Con ansiedad, con temores, con ganas de saber y conocer sus resultados. Llegó el tiempo de la vendimia.
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Con ansiedad, con temores, con ganas de saber y conocer sus resultados. Llegó el tiempo de la vendimia.
Mañanas frescas de temperaturas que hacen que las hojas de las parras comiencen a tener un leve rocío. Siestas de calor marcado que hacen que el cosechador sienta el rigor del sol en su rostro. Tardes y noches frescas que apaciguan el día de vendimia. Conteo de fichas para sacar el valor del día.
La ganchera ya descansa sobre algún tendedero cercano, pantalones con rosetas y portafichera con olor a mosto. Indican que el día esta llegando a su fin cerca está la cena suculenta, que calma el apetito de una jornada dura de trabajo. Hombros que comienzan a tener el primer dolor por el peso de 25 kilos de uvas de cada gamela.
Piernas pesadas por el andar entre melgas en un ir y venir llevando uvas al camión.
Tintas, blancas, cerezas, uvas que son las que se cosechan. Las tintas que hacen doler más las manos por su firme unión a la cepa. La ansiada uva cereza que marca diferencias en su volumen y acortan las horas de trabajo.
Así es la cosecha. Con ella algunos adquieren su primera movilidad, otros se casan, otros bautizan a sus hijos. La unión familiar debajo de un parral hace que la vendimia jamás sea un momento del año que se nos borre de nuestra memoria.
Febrero, marzo y hasta abril con las uvas tardías, conforma la temporada de cosecha. Y cada vuelco de la gamela al camión es una dosis de dignidad para el trabajador de la viña.
¡Feliz vendimia!
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