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A un año del infierno-Por Sebastian Saharrea

Parece que hubiese sido hace un siglo, pero apenas se cumplió un año del peor recuerdo para la vida democrática reciente, la campaña más agresiva de la que se tenga memoria: la consulta popular. ¿Qué dejó? Muchas moralejas políticas. Y un ruego: así, no. Por Sebastián Saharrea.

Por Redacción Tiempo de San Juan

Todo el manual de malas costumbres debió haber sido abierto para montar aquella campaña. Hubo amenazas, movilizaciones violentas por las calles, folletería apócrifa, denuncias incendiarias, ataques familiares, versiones periodísticas lanzadas como artillería. Hasta al pobre Maradona le secuestraron la imagen para hacerlo intervenir por la fuerza pugnando para uno de los bandos. O a Tellechea, el ingeniero desaparecido, lo hicieron jugar contra su voluntad. Ocurrió en los días previos del 8 de mayo de 2011, el día en que los sanjuaninos resolvieron en las urnas ampliar de 2 a 3 los períodos para ser gobernador y automáticamente le abrieron la chance a José Luis Gioja para volver a presentarse.

A alguien se le había ocurrido impedirlo de la manera que fuera. Y ese alguien no fue otro que el propio hermano mayor del gobernador: César, en ese entonces senador, quien dijo haber percibido alguna señal para suceder al gobernador y se lanzó con furia sobre la presa el día que se notificó que no sería el señalado. No había escuchado razones desde octubre, cuando una nota firmada por quien suscribe en Diario de Cuyo informó que estaba en marcha un plan para modificar la Constitución.

Lo descartó como una operación, pero no lo era. En febrero, José Luis Gioja anunció su plan y puso fecha para mayo. Y no esperó a que cambiara el día del anuncio, como para calmar la furia. Usó Twitter, y en varias andanadas de los 140 caracteres que permite el pajarito descerrajó los peores epitafios que se recuerden en una campaña en San Juan. Contra su propio hermano.

Se inició allí la peor secuencia en la participación democrática desde 1983. Plagada de aprietes y de operaciones, con versiones lanzadas al aire como un hipotético rechazo de CFK al plan reeleccionista de Gioja que nunca llegó, con una fuerte campaña opositora que incluyó un láser desde el bunker de César sobre Avenida España apoyado sobre el Centro Cívico acusando de tirano a su hermano, o con el senador hablando pestes del gobernador en los medios de Buenos Aires. Con campamentos levantados en la Plaza 25 de Mayo y corridos por la policía, con militantes en las calles dedicados al escrache, con amenazas veladas. Un cóctel inolvidable que seguramente no será extrañado por nadie, siquiera por los que lo activaron.

Hasta que llegó el día, aquel 8 de junio en que el 66% de los sanjuaninos dijeron que sí a la enmienda de un artículo constitucional de la provincia que ya había sido aprobada por la Legislatura y habilitaron al gobernador José Luis Gioja para aspirar a un nuevo período, que posteriormente terminaría obteniedo. Ese día se apagaron algunas luces de aquel violento cruce, pero quedaron algunas encendidas, las de las secuelas y las heridas que difícilmente puedan cerrarse.

Como en un choque de trenes, el impacto deja consecuencias que el tiempo podrá reparar y otras que no. Así lo reveló el año que transcurrió. Lo que no fue posible recomponer de ninguna manera fueron esas confianzas rotas que ni los días ni los meses son capaces de hacer cicatrizar. No la de los hermanos, que ya venía cascoteada desde un tiempo antes, sino la que se produjo en la divisoria de aguas dentro del propio oficialismo.

A un año de aquel infierno, el tiempo ha dejado también muchas consecuencias. Y la primera para evaluar es la lectura del resultado con la distancia que ofrece el paso del tiempo.

Finalmente, se terminó corroborando aquella presunción de que el margen electoral de Gioja era más amplio que el de los que estaban en condiciones de permitirle que siga. Hubo, de hecho, algunos que votaron No en mayo del 2011 y luego le pusieron el voto a la continuidad del gobierno, seguramente inconformes con la reforma constitucional que suele ser una acción resistida, pero conformes con la gestión.

Otra sentencia que arrojan los resultados de aquel plebiscito histórico proyectados en el tiempo es que aquella vez el Sí que era portado por el gobernador Gioja triunfó en todos los distritos. Pero pocos meses después, y con un caudal electoral mayor -3 puntos porcentuales más- el oficialismo dejó en el camino 4 distritos en los que coronó la oposición.

De esas cifras provienen también las conclusiones a sacar por la oposición. Primero, porque los resultados le demostraron que todos juntos no siempre es mejor. Y segundo, le permitieron focalizar mejor el mensaje para quedarse en octubre con un par de municipios importantes.
Aquella vez se habían juntado todos a militar por el No, y en la previa sacaban las mismas cuentas equivocadas que saca quien pretende sumar aritméticamente en materia política. Craso error: salieron todos amoretonados por los codazos internos y nunca pudieron armar una propuesta consolidada para el futuro, que sería inmediato.

Llevaba la voz cantante el senador Gioja, quien había formado su propio bunker y no aparecía por los conciliábulos opositores públicos pero era quien marcaba el tono de lo que se decía. Es que era, justamente, el punto de atracción: ni más ni menos que el hermano diciendo las cosas que decía. Un plato atractivo, especialmente en los medios porteños.

Pero su aporte electoral terminó siendo escuálido. Así lo marcaban las encuestas previas y lo terminó revelando el resultado de octubre: sin él, las fuerzas opositoras todas juntas obtuvieron apenas 2 o 3 puntos menos que el No en mayo. En la otra porción del arco opositor de aquella campaña aparecían caras visibles de muy poco relieve electoral y discurso reaccionario como el Grupo 1852. Ibarra, Colombo y Basualdo lo miraron un poco más de lejos. Este último sería el gran ganador entre ellos, poco después.

En el oficialismo, el mensaje quedo acuñado con más fuerza por el lado de las lealtades. Porque esa campaña le sirvió para poner la lupa en el movimiento de la dirigencia que se declaraba como propia, y que fue sorprendida en parte haciendo un doble juego.

Hubo funcionarios que debieron dejar su cargo como consecuencia de la refriega. El más visible fue el viceministro de Gobierno de entonces, Guillermo Leonardi, pero en realidad siguieron las firmas en sillones menos notables de dirigentes desplazados como consecuencia de sus desempeños en el plebiscito. Y hubo otros que sin quedar prescindibles, acumulan desde entonces una marca en el orillo con sello indeleble.

En la mesa chica del gobernador Gioja estaban en condición de perdonar cualquier pecado, menos la falta de puntería en ese momento crucial. Fue la única vez en años en el que el gobierno comprendió que se estaba jugando el cuero.

 

 

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