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Raúl quiroga / San Martín

Persevera y triunfarás

Llegó a San Juan en 2010, pero pasó por cuatro lesiones y la misma cantidad de operaciones. Se cortó los ligamentos cruzados y pensó mil veces largar todo. No se rindió, ante Chicago volvió y fue ovacionado.

Por Redacción Tiempo de San Juan

“Llegué a descreer de Dios y hasta le eché la culpa por todo lo que me pasaba”. Esa fue la confesión cruda de Raúl Quiroga, el jugador de San Martín que después de vivir un calvario con lesiones que lo postergaron por más de tres años, volvió a vestir la camiseta verdinegra en el triunfo por 2 a 0 frente a Nueva Chicago.
La primera estación de ese auténtico vía crucis que vivió el ex jugador de Lanús sucedió el 3 de agosto de 2011 en plena pretemporada. En junio había conseguido el ascenso a Primera División, el segundo de San Martín, en La Plata frente a Gimnasia y pintaba para ser titular en la máxima categoría de aquel equipo que dirigía Daniel Garnero. Sin embargo, en el amistoso en el Malvinas Argentinas con Independiente Rivadavia de Mendoza sufrió la rotura de ligamentos.
Resignado a perderse la primera parte del campeonato, puso la mira en el segundo. Se fue a Buenos Aires e hizo la recuperación en Lanús para estar cerca de su familia. Pero cuando se aprestaba a volver, en un entrenamiento, volvió a padecer la misma lesión que lo paró por seis meses más.
Volvió a operarse e insistió. Pero otra vez la mala suerte le hizo una mueca burlona. El 26 de agosto de 2012 volvía a cortarse ese traicionero ligamento. Impotente ante la desgracia declaró: “Estoy meado por un elefante”. Es que ni él, ni los médicos podían entender porque se repetían las lesiones. No se dio por vencido. Pasó por el quirófano, las interminables sesiones de kinesiología y se puso de nuevo a punto físicamente para volver. Daniel Garnero iniciaba su segundo ciclo en San Martín, y otra vez la misma película. En pretemporada, esta vez ante Trinidad el cuarto suplicio.
“Yo creí que tras la última lesión no me iban a renovar el contrato, y también hay que entender a los dirigentes porque hay que tener un jugador roto, era entendible. Estoy agradecido a ellos porque me tuvieron paciencia y también al técnico”, dice el “Huevo” como con cierto temor a una nueva frustración.
“Pensé que no me iba a recuperar nunca más. Muchas veces le eché la culpa a Dios, más después de la muerte de mi sobrinito de cuatro años, hace 6 meses. Me preguntaba ¿porqué a él? Pero tenía el convencimiento de que quería jugar y que no me iba a ganar la rodilla”, aunque aclara que debe hacer gimnasio todos los días para fortalecer el cuádriceps para no exponer la zona afectada.
Se juramentó no decaer. Agachó la cabeza y siguió. A los 32 minutos del segundo tiempo el “Yagui” Forestello lo llamó para que reemplace en el campo de juego a Federico Poggi. Desde los cuatro costados de la tribuna explotaron los aplausos. “La verdad es que no escuché nada, estaba sordo, ciego, mudo. Después me contaron mis compañeros. Sentí mucha felicidad, porque la vengo luchando hace tanto tiempo. Que me toque ahora es algo hermoso. Pensé que nunca más me iba a tocar. Creo que la gente se acuerda todavía del Quiroga que jugó el ascenso y quiero agradecerles a todos por el apoyo”.
En la cancha no estuvo su familia, sólo su esposa e hijo, pero cuenta que se pusieron todos muy felices cuando se enteraron “Ellos fueron fundamentales con su apoyo”.
“La verdad es que soy cabeza dura y nunca bajé los brazos. Por eso este regalo que me dio Dios”, expresa  mientras respira hondo. Le dicen “Huevo”, pero no se caracteriza en la cancha precisamente por poner eso que tanto pide la tribuna. Lo de él pasa por el buen manejo de la pelota, el juego dúctil y criterioso, pero sí demostró tenerlos para desafiar y afrontar la adversidad, para levantarse siempre, para perseverar y no dejarse vencer. ¡Huevo, Huevo, Huevo!

Origen

Raúl Quiroga llegó a San Martín proveniente de Lanús en el año 2010 cuando el técnico era Darío Franco. Tiene 25 años y es de Pergamino. En una entrevista anterior le dijo a Tiempo de San Juan, que en un momento sintió que había terminado su carrera, pero nunca pensó en ir a un psicólogo porque prefirió refugiarse en su familia.

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