Por Gustavo Martínez Puga
Cada uno llega con su canasto plástico. Las manos curtidas por el trabajo duro hacen crujir las bolsitas de nylon y sacan las tiras de costillas, pollos, trozos de carne, chorizos, pimientos, tomates, cebollas… las llamas de los troncos de árboles podados empiezan a sumar brazas que le dan el color y el calor a la tradicional ceremonia en los fondos de la capilla del Gaucho José Dolores, en un fogón lunero que tiene décadas de tradición entre los humildes carreros que semana tras semana se juntan con un solo fin: rendirle un pequeño homenaje de agradecimiento al Gaucho Bueno.
"Le pedimos y le agradecemos las mejoras al caballo”, dice Orlando Cortes. Tiene 49 años y desde que era niño mamó esa tradición todos los lunes. "Mi madre me traía. He venido caminando, en micro y a caballo, como sea… con plata o sin plata, lo importante es que hay que venir”, afirma, con pocas palabras y mucha fe.
Orlando es uno de los primeros en llegar el lunes en la noche al santuario ubicado en la calle José Dolores, en Rawson. Son las nueve y media de la noche y ya el fresco de la noche se empieza a notar. Pero no es impedimento para la tradición de los carreros: a pesar de la oscuridad de la noche, llegan con sus mujeres y sus hijos chicos tirados por sus fieles compañeros de trabajo: los caballos.
El agradecimiento por la salud del caballo y por la curación a enfermedades que tuvieron los equinos, es el principal motivo de agradecimiento de los fieles carreros.
"Muchas veces he traído el caballo rengo. Le he pedido al Gaucho que me lo mejor y al otro día el animal pisaba fuerte… se había curado”, cuenta Néstor Omar Gil, quien tiene 54 años y cumple el ritual de los lunes desde que tenía 20 años y acompañaba a sus padres.
Ahora él lleva a sus tres hijos y sus cinco nietos. Todos llegan en sus Sulkys o en sus carretelas, con sus mujeres y sus hijos.
Para los carreros la salud de su caballo es más que importante, teniendo en cuenta que es la herramienta que tienen para poder girar por las urbes recolectando elementos en desuso a los que les pueden hacer unos pesos en la reventa. Así viven a diario, juntando moneda a moneda.
Con la frente en alto y el cuerpo cansado, igual ellos se hacen un tiempo para no faltar ningún lunes a decirle presente al gaucho José Dolores, un santo pagano al que todos los lunes, por el día de las ánimas, sus fieles se acercan a prenderle una vela e iluminar su memoria.
Esa tradición nació allá por 1858, cuando Lorenza Calazán, la mujer de la que estaba enamorado José Dolores, le prendió una vela en ese lugar en el que José Dolores cayó abatido a traición por la policía, en momentos que escapaba de la trampa que le había hecho un sargento de policía que pretendía el amor de esa mujer.
Momentos
1958
En noviembre de ese mes, Francisco Borjas Leiva fue el primer promesante en poner una placa en la reja de entrada de lo que hoy en día es la capilla de José Dolores.
1858
El 14 de febrero de ese año fue cuando la policía mató a traición al gaucho José Dolores, quien cayó abatido en el lugar donde hoy está el santuario.
1805
El 19 de marzo de ese año es la fecha de nacimiento del gaucho José Dolores. En el parto murió su madre y su padre se fue a la Guerra del Paraguay, por lo que fue criado por la hija de su patrón.