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Diario de cuarentena

Semana 2: Casi nunca estuvimos en guerra, esto es lo más parecido

Moraleja de la vergüenza: en San Juan escrachamos, en lugar de apoyar. Aislados hasta de los vecinos, aburridos y con un arma poderosa: las redes. Por Sebastián Saharrea.

Por Sebastián Saharrea

En estos días, números más o menos, el planeta desbordó el millón de infectados por el coronavirus. Uno sólo de ellos -también números más o menos, y siguiendo con la acción de tocar madera- está en San Juan. Una mujer, médica. Difícil pensar que a alguno de ese millón de infectados en todo el mundo le haya tocado vivir el calvario que le tocó a ella.

Por lo que se ve, los enfermos por coronavirus en todo el mundo no andan avergonzados y ocultándose vaya a saber de qué. Les asiste el derecho a la intimidad, por supuesto, lo que no implica que si lo desean puedan compartir su situación con el resto. Se vio a celebridades que, como en toda sociedad civilizada, expusieron su situación sin gesto pecaminoso en absoluto: al príncipe Carlos no se le cayó la corona por comunicar que es poseedor del virus, a Tom Hanks ni siquiera se le borró la actitud, a Dybala y Oriana no se les fue el pulgar hacia arriba, a Boris Johnson no se le cayeron las acciones políticas más de lo que se le derrumbaron por su desprecio previo.

Sin necesidad de ir al mundo. El primer enfermo por coronavirus del país –ya de alta- se mostró en cámara y pidió sushi. En la misma Mendoza, acá al lado, la historia de cada uno de sus 25-30 enfermos fue contada por los diarios vecinos con total normalidad. Y así por todos lados del país, donde un enfermo por coronavirus, así se lo haya contraído en un viaje de placer, se trata de una víctima.

El sábado pasado por la noche se comunicó en San Juan lo que más temprano que tarde iba a suceder: el primer caso local. Y la víctima, una joven profesional que acababa de llegar a la provincia proveniente desde Europa, fue literalmente lapidada por una turba enjuiciadora que la encontró culpable de vaya a saber qué.

Debió esconderse, guardar su identidad bajo siete llaves y pedir silenciosamente protección. Vergüenza general sólo que se permita que una horda inadaptada dedicara su tiempo a escrachar a la víctima, que por otro lado había resguardado respetuosamente los protocolos médicos. Y que otros compartieran la lapidación vía redes sociales, en nuevo instrumento de acción comunitaria y más ahora que estanos todos aburridos.

Redes sociales y estúpidos hay en todos lados del mundo. Pero capaces de producir semejante vergüenza –los menos- y de tolerarla –los más- sólo habla de San Juan en un lamentable diferencial negativo respecto del resto del mundo, que hasta ahora no había visto una cosa así. Y eso que se ve de todo por estas horas. Remonta al desprecio y la discriminación de los primeros pacientes infectados de HIV y señalados por la calle por el padecimiento devenido de la homosexualidad. O la campanita que le ponían al cuello a los afectados por la lepra. Todos tiempos antediluvianos.

Siempre manteniendo la mano en la tabla, San juan sigue siendo un balcón distante desde donde mirar el dantesco espectáculo mundial por la crisis sanitaria. Se aclara, no exento de potencial riesgo futuro, como atestiguan categóricamente las compras en la provincia de bolsas mortuorias o féretros. Sangre fría, propia de los tiempos que corren.

Donde no le asisten privilegios, ni a San Juan ni a nadie, es en el económico. Para los asalariados con empresas en problemas y para los miles que salen a ganar la calle y hacer la diaria. Salir y atravesar la puerta es encontrarse con apenas algún decidido, pocos autos, comercios cerrados.

Retenes policiales cada día más dedicados a hacer cumplir las restricciones, calles desoladas y ese eco extraño que retumba como un fantasma. La vida parece confinada a lo que ocurre puertas adentro, se pueden escuchar algunas risas si se pasa cerca, alguna televisión encendida, familias reunidas en una mesa que se dejan ver por las ventanas abiertas para que entre el fresco. Se pasó aquella euforia de los primeros días de cuarentena en los que todo era aventura, novedoso, prueba y error. Ahora hay sólo tedio, contar las horas y reflexionar con las noticias de fondo que la cosa no viene nada bien en ningún lado.

