Al ingresar a su casa, en medio de la decena de camisetas colgadas en la pared, se observa su bicicleta Cervélo, esa que no toca desde noviembre cuando aparecieron los fatales síntomas.
Sonriendo, Oscar Ramírez (41) mira la bici y dice "la tengo amenazada, todos los días le digo que voy a volver”. Aún va por su segunda sesión de quimioterapia en la lucha contra el cáncer, pero se siente un competidor y ya un ganador frente a esta dura enfermedad.
En el ambiente del ciclismo es un tipo conocido como pedalero y también como bicicletero. Corrió por más de 15 años en elite y hasta tuvo la dicha de gritar campeón en una Doble Media Agua, su máximo triunfo. En los últimos años se metió a los master y para la temporada 2015-2016 pintaba para quedarse con varios podios. Pero su vida dio un giro de 180 grados a fines del 2015, cuando de un momento a otro empezó a sentir dolores estomacales y un bajo rendimiento al pedalear. Para Oscar fue algo raro, sobre todo porque jamás tuvo problemas de salud y no fumaba ni tomaba alcohol. "Estaba agitado, tenía las pulsaciones a mil. Conozco mi cuerpo y sabía que algo andaba mal”, comenta.
Preocupado por la situación se sometió a análisis y estudios, los que finalmente arrojaron el sorprendente diagnóstico de cáncer de colon. El 26 de enero se sometió a una complicada operación, la que lo tuvo al borde de la muerte. Perdió muchos kilos y hasta su cabello, pero jamás las ganas de vivir.
La fe hacia Dios tuvo mucho que ver en su difícil trance, para Ramírez era una manera de agradecer a quienes estuvieron tantas horas de vigilia por él. "Salir de esa fue una segunda oportunidad de vivir. Lo tomé de ahí en más con optimismo. Hay que pelear y luchar”, expresa lleno de esperanza.
Ya pasaron seis meses desde que le descubrieron el cáncer, pudo recuperar algunos de los 17 kilos que perdió y recobrar un poco de energías para seguir dándole batalla al día a día, ese que para un padre de familia no es nada fácil. Los mates con su esposa Andrea Arias y su hija Brenda se apoderan de sus tardes, mientras que en la mañana no queda otra que darle manija a su oficio, el de bicicletero.
Al taller lo tuvo abandonado por tiempo, pero frente a la complicada situación económica se vio obligado a llevar las herramientas a su casa y trabajar desde allí. Está en plena quimioterapia y expuesto a la baja de sus defensas. Sin embargo, la venta de indumentaria que realiza su esposa, no alcanza para pagar el alquiler de la casa ni para la comida, y con mucho sacrificio se levanta todas las mañanas para arreglar alguna que otra bici.
"Tenía un chico que iba a la bicicletería, pero la gente va a buscarlo a uno. Este es mi sustento y por eso tuve que trasladar todo a mi casa, para no moverme. No queda otra que seguir adelante, hoy vivo por mi familia”, señala.
Sus amigos ciclistas se hicieron eco de su situación y realizaron una bicicleteada en su honor, recolectaron plata y más que eso, le dieron una gran dosis de ánimo. También hicieron rifas para colaborar. "Fue un acto solidario que me conmovió y me dio muchas fuerzas. Cada día me sorprendo más de la gente que está a mi lado y de los que me preguntan a través de Facebook cómo estoy”.
Vive de y por el ciclismo. Forma parte de sus raíces, heredando la pasión de su padre y su tío, y forma parte de su día a día, compartiendo el sentimiento junto a su esposa, también competidora. Afirma que su mundo es el ciclismo, un deporte que además de podios le dio amigos y una familia. Y aunque le quedan cuatro sesiones de quimioterapia, las que se realizan cada 21 días, con gran esperanza dice que quiere volver a copar otra vez el ambiente. "Quiero volver a pedalear, siento que soy joven y que puedo ganarle a esta enfermedad. Hoy me siento bien, la quimioterapia respondió bien y tengo muchas fuerzas para salir adelante. Sé que no es fácil, pero trato de pensar que esto es un resfrío y que no me gane en lo anímico”.
Pequeño viaje a sus inicios
Oscar viene de familia ciclista, sin embargo no le fue nada fácil meterse en ese mundillo. Su mamá era empleada doméstica y su padre tenía también una bicicletería, y no había cómo ni de dónde sacar una bici de competición. Pero un amigo de su hermano cayó como un ángel del cielo y le prestó una por dos años. Era una bici básica, de pocos cambios, pero a él sólo le hizo falta los dos pedales para volar y demostrar por qué su amor y su talento para con la bici. A los 18 años ya recorría los grandes circuitos.