
A la izquierda, desgastado y debilitado por 13 años en el poder y los escándalos de corrupción, el PT de Rousseff y su mentor, el expresidente Lula, no puede soñar aún con 2018.
Por el momento, está concentrado en asegurar su supervivencia, y eso pasa por tratar de limitar los daños en las elecciones municipales de octubre, donde teme una derrota histórica.
Aunque lo hará liberado ya del peso del poder y con la perspectiva de una cura de oposición en la que apostará por el fracaso de Temer para hacer olvidar los suyos.
El partido fundado por Lula no dudará para ello en aprovechar el descontento provocado por las medidas del gobierno de Temer, tratando de abrir un frente social a través de su movilización sindical.
¿Pero qué candidato puede presentar en 2018? Al no haber sabido renovarse, el PT sólo tiene un único nombre creíble, siempre el mismo: Lula. Las acusaciones al expresidente en el escándalo de corrupción en Petrobras ejercen, sin embargo, una pesada amenaza sobre su regreso.
A pesar de sus deberes judiciales, Lula sigue en cabeza de las intenciones de voto para el primer turno de una elección presidencial.
E, incluso disminuido, sigue siendo el terror electoral de la derecha, el hombre a batir por todos los medios, judiciales incluidos.
Fuente: Los Andes