Paseos que se preparan para albergar camas de emergencia, médicos a los que se les nota el gesto, vecinos que recobran la dura realidad cuando se cansan hasta del Facebook, lugares desolados sin las luces de los cafés o de los comercios de siempre. Y hasta un inicio de ciclo en la legislatura sin gente, y sin el mismísimo gobernador.

Panorama de guerra al que ninguno está acostumbrado. Argentina no ha vivido ninguna guerra más que la de Malvinas, en la que el recuerdo en la sociedad civil era de alarma y preocupación por los soldados, pero no calles paralizadas y actividad bloqueada como la de ahora.

Por fortuna, no nos ha tocado la miseria de las grandes conflagraciones bélicas de la humanidad, que nos pasaron muy lejos. No tenemos experiencia en encontrarnos de un minuto a otro sin nada que hacer, sin poder salir de la cueva, juntarse a reírse, hacer deportes, ver un partido en la tele. Tampoco, en lamentar pérdidas humanas de a miles, con las manos más agarrada a la madera que nunca. Esto es lo más parecido. Insospechable apenas un mes atrás, es la triste certeza que se tiene en frente cada vez que uno se levanta.

Cambiamos opiniones con un amigo, que recuerda las cicatrices de las crisis económicas recurrentes en el país, que han dejado huella indeleble en los argentinos con las economías de guerra. De eso hablamos, argumenta, y sostiene que ese motivo es importante para sostener que los argentinos estamos más preparados que el resto a esos padecimientos. Buen asunto para cambiar pareceres.

Ahora que estamos aislados como nunca. En la casa, en la ciudad y en el país. Los que tienen un fondo, patio o similar, insospechados privilegiados, aunque deban andar gambeteando gallinas. Los que viven en un depto., maldiciendo más que la media. Ya pasará, el consuelo y el arco que se corre.

También asilados del país. En San Juan, con barreras incalculadas en todos los tiempos: ¿que no se puede cruzar a Mendoza? Absoluta ciencia ficción de entrecasa que, como en todos los casos, la realidad se encarga de desacreditar. Se contará algún día que la sencilla entrada a la provincia por una ruta, costumbre elemental años ha, quedó bloqueada por pertrechos armados. A los que nos toca vivir el momento, horas extra sacando fotos y recogiendo testimonios para los nietos. Quién sabe la interpretación que se hará de estas horas con el tiempo, no será nada menor que tenerlo bien documentado.

Aislados también de los vecinos en el mundo, fronteras clausuradas para todo tipo de transeúnte y con un significado especial en dos casos para los sanjuaninos: Chile y Brasil. Uno, el vecino dilecto, destinatario de todo esfuerzo de integración en los últimos tiempos, plagado de avances y retrocesos pero en la línea de estar más cerca. El otro, principal destino comercial para los productos sanjuaninos que no sean de la minería.

Los dos, con relaciones corono-políticas (perdón el término) complejas. Piñera viene surfeando la ola de la desestabilización mucho antes de que estallara el virus, y ahora sus acciones han sido bien diferentes a las de su colega argentino Alberto Fernández. De hecho, hoy hay lugares en Chile con actividad normal, y las cuarentenas se limitan a 7 jurisdicciones en Santiago y casos puntuales en el interior. No en la IV Región, la más cercana a San Juan, con la que de todos modos no hay vinculación de viajeros ni nada por el estilo.

Un retroceso forzado tras años de acercamiento, con un panorama incierto. En Chile hay el triple de contagios que en Argentina, aunque los muertos son menos (puede estar causado por la política de testeos). Hay quienes ubican al país trasandino como uno con potencialidad de ser desbordado, nadie está a salvo.

Y Brasil, comandado por el inefable Bolsonaro, sobre quien sobran ya los calificativos. Proclama que las consecuencias del virus (el ataque a la economía) no puede ser peor que el propio virus, pero su nado contracorriente no parece poner a salvo ninguna de las dos cosas, ni las vidas ni la economía.

La contracción en el consumo brasilero es también una mala noticia para la agroindustria sanjuanina, que levanta cosecha y pone a secar las uvas pensando en el vecino, pero con más interrogantes que certezas. Si se cuida la vida, la economía se puede levantar, sostiene Alberto. Falta agregar que el mientras tanto parece demasiado empinado.

Por ahora, se suscribe la receta de tratar de hacer las cosas bien. El teorema de Gorosito desempolvado por el propio presidente de la Nación, en relación al DT que lo supo encandilar en Argentinos Juniors, pero que en el San Martín sanjuanino fue despreciado a las patadas.

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