Puede que nada sea tan fácil como cambiar de ropa. Según el momento, según la actividad, la temperatura, la moda y conforme nuestra intención o nuestra actitud. Y aun así, no siempre la consideramos como un medio de comunicación.
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SUSCRIBITEPuede que nada sea tan fácil como cambiar de ropa. Según el momento, según la actividad, la temperatura, la moda y conforme nuestra intención o nuestra actitud. Y aun así, no siempre la consideramos como un medio de comunicación.
A veces por comodidad o por dejadez mantenemos durante todo el día lo que nos pusimos en la mañana, aunque hayamos cumplido distintas funciones según la hora, el lugar y el con quién interactuamos.
A veces, enamorados de nuestro rol o de nuestra profesionalidad no cambiamos lo particular del vestir determinadas prendas o accesorios.
Pero también sobresalen algunos mandatos que pareciera que nos limitan a expresarnos muy distintos y defendamos, hasta con las ropas, el poder ser predecibles o parecidos en todo momento y con distintos públicos y variadas situaciones.
Existe el militar que, enfundado en su uniforme ordena severamente a su tropa. Y sin muchas alteraciones mantiene esa forma de actuar y de vestir en el almuerzo con la familia, al compartir el juego con un niño y hasta al intentar relajarse escuchando una agradable música.
Por otra parte y totalmente distinto, algún profesional que cumple su labor en estrados u oficinas, se apresura a mudar su ropa y cambiarse sea para un almuerzo, un juego o un relax.
Y con estas diferencias en su vestimenta, está permitiéndose y también comunicando su plena disposición a vivir intensamente ese momento. Jugar con coloridas bermudas, descansar con un holgado pijama o ponerse la corbata al cumplir su rol profesional. Y así también el otro lee o sabe fácilmente a qué está dispuesto quien adapta y cambia su vestimenta.
Obligado o no, está ajustando entonces su accionar a uno de los significados etimológicos de la palabra “persona” a la vez que comunica fácilmente y con pasión su disposición a una actividad en especial.
Nos cuesta aceptar y reconocernos cuando a la palabra persona la asociamos con la palabra máscara. Y cuando relatamos que esa máscara la usamos “per sonare”, para que suene, para subrayar una expresión de comunicación. Así, del teatro griego, surge una de las acepciones de la palabra persona. Se amplificó un rasgo del actor con la máscara, y con el orificio en el sitio de la boca se amplificó el sonido. La máscara era “per sonare”, para que se escuche.
Y a la hora de comunicarnos la ropa puede amplificar o explicitar nuestra intención y nuestra dedicación plena a algo. Y así adoptaremos una ropa para trabajar con tierra en el jardín o para revolcarnos en la arena jugando con nuestro hijo. Y no estaremos con ello limitando, sino lo contrario, permitiéndonos diversas formas de expresarnos antes que la obligatoriedad del mandato posible recibido, de no cambiar, de ser predecible, de ser siempre serio, o siempre rígido. Variamos nuestra actitud, nos adaptamos, y podemos ayudarnos a decirlo con la ropa.
Y será éste otro modo de vivir con pasión antes que disimuladamente lo que mi interior quiere expresar. No ya la ropa como distinción social ni como adhesión a las marcas o a la manufactura artesanal. Es posible con cambios simples o más elaborados en mi vestimenta expresar mi interior y mi disposición para vivir un momento en especial, liberándome con ello, soltando otro freno, antes que impedirme un cambio que puede ayudarme a vivir con pasión el momento y a ser identificado por el otro con quien voy a compartir.
Al pensar y usar la ropa –o los accesorios- en comunión con otros modos de expresarme enriquece el momento e impulsa mi plenitud, acercándome a la felicidad que puedo disfrutar al vivir el presente.
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