Este domingo de Ramos comenzamos la Semana Santa. En ella celebraremos los momentos culminantes de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Celebración que es también actualización, tanto del mensaje como de las actitudes de quienes protagonizaron esa parte de la historia. Y de ahí que estos días tengan varias dimensiones o niveles de profundidad.
Por un lado recordamos acontecimientos históricos sucedidos que no son una novela o fábula, sino narraciones de dramas y tensiones que pusieron al descubierto las intenciones ocultas en el corazón de muchos. Escribas y fariseos, autoridades políticas y militares, discípulos y seguidores, envidiosos y enemigos, adherentes ocasionales, su Madre, los apóstoles.
Pero no sólo hacemos memoria; también celebramos. Esto significa que actualizamos. Esos acontecimientos se actualizan sacramentalmente. El mismo Jesús, presente en sus ministros y en la comunidad cristiana, vuelve a realizar lo sucedido en Jerusalén. No es una teatralización que se repite año tras año, sino actualización de la Pascua.
Hoy celebramos la Entrada Mesiánica de Jesús en Jerusalén. El Rey Mesías prometido y esperado durante siglos, llega a su casa y a su Templo. Es un Rey especial por lo que no tiene y por lo que trae. No tiene ejército numeroso y bien armado, ni corte lujosa, ni riqueza que impresiona, ni deseos de dominación que dan miedo. Trae un Reino de paz, justicia, amor, libertad. No viene montado en un caballo adornado de lujos, sino en un sencillo burrito. Está acompañado por hombres humildes, trabajadores, pescadores, y algunas mujeres.
Miremos con atención a quienes salen a recibirlo: los niños, los pobres, los pequeños y simples de corazón. Los que no tienen vergüenza o miedo al papelón. Lo aclaman con cantos, y a su paso adornan el camino con ramas de los árboles y hasta con sus propios mantos.
¡Cómo no estar contentos! Este Rey no viene a llevarse nada. No entra para saquear y oprimir. Viene a servir. La entrada de Jesús en la vida de cada uno es así, no quita nada, nos da todo. Viene vestido con ropa sencilla. Pide tu respuesta de fe y vos podés dejarlo entrar, ¿por qué no?
Hoy en nuestras Iglesias se bendicen los ramos de olivo. También salimos a las calles, hacemos procesiones en las que evocamos aquella entrada de Jesús en la Ciudad Santa. Es uno de los días del año que más gente acude a la Iglesia.
¿Para qué son los Ramos que nos llevamos a casa? Tienen una doble finalidad. Solemos colocarlos junto a una cruz que tenemos en la pared, o al lado de alguna imagen o estampita de la Virgen o alguno de los Santos que nos acompañan en nuestra vida de fe. De este modo, al mirar ese Ramo nos acordamos que hemos aclamado a Jesucristo como Rey de nuestra vida. Es un signo que nos recuerda haber rezado y cantado para que Él reine en nuestra vida, nuestra familia, nuestra patria. La otra finalidad es misionera. Es muy bueno llevar algún ramito a quienes no pudieron ir a la bendición y a la Misa. Siempre hay que pensar y tener en cuenta a algún vecino, familiar, o alguien enfermo.
Estamos en la puerta de la Semana Santa.
Jesús nos invita a entrar en un clima religioso y de oración. Nos tiende la mano y nos ofrece caminar a su lado. Con corazón sencillo y humildad al andar.
Entrar en Jerusalén tiene una finalidad. Celebrar la última cena, lavar los pies, los artilugios del traidor, ser llevado preso, la negación del amigo, el juicio fraudulento, la pasión, el dolor de la madre, la cruz, la Pascua... Son momentos intensos de amor, elocuentes para algunos, tal vez no tanto para otros.
Caminemos con Jesús para ser colmados de su bendición